Hace unos años, escuché que un niño de 8 o 9 años de edad, tenía su teléfono celular. Bueno, mucha gente tiene un teléfono portátil, y además, parece que no es algo tan caro. Pero, ¿un niño de 8 años necesita uno? Hasta donde recuerdo, no era por alguna razón en especial.
Cuando nosotros éramos pequeños, los celulares no existían. En las películas de ciencia ficción o en las de dibujos animados, había formas distintas para comunicarse a distancia; en la serie del Agente 86 había un zapatófono, y, todo daba la impresión de que en algún momento los teléfonos se revolucionarían tanto que llegaríamos a los celulares de hoy en día, que incluyen Internet, GPS y demás.
Ahora ya no se necesita llevar cuaderno a la escuela, sino que con un iPad, ya estamos muy bien servidos.
El hecho de que no todas las personas puedan darse el lujo de tener todos estos artículos modernos, no nos detiene. Si el vecino lo tiene, nosotros también lo anhelamos. Si el compañero en la escuela lo disfruta, nosotros lo necesitamos también.
Y, no encontramos las palabras y el ejemplo para educar a nuestros hijos para vivir con nuestro propio presupuesto y no el del prójimo, no importando cuánta sea la diferencia.
Si fulanito tiene una gran fortuna y hace una gran fiesta para el Bar Mitzvá de su hijo, una que realmente parezca la celebración de un casamiento, nosotros nos empeñamos en brindarle una igual o mejor a nuestro muchacho. Si tenemos dinero en nuestra cuenta bancaria o no, tal vez no sea lo más importante –uno siempre puede endeudarse un poquito más…
Además de tomar en cuenta una fiesta que representa algo muy valioso en nuestra religión, como la mencionada en el párrafo anterior, también podemos “invertir” nuestras respectivas riquezas (o endeudamientos) en viajes y demás. Para eso, sí que tenemos imaginación.
Escuché en un programa de radio que una actriz tenía 120 pares de zapatos –me pregunto, ¿cómo haría uno para usarlos todos? Aunque, primero me cuestionaría cuánto tiempo necesita para probárselos y comprarlos, y qué tanto espacio es preciso para almacenarlos. Y, tal vez ninguna vez va a encontrar ese par que sea su favorito, porque no va a poder ponerse ninguno las suficientes veces para encariñarse con él.
¿Cuántos pares de zapatos podemos calzar a la vez? Y, ¿cuál es la sabiduría de tener una bodega llena de zapatos? (Tal vez no habían contado las sandalias, pantuflas, “crocs”, huaraches y demás) –me parece un gran desperdicio, aunque tal vez yo no debería opinar nada porque no soy actriz.
Si tenemos un automóvil, debería ser del año y hay que cambiarlo constantemente.
Lo mismo ocurre con las computadoras, de las cuales sacan un software nuevo cada tanto, para que los programas anteriores no funcionen y tengamos que actualizarnos; por mientras, hay que tirar a la basura, literalmente, la computadora vieja, con sus programas anticuados, y llenar de desperdicios el mundo, lo que ecológicamente, no es muy bueno, pero, eso sería tema para otra ocasión.
Hasta la próxima, estimado lector.
1965miriamrojl@gmail.com