Título: Perdición
Categoría: Preparatoria / Cuento
Pseudónimo: Ertne
Llamas rodeaban a la joven diosa mientras se arrastraba hacia su cojeante maestra. —¿¡Gloria qué haces!?— gritó desesperada, su voz rompiéndose bajo el estrés. —¡Gloria! — gritó otra vez, en vano. Su maestra no volteaba, sólo continuaba cojeando hacia… oh no. Nonononono —¡No! — gritó otra vez. La adrenalina y miedo se apoderaban de su cuerpo, haciéndola olvidar el fuego propagándose sobre sus piernas. Su maestra iba a cometer el mayor pecado que podía cometer una deidad del tiempo.
¿Cómo podría siquiera considerar tal cosa? ¡Es un acto prohibido por una buena razón! Pero ya era muy tarde. Su maestra estaba mutilada, apenas consciente. Si estaba realmente decidida a hacer esto, no le quedaba suficiente cabeza como para ser convencida de lo contrario. Era inútil intentar. Resignada, dejó de arrastrarse. Se quedó ahí, lentamente sintiendo más y más intensamente las llamas que ahora le llegaban hasta la base de la espalda, viendo como su maestra llegaba al templo, agarraba el orbe, y empezaba a murmurar el hechizo.
El orbe brilló y, repentinamente, escuchó el sonido de una explosión etérea que la levantó del suelo y la mantuvo fuera, flotando, lentamente alejándola del suelo y del origen de la explosión. De la nada la embargó una serenidad total y una sintonía con las fuerzas del universo. Las llamas en su espalda eran meramente bonitas luces que la adornaban y los rojos y negros de la guerra se volvían azules y morados galácticos. Podía sentir con gotas de melancolía las energías esparcidas de todas las deidades caídas en la batalla. Y el epicentro de todo eso, era su maestra.
Cantidades inmensas de energía temporal se desbordaban de su cuerpo, llenando el ambiente con un sentido cosquilloso de poder, de potencial, de magnitud nunca antes vista. Como si el universo en sí estuviera deteniendo su respiración para ver qué ocurriría. Los murmullos de su maestra aumentaban en volumen, viniendo de todos lados hasta que sentía la voz de su mentora penetrándole hasta el alma. Y de la nada, todo paró.
El fuego, los colores cósmicos, el polvo, la energía temporal, su propio cuerpo, todo se congeló completamente. Las únicas cosas aún en movimiento eran el orbe y su murmurante maestra. Pero el orbe ya no era una simple esfera brillante. Había cambiado de color a una mezcla cambiante de un blanco desconcertante y negro sin fondo, emanando una energía hostil, grumosa y hambrienta del mismo color que estaba fluyendo ciegamente en la dirección aproximada de su maestra. Era similar a un hombre atrapado, desesperadamente intentando encontrar algo a lo que aferrarse, alcanzar algo justo fuera de su alcance.
Bajo sus propios ojos, vio cómo la esfera se deshacía. Aunque deshacer no es la palabra apropiada, más bien perdía dimensión. En una experiencia surreal, vio cómo la esfera se transformaba en un objeto bidimensional, poco después volviendo a la tercera dimensión sólo para burlarse de la vista al cambiar de una manera innegable, pero simultáneamente imperceptible para la misma, causando que perdiera la capacidad de enfocarse en ella.
Finalmente, la figura borrosa que era ahora la esfera se empezó a achicar, disparando energía temporal hacia el cielo y la tierra mientras emitía un chillido agudo similar a una fuga de aire a alta presión, pero con un componente inquietantemente humano, como un grito de agonía. Cuando el chillido casi le rompía los tímpanos y la esfera era casi imperceptible, la misma implosionó, liberando una última gran ola de energía temporal antes de rodear completamente a su maestra y sus alrededores con esa desagradable y aberrante energía monocromática.
La energía giraba y gruñía alrededor de su maestra, sirviendo como una especie de filtro que devoraba cada pizca de color que se atrevía a intentar pintar su figura. El único color que parecía permitir, aparte de su ausencia total, era el blanco puro, sirviendo como la única ventana que permitía ver adentro, permitía verla a ella.
Su maestra estaba temblando. Temblando como jamás había visto temblar a nadie. Alzó sus manos hacia al cielo para inspeccionarlas, y empezó a temblar más. Las alzó más alto, como si qui… Volteó. Con velocidad imperceptible volteó su cabeza para mirarla. Ver a su maestra así era difícil, pero estaba… ¿llorando…?
Sus ojos se encontraron y el mundo se congeló. Pese a su falta de expresión, se llevó a cabo una última comunicación. Un entendimiento. Ay, Gloria… El mundo empezó a temblar.
Congelada en el aire, sintió y escuchó a un diluvio de pedriscos invisibles del tamaño de casas azotar el suelo con la fuerza de mil trenes, aplastando el terreno y causando temblores abarcando todo, nunca y jamás.
Pero no rompieron el contacto visual.
Pese a que la maestra temblaba cada vez más y más, y que su cabeza pareciera ocasionalmente doblarse de maneras en las que no debería, sus miradas nunca partieron.
Pero todo incrementaba. Todo se hacía peor y la consumía. Ya la luz en sí parecía distorsionarse; no sabía qué estaba pasando y el sonido es tan ALTO y la presión la APLASTA pero seguía y seguía algo malo iba a pasar lo sentía algo malo iba a pasar no puede evitarlo y su maestra abrió la boca pero ninguna palabra se escuchó algo está mal algo está mal un eco un eco viene de todas las direcciones está diciendo algo incrementa en volumen y el eco el eco me está rompiendo los oídos quiero llorar-gritar-colapsar-huir el mundo se está cerrando Y EL ECO ME ESTÁ ROMPIENDO-LOS OÍDOS LA MUERTE VIENE Y LOS OÍDOS LOS OÍDOS-PORFAVOR-PÁRALOPÁRALOPÁRALO-YA-
PERDÓN.
…