Vueltas que da la vida

Título: Vueltas que da la vida
Categoría: Preparatoria / Cuento
Pseudónimo: Mozart

Todos necesitamos ayuda para sobrevivir. 

Todos necesitamos ayuda para respirar.

Cuando era pequeño, mi madre me contaba que el mundo era diferente; se podía respirar y no se necesitaban aparatos para sobrevivir. Pero con el tiempo, todo cambió y ahora todo es completamente diferente. La contaminación, la deforestación y la sobreexplotación de los recursos envenenaron el aire, y ahora, en lugar de ser una fuente de vida que todos necesitamos para vivir, el ambiente se convirtió en un enemigo mortal.

Con la atmósfera tan dañada, respirar el aire sin protección se volvió imposible. Hoy en día, para sobrevivir y respirar, todos dependemos de dispositivos de respiración asistida y de bolsas de oxígeno. Estas bolsas, que se han convertido en recursos vitales, son la única forma de obtener el aire limpio necesario para vivir.

Mis padres murieron hace unos años como víctimas de falta de oxígeno y desde entonces siempre hemos sido mi hermano y yo. 

Desde pequeños hemos tenido la necesidad de trabajar para mantenernos. 

Todo era más fácil hasta que mi hermano enfermó. Y ahora está postrado en la cama, sin poder moverse. Cada día necesita más oxígeno del que podemos comprar. 

Todos los días tengo recuerdos de la vida del antes, la vida en la que disfruté el tiempo, la vida en la que mis padres vivían y mi hermano no estaba enfermo. Pero esos recuerdos se sienten tan lejanos, casi como si pertenecieran a otro mundo. Ahora, cada día es una lucha constante, una carrera contra el tiempo y el oxígeno que se agota demasiado rápido. A veces me pregunto cuánto más podremos soportar esta vida, cuánto más podremos seguir comprando el derecho a respirar.

Mi hermano está muy delicado, pienso que está en las últimas, y yo soy el único que puede ver por él. Todos los días tengo que trabajar doble jornada para que me paguen un poco más. Necesito el dinero para poder comprar oxígeno para mí y para mi hermano. 

Vivir en esta ciudad es muy complicado, aún más cuando sé que mi hermano va a morir pronto. La idea de quedarme solo me asusta, pero pensar en él cada mañana me da fuerza para seguir adelante y no perder la esperanza. 

Mañana es día de abastecimiento, doy mis ahorros a los soldados para conseguir oxígeno. No estoy seguro de que podré comprar suficiente oxígeno para mí y para mi hermano.

— Siguiente en la fila — dijo el soldado. 

Extendió su mano hacia mí. Puse todo el dinero que tenía, mi corazón palpitaba rápido, estaba nervioso. Observé cómo contaba el dinero. Se giró, cogió una bolsa de oxígeno y me la entregó junto con el cambio.

— Lo siento, no es suficiente para dos bolsas — dijo.

— Pero… Necesito dos bolsas — dije con una voz cortada.

— Lo siento, no puedo hacer nada por ti — comentó el soldado con una voz seca, como si no le importara, y luego añadió: “Siguiente en la fila”.

Salí corriendo con la bolsa de oxígeno. Perfecto, me dije a mí mismo y ahora qué voy a hacer.

Cuando volví a casa, encontré a mi hermano en muy mal estado. Su bolsa de oxígeno estaba por terminarse. Sabía que necesitaba cambiarla pronto. 

Cogí la bolsa nueva y la conecté al dispositivo de mi hermano, pero aún tenía que conseguir oxígeno para mí, ya que mi bolsa estaba por terminarse.

Decidí ir al hospital, seguramente ahí habría suficientes bolsas de oxígeno. 

Era una noche fría, la entrada a la sala de emergencias estaba frente a mí. 

Llevaba una camisa rasgada impregnada de sangre falsa. Debía parecer que había sufrido un accidente y necesitaba atención urgente. Fue fácil ocultar mi bolsa de oxígeno en el bolsillo trasero, pues estaba a punto de vaciarse.

— ¡Ayuda! — entré gritando a urgencias.

Me movilizaron hacia un cubículo y el doctor tomó mis signos vitales.

Sentí miedo, era obvio que me iban a encontrar en buen estado, por lo que decidí fingir un ataque epiléptico.  Empecé a convulsionar. 

Me dejaron en observación. La epilepsia no es cualquier cosa. Ahora debía esperar a estar solo para conseguir el oxígeno. 

En la primera oportunidad que tuve, empecé a abrir puertas, cajones y anaqueles: gasas, algodón, alcohol, vendas, jeringas, termómetros, analgésicos, pero nada de oxígeno. Seguí buscando hasta que, frente a mí, en el tripié estaba colgado el suero y una sola bolsa de oxígeno. La tomé sin pensar, pero en ese momento entró el doctor y me vio. 

Sin dar explicación alguna, salí corriendo, pero el equipo médico se movilizó para impedir mi fuga. Durante el forcejeo, perdí la bolsa de oxígeno que había robado, pero logré soltarme de los guardias y escabullirme. Corrí con todas mis fuerzas, necesitaba salir. 

No me queda claro qué pasó, pero lo logré. 

Una vez estando fuera, me di cuenta de que ya no sentía el pequeño bultito en mi bolsillo trasero. ¡Me sacaron el oxígeno!

Sabía que esto era el final, el mío y el de mi hermano. 

Sé que me quedan minutos.

Me quiero despedir de mi hermano.

Traté de contener la respiración, hasta que no pude más. 

Sentí que me iba a desmayar. 

Instintivamente, jalé aire y respiré. 

Pude respirar.  

Podía respirar.

Estaba respirando.  

Todavía estaba vivo. 

Respiraba el oxígeno del aire.

Comprendí que todo era una mentira.