En 1975, Hoffman regresó a los Estados Unidos para trabajar
en el MIT. Su principal área de interés fueron los estallidos de rayos X, y fue autor de más de veinte artículos sobre el tema, convirtiéndose en el experto mundial del mismo. Una vez, escuchó a su esposa leer un pasaje de un libro que decía que nunca habrá un astronauta judío. Esto inspiró a Hoffman a perseguir justamente eso, y se postuló a la NASA.
En 1978, fue seleccionado para el programa de entrenamiento de astronautas de la NASA, junto con Judith Resnik. Los dos se convirtieron en los primeros astronautas judíos de la NASA. Hoffman realizó su primera misión en 1985 a bordo del transbordador espacial Discovery, durante la cual la tripulación desplegó dos satélites y realizó numerosos experimentos científicos. En ese momento, Hoffman se convirtió en el segundo hombre judío en el espacio (después del cosmonauta ruso Boris Volynov). Durante su cuarto viaje al espacio, Hoffman fue responsable de la reparación del Telescopio Espacial Hubble.
Antes de ese vuelo, su rabino le preguntó si se llevaría algo judío con él, y Hoffman aceptó encantado. Tomó una mezuzá -que pegó en su cabina con velcros-, un tallit, así como un dreidel y una menorá móvil, ya que fue durante Janucá. En otro vuelo, Hoffman llevó una Torá y se aseguró de leerla mientras volaba sobre Jerusalem.
Durante su última misión en 1996, Hoffman estableció un nuevo récord, convirtiéndose en el primer astronauta que pasó mil horas a bordo de transbordadores espaciales. En total, pasó más de cincuenta días en el espacio, y registró más de 21 millones de millas espaciales recorridas. Desde que se retiró como astronauta, ha estado enseñando como profesor en el MIT, y profesor visitante en la Universidad de Leicester. También ha escrito un libro llamado Diario de un astronauta.
Fuente: Jew of the Week