Purim

Mi reflexión para este Purim

Un viajero llegó una vez a la corte de un famoso Rabino jasídico y le preguntó con la voz entrecortada, con la urgencia de quien busca comprender lo incomprensible: “Rebe, explíqueme, ¿cómo es posible que el pueblo judío siga existiendo a pesar de tantos imperios que han intentado destruirlo?” El rabino sostuvo su mirada, con esa profundidad de quien ha visto el sufrimiento y la redención entrelazados en la historia de su gente, y sin decir una palabra lo llevó a un cuarto oscuro. “Golpea la pared”, le ordenó. El viajero, perplejo, obedeció. Puso toda su fuerza en cada golpe, sintió la vibración bajo sus nudillos, escuchó el eco retumbar en el silencio, pero la pared permaneció firme, inmóvil, indestructible. El rabino entonces encendió una vela. La oscuridad, densa e impenetrable hasta ese instante, desapareció como si nunca hubiera existido. “Eso es Am Israel”, dijo en un susurro que parecía resonar a través del tiempo. “Nos han golpeado una y otra vez, nos han intentado borrar, pero nunca nos han destruido, porque no es la fuerza lo que nos mantiene en pie, es la luz, es la fe, es la historia, es la promesa de que mientras esa llama arda, mientras un solo judío siga respirando, no podrán extinguirnos.”

La historia de Purim es la prueba viva de esa verdad, la historia de una Nación que ha estado al borde de la aniquilación incontables veces, que ha sido marcada para la destrucción, que ha sentido el filo de la espada en su cuello, que ha escuchado los decretos que pretendían borrar su nombre de la historia, pero que cada vez ha prevalecido. Así como cuando Mordejai fue llevado en el caballo real, vistiendo las ropas del rey mientras su enemigo lo conducía en un desfile de honor, el pueblo judío ha transformado la humillación en grandeza y la condena en redención.

Hamán, el ministro persa, no solo planeó destruir a los judíos, quiso arrancarlos de raíz, despojarlos de su identidad, hacer que el mundo olvidara que alguna vez existieron. De hecho, “todos los sirvientes del Rey a la entrada del palacio tendrían que arrodillarse y postrarse ante Hamán, pues esto era lo que el Rey había ordenado a todos los que hicieran. Pero Mordejai no se arrodillaba y no se postraba”. (Ester 3:2) La reacción de Mordejai no era un simple acto de desafío, era la esencia de un Pueblo encapsulada en un instante, era la negación a rendirse, era la convicción de que hay cosas más grandes que la integridad física, que la dignidad no es negociable, que si la historia nos ha dado una única opción, esa opción siempre será resistir. Los siglos han pasado, y Ester y Mordejai no están más entre nosotros, pero la historia no ha cambiado.

 La masacre del 7 de octubre de 2023 no fue un simple ataque, fue la misma sentencia dictada una y otra vez con diferentes nombres, diferentes rostros, diferentes uniformes. Fue el grito del desgraciado Hamán resonando a través del tiempo, el mismo odio que ardió en las hogueras de la Inquisición, que se imprimió en las estrellas amarillas de los nazis, que susurró en la oscuridad de los pogrom, que llenó las cámaras de gas con la ilusión de que finalmente nos habrían erradicado. Pero lo que Hamán, en todas sus formas, y sus perpetradores no entienden es que cada vez que nos han intentado borrar, hemos renacido con más fuerza, con más determinación, con la certeza de que el odio no puede vencer a quien se niega a ser vencido.

Preocupantemente, el antisemitismo no necesita ejércitos ni armas para ser letal. Se viste con nuevos disfraces, se infiltra en discursos de justicia social, se esconde detrás de pancartas, se normaliza en universidades de prestigio, se grita en las calles de ciudades donde generaciones pasadas juraron que “nunca más”. En Harvard, en Stanford, en Columbia, en París, en Berlín, en cada rincón donde se alzan voces que justifican el exterminio con un eufemismo diferente, resuena el eco de la misma amenaza ancestral. Pero como ocurrió en los días de Ester, cuando la desesperanza parecía absoluta, cuando el decreto ya había sido firmado y la suerte del pueblo judío parecía sellada, la historia cambió de rumbo, y aquellos que habían planeado la destrucción fueron testigos de su propia caída. Actualmente, las calles siguen llenas de ruido, la vida sigue su curso, pero hay casas donde la luz se ha apagado. Hay familias que solo cuentan los días, que sostienen la respiración en un limbo de incertidumbre, que miran una silla vacía y sienten que el mundo se detuvo el día en que alguien les arrebató a sus seres queridos. Hay madres que ya no saben cómo dormir sin escuchar los gritos en su mente, padres que han olvidado cómo respirar sin sentir un nudo en la garganta, hermanos que sostienen fotografías porque es lo único que les queda. Pero sabemos que volverán, tarde o temprano. Como ocurrió en aquellos días en que el dolor fue cambiado por alegría y la tristeza por fiesta, en que la amenaza se convirtió en celebración, la oscuridad no es eterna y la luz siempre regresa. El peligro no ha desaparecido. Hamás no es el único Hamán de nuestra generación (Vehi sheamda). Más allá de Gaza, más allá de los túneles y las armas, el odio tiene un rostro aún más peligroso, uno que proclama su intención con una frialdad escalofriante, uno que financia la muerte y predica la destrucción. Pero la historia ya ha dictado su veredicto. Como los asesores de Hamán que vieron el destino de su líder y supieron que la caída era inevitable, aquellos que hoy se levantan contra el Pueblo Judío no han entendido que los planes de destrucción no son más que preludios de su propio fracaso. (VeHakdosh Baruj Hu matzileinu MiIadam). Purim no es solo un recordatorio de la supervivencia judía, es un testimonio de la lucha, de la dignidad, de la resistencia que arde en cada generación. Como quedó escrito para la posteridad, “los judíos tuvieron luz y regocijo y gozo y honra”, porque el pueblo judío no solo sobrevive, sino que ilumina el mundo con su existencia. Desde los soldados que defienden cada centímetro de nuestra Tierra, hasta los jóvenes que desafían el antisemitismo con la frente en alto en las universidades, el espíritu de Ester y Mordejai sigue vivo. Cada generación tiene su Hamán, pero cada generación también tiene su respuesta, y la nuestra es clara: seguimos aquí, seguimos respirando, seguimos construyendo, seguimos viviendo.

Y así, retomando la historia del Rebe, haciendo la misma reflexión que hoy les comparto, el viajero comprendió la respuesta. No era solo una pared. No era solo una vela. Era la historia de su pueblo, de su gente, de su sangre, de su destino, de todo lo nuestro. La historia de una Nación que ha sido golpeada, humillada, expulsada, masacrada y que, sin embargo, sigue de pie. Hamán cayó, y con él, todos los que le precedieron. El mundo ha cambiado, los imperios han nacido y han caído, los opresores han desaparecido en el polvo de la historia, y la vela sigue encendida. En cada hogar judío donde se celebra Purim, en cada soldado que defiende la vida, en cada estudiante que se niega a bajar la cabeza, en cada rehén que seguimos esperando, en cada familia que aún sueña con un reencuentro. La historia de Israel es la historia de una luz que ni la mayor oscuridad ha podido extinguir. Como en Purim, la oscuridad volverá a disiparse. No nos inclinaremos ante quienes desean nuestra desaparición. No lo hicimos antes.

No lo haremos ahora. No lo haremos nunca. Prevaleceremos. ¡Am Israel Jai!

14 Adar, 5785.

ILAN EICHNER W.