Durante el período de relativa tolerancia y prosperidad que se produjo bajo el gobierno de los califas fatimíes, la comunidad judeopalestina mandó construir una sinagoga nueva a mediados del siglo X, con el fin de que pudiese albergar a una comunidad en continuo crecimiento. Los documentos de la Genizá se refieren a dicha sinagoga como Kanisat Al-Yerusalmiyin o Kanisat as-Samiyin, en alusión a los inmigrantes judíos de Palestina/Siria, mientras que a partir del siglo XV fue conocida como Kamisat Eeliyohu, en referencia al profeta bíblico. A comienzos del siglo XX, fue denominada sinagoga en referencia al escriba Ezra. Esta sinagoga conservó en una de sus habitaciones una colección de manuscritos datados entre los siglos X y XIX, que estaba destinada a quedar inmortalizada con el nombre de Genizá del Cairo.
La palabra Genizá, se deriva de la raíz original hebrea que significa “esconder, cubrir, enterrar, almacenar”, cuyo significado evolucionó hacia el sentido más técnico de “retirar de circulación un objeto que en alguna ocasión se ha considerado sagrado, pero que en ese momento resulta inadecuado para el uso ritual”.
En el lenguaje original (en español retirar) se convirtió, finalmente en un término técnico que designaba una habitación que servía como depósito de las copias que contenían versículos de la Biblia dañadas o deterioradas, así como otros textos hebreos que contenían versículos de la Biblia o referencias a D-os, siguiendo la práctica judía, no eran descartados. Afortunadamente para nosotros, estos manuscritos que se almacenaron en la Genizá de El Cairo no fueron retirados a cuevas o enterrados en tumbas, como ocurrió en otros casos, sino que permanecieron en el mismo lugar a lo largo de siglos, preservados de la destrucción por el clima excepcionalmente seco de Egipto. A esto hay que añadir que la comunidad palestina rabanita de Tustat, depositó no solo obras de contenido sacro, como la Biblia, el Talmud u obras litúrgicas, sino también literatura de tipo sectario como, por ejemplo, el material de los círculos caraitas, además de los palimpsestos, responsa, poesía y documentos de todo tipo. Se puede decir, en realidad, que prácticamente todo aquello que estuviese escrito en alfabeto hebreo, ya fuese en pergamino o en papel, impreso o manuscrito, temprano o tardío, investigación académica o ejercicios de lectura escolares, todo era confinado en la Genizá.
La existencia de la Genizá de El Cairo era conocida desde la antigüedad en ciertos círculos académicos, pero tan solo en el siglo XIX intelectuales y tratantes de antigüedades consiguieron persuadir a los encargados de la sinagoga para que permitiesen la extracción de ciertos materiales.
Fue por esta época cuando fragmentos de la Genizá empezaron a aparecer en diversos lugares como San Petersburgo, Jerusalem, Londres, Oxford y Filadelfia. La biblioteca de la Universidad de Cambridge también adquirió sus primeros fragmentos en esta época, concretamente en 1891.
Los fragmentos de la Genizá son de una significación inestimable para la historia judía, habiéndonos proporcionado información detallada de las actividades sociales, económicas y religiosas, especialmente del área mediterránea, de la época geónica, comprendida entre los siglos VII y XI, que habían permanecido en la oscuridad hasta la fecha.
El descubrimiento de fragmentos de la Biblia y el Tárgum con sistemas de vocalización supra y subliniares que difieren del sistema estandarizado, nos han hecho darnos cuenta de la variedad de sistemas que estuvieron en boga en cierta época, ayudándonos igualmente a evaluar con más precisión el trabajo de los masoretas.
El examen minucioso de algunos palimpsestos ha llevado a identificar textos originales en griego y siríaco, que se encuentran debajo del texto hebreo. En lo referente a la liturgia, se han podido reconstruir ritos babilónicos y usos sinagogales, así como completar el conocimiento existente sobre poesía litúrgica de época temprana, fechada en el siglo VII. Se han publicado también volúmenes completos de poesía hebrea compuesta en época medieval en España y en Provenza.
Cuando la lengua árabe penetró en los centros de estudio judaico, se originó una necesidad creciente de traducir la Biblia hebrea al árabe. Dos sectores principales de la sociedad judía sentían esta necesidad de manera especial. De un lado, grupos de población que acudían a las escuelas y sinagogas con el propósito de comprender el texto bíblico en la misma lengua en la que hablaban diariamente. De otro, una élite académica e intelectual que conocía a fondo la filosofía y literatura árabes, y que sentía la necesidad de disponer de una traducción de la Biblia que pudiesen utilizar para tratar de cuestiones teológicas.
Todos los libros de la Biblia están representados en el corpus de traducciones, aunque, como cabría esperar, si contamos la frecuencia con la que aparecen, es el Pentateuco y otros libros utilizados en el servicio sinagogal, los que cuentan con una representación más abundante, seguidos por otros libros populares como Proverbios o Daniel. Las traducciones de los primeros profetas (Jueces, Samuel y Reyes), Ezra, Nehemías y Crónicas son, sin embargo, muy escasas.
Los 14,000 fragmentos de la Genizá que Salomón Schechter trajo a la Biblioteca de la Universidad de Cambridge en 1897 son de importancia inestimable para el estudio de la historia de las comunidades judías en el área del Mediterráneo en general, y para el estudio de los textos judío-árabe, 1,300 contienen traducciones y comentarios de la Biblia.
Para finalizar, aún quedan numerosos manuscritos y fragmentos de la Serie Nueva en los que se podría hallar material adicional que todavía es un misterio por ser guardado con mucho celo en la sinagoga de la Genizá.
Por su parte, la costumbre judía ordena no destruir textos que contienen escrita la palabra de D-os, o que merecen respeto por las letras hebreas sagradas en que están escritos, y que deben ser guardados en un sitio destinado a ese efecto.
Esa era la función de la Genizá, palabra que proviene del verbo hebreo lignoz que significa archivar, guardar o alejar de la circulación (aunque recientes investigadores aseguran que proviene del persa ganj, `tesoro escondido’).
A principios del siglo XX, la mayor parte de los manuscritos de la Genizá de El Cairo fueron transferidos a la Universidad de Cambridge.
Esta institución no fue la primera en obtenerlos: la precedió la colección del Archimandrita Antonin, de la Iglesia Ortodoxa de Jerusalem; los fragmentos de pergaminos que compró a comerciantes en El Cairo fueron transferidos a lo que posteriormente se convertiría en la Biblioteca Nacional Rusa de San Petersburgo.
Otros fragmentos fueron adquiridos por el viajero judío Elkanan N. Adler, quien las donó al Seminario Teológico Judío en Nueva York.
La colección de Cambridge vale más que su peso en oro e incluye tanto fragmentos de la creatividad judía en las áreas culturales y espirituales, como un enorme cúmulo de documentos que reflejan la cultura material y costumbres de la antigua comunidad de la tierra de Israel, que se refugió en El Cairo (Fustat) cuando se vio imposibilitada de continuar viviendo en su propia tierra. La vida de esta comunidad se vio afectada desde el siglo IV hasta el X no solo por las persecuciones cristianas y las conquistas musulmanas, sino también por frecuentes rivalidades entre diversas ramas del judaísmo, pues es conocido el hecho de que en esa ciudad existían tres sinagogas: una karaita y dos rabínicas, una de las cuales aceptaba el Talmud de Babilonia y la otra el de Jerusalem.
Conferencia: La Genizá del Cairo, Egipto