Título: El libro de pasta azul con una esquina rota
Categoría: Infantil B / Cuento
Pseudónimo: Azul del este
En la calle Lincon hay una biblioteca, la más colorida y la que más libros tiene en esta ciudad. En esa biblioteca hay una bibliotecaria, la persona más dulce en este planeta: la señorita Hony. Pero esta historia no habla sobre ella, habla sobre un libro, el libro más especial; ese que vive en aquella orilla de la biblioteca, al lado del área infantil; ese de pasta azul con una esquina rota.
A esa biblioteca va mucha gente, pero hay un niño llamado Sebastián que iba todos los días y leía todo tipo de cuentos: terror, ciencia ficción, hadas y duendes, acción…, todo lo que hacía que su imaginación volara. Su pasión por la lectura le llenaba el corazón no sólo a él, sino también a la señorita Hony, quien le escogía todos los libros que sabía que le podrían gustar. Era como su hada madrina de los libros, además de su maestra Lili, quien le enseñó que con la lectura podía volar a donde quiera sin mover un solo dedo del pie.
Sebastián vivía con su mamá en una de las zonas más pobres de su ciudad. No tenían mucho dinero pues su padre los había abandonado años atrás, y su mamá trabajaba muchísimo para que pudieran comer, pero por más esfuerzo que hacía, siempre terminaba faltando dinero. Su situación no era nada fácil, por ello Sebastián amaba ir a la Biblioteca… era gratis, cálida y le permitía olvidarse de los problemas cada que leía una nueva historia.
Un día, mientras Sebastián leía en la biblioteca, sintió en sus ojos una mancha que no le permitía leer con claridad. Veía las letras como si adelante de ellas estuviera una gran neblina. Por más que parpadeó para aclarar su vista, la mancha no se iba. La señora Honey se dio cuenta y le ayudó a regresar a casa. Desafortunadamente, Sebastián tenía una enfermedad congénita que lo llevó a perder la vista completamente con el paso de los días. En el hospital, que era público pues a su madre no le alcanzaba para pagar uno privado, le dijeron que necesitaba un trasplante de córneas y que la lista de espera era bastante larga.
Sebastián no sólo perdió la vista, perdió también muchas cosas en su vida: ya no podía leer, ya no recordaba los colores, ya no recordaba la forma de su casa… ya no recordaba la sonrisa de su madre que poco a poco se iba desvaneciendo. Todo lo que amaba… desaparecía.
Para animarlo un poco, su mamá iba a la biblioteca, rentaba libros y se los leía en casa. Llegaba a la biblioteca después de la hora de cierre porque no podía darse el lujo de perder su trabajo; la señorita Honey era muy amable y la dejaba entrar después de su horario de salida. Para las dos, Sebastián era un niño muy especial en sus vidas.
Muchas fueron las personas que ayudaron a Sebastián, en especial tres: su madre, quien trabajaba incansablemente para mantenerlos y aún con todo y cansancio, no dejaba de demostrarle lo mucho que lo amaba, como cuando le contaba todos los libros que a diario sacaba de la biblioteca; la señorita Honey, a quien no le importaba quedarse más tarde de su horario para mandarle libros a Sebastián; y su maestra Lili, quien hacía todo lo posible para que entendiera los temas vistos en clase a través de los demás sentidos, además de acompañarlo a su casa todos los días después de la escuela, ya que su madre no podía salirse del trabajo.
No era fácil la vida de Sebastián y, lo más fuerte, es que se puso peor la situación. A pesar de todos los intentos de Sebastián por llevar una vida normal, extrañaba muchísimo su vida anterior; su madre ya había agotado todos los libros del área infantil y Lili, su maestra, había enfermado con gravedad también.
Una tarde en la biblioteca, la madre de Sebastián no aguantó más y estalló en llanto, la señorita Honey la consoló. Sentía que estaba a punto de explotar de todas las emociones que sentía. La señorita Honey tomó una sabia decisión: le prestó aquel libro de la orilla de la biblioteca, al lado del área infantil, ese de pasta azul con una esquina rota.
—Llévatelo, y cuando lo hayas terminado de leer, me lo devuelves —le dijo la señorita Honey—. A este libro no le pondré fecha de devolución. Espero que te sirva tanto a ti y a Sebastián como me sirvió a mí en una de las épocas más difíciles de mi vida.
La madre de Sebastián salió llorando de la biblioteca y así se fue todo el camino. Al llegar a casa, antes de entrar, se limpió las lágrimas, respiró hondo y abrió el libro azul para decirle a Sebastián de qué se trataba la nueva historia de hoy. Fue grande su sorpresa cuando descubrió lo que había dentro de aquel libro. A partir de esa noche, Sebastián descubrió las historias más increíbles que pudo haber escuchado. Cada palabra que salía de la boca de su madre le daba más esperanzas de que algún día todo iría mejor. Cada día esperaba con ansias la noche para que su madre le contara un cuento.
Al pasar los días, la maestra Lili fue empeorando de salud. Algo en su corazón no estaba bien y los doctores no sabían lo que ocurría. Sebastián le dijo a su madre que fuera al hospital a llevarle aquel libro azul para animarla un poco, pues a la maestra Lili le encantaban las historias. La madre de Sebastián no estaba muy segura y trató de convencerlo de que no era buena idea, pero Sebastián insistió tanto, que no hubo otra opción.
Así se hizo, con muchos nervios, la madre de Sebastián visitó a la maestra y le entregó el libro. Le explicó de qué se trataba, le entregó una carta que le había hecho el niño y salió. Dos días después, el corazón de la maestra Lili no resistió y murió.
Todos los alumnos de la maestra Lily sufrieron mucho, en especial Sebastián. Sin embargo, un milagro estaba por ocurrir.
La maestra había dejado una carta que el profesor sustituto leyó en voz alta para todos sus alumnos. Decía así:
Queridos niños:
Si están leyendo esta carta, es porque ya no estoy más aquí en la tierra con ustedes, pero siempre estaré en sus corazones. Gracias por dejarme ser su maestra un buen rato. Espero que recuerden más los aprendizajes que los pequeños regaños que a veces les daba. Siempre eran por su bien. Hoy los cuidaré desde el cielo.
Sebastián, quiero darte las gracias en especial a ti por enseñarme a ser fuerte. Te prometo que lo fui hasta el último día. Y dale las gracias a tu mamá por ese libro que me llevó, me siento muy afortunada de que pude leer las mejores historias de mi vida antes de irme. Espero que pronto tú también lo puedas leer, pues de ahora en adelante, mis ojos… serán tus ojos.
Con amor, Lili.
Y así fue como la maestra Lili le dio el mejor regalo que alguien pudo darle a Sebastián. Tres semanas después, Sebastián ya se recuperaba de una operación difícil, pero de la cual salió más que bien.
Lo primero que quiso hacer Sebastián después de terminar sus terapias y ver perfectamente, fue leer aquel libro de pasta azul. Se lo pidió a su madre y, esta, con muchos nervios, se lo entregó. Cuál fue la gran sorpresa de Sebastián al darse cuenta de que, el libro tenía sólo hojas en blanco, nada había escrito en esas hojas… nada.
—Pero… ¿cómo? —preguntó sorprendido Sebastián a su madre—. Si de este libro salieron las historias más hermosas y divertidas que he escuchado.
—La verdad yo también me sorprendí cuando abrí el libro y descubrí que no había nada. Pensé que había sido una broma de la señora Honey. Pero en cuanto entré, te vi y volví a revisar el libro, salieron de mi boca las mejores historias que pude haber imaginado. Era como si cada hoja en blanco fuera una oportunidad para crear una historia que nos rescatara de esta dura realidad.
—¿Crees que lo mismo le haya pasado a la maestra Lili?
—Seguramente. A veces no queda de otra que crearse un mundo imaginario más divertido que el mundo real.
Al día siguiente, Sebastián y su madre fueron a devolver el libro azul a la biblioteca. La señorita Honey lo dejó en su lugar de siempre, en aquella orilla de la biblioteca, al lado del área infantil. Era momento de que ese libro de pasta azul con una esquina rota le mostrara a alguien más, que todos tenemos la oportunidad de contarnos una historia más esperanzadora… en una hoja en blanco.
Fin.