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Desde Medio Oriente. Más luces que sombras en el reinado de Abdullah

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Esther Shabot

Cierto, Arabia Saudita, a pesar de su riqueza y su impresionante infraestructura urbanística, sigue viviendo en muchos aspectos como si el siglo XXI no hubiera llegado. Aún las mujeres están sometidas a una desigualdad denigrante dentro de la cual son dependientes obligadamente de los hombres para un sinfín de situaciones, mientras que la disidencia política carece de posibilidades de expresión, reprimida inclementemente por el aparato de seguridad del Reino.

Y sin embargo, un breve recorrido por la trayectoria del Rey Abdullah Ibn Abdelaziz recientemente fallecido a los 90 años de edad, revela que él emprendió las reformas más importantes registradas nunca en Arabia Saudita. Es un hecho que los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos fueron el toque de alarma para dar el golpe de timón. En aquel entonces Abdullah era príncipe heredero pero en realidad ya constituía la figura dominante a cargo de las decisiones políticas del país. Para él, el que tanto Bin Laden como quince de los 19 terroristas fueran sauditas se convirtió en la evidencia más clara de que el Reino había creado monstruos a partir de sus políticas de los años previos. La inmensa cantidad de recursos volcados dentro y fuera de Arabia Saudita para fundar y hacer funcionar “madrasas”, escuelas de enseñanza exclusiva del Corán en la versión wahabita dominante en el Reino y extremadamente fanática, había tenido un gravísimo efecto colateral contraproducente: el fanatismo religioso que promovió llegó a la conclusión de que el liderazgo de los Saud era un traidor a la causa islámica debido a sus múltiples nexos económicos con Occidente y a su invitación a las tropas estadunidenses a apostarse en territorio árabe cuando la invasión de Saddam Hussein a Kuwait en 1990.

Los atentados terroristas se extendieron entonces también a las ciudades sauditas y eso detonó un cambio radical de visión en Abdullah. A principios de 2002 emitió la Iniciativa Árabe de Paz para el caso Israel-Palestina, que aun cuando no ha fructificado sigue siendo una carta importante para un eventual proceso diplomático destinado a solucionar dicho conflicto. Pero además, inició dentro de su país un proceso paulatino de otorgamiento de mayores derechos a las mujeres, sobre todo en el área educativa, fundando universidades que las acogieron y rompieron con el tabú respecto al obligado mantenimiento de las mujeres en el analfabetismo y la ignorancia. Más tarde decidió incluir mujeres en el Consejo de la Shura, cuerpo asesor de las decisiones reales, al tiempo que volcó recursos para mejorar las condiciones de vida de las mayorías y envió a estudiar a miles de sus jóvenes al exterior a fin de enriquecer las fuerzas productivas locales.

Logró también la inclusión de Arabia Saudita en el G-20 que agrupa a las mayores economías del mundo y, paradójicamente, asumió un liderazgo firme contra el islamismo radical que cobró impulso a partir de las convulsiones sufridas en el mundo árabe durante las revueltas y protestas del 2011 en adelante. Enemigo tanto de la Hermandad Musulmana como del régimen de Bashar Assad y del ISIS, actuó contra ellos sin dejar de lado a su más amenazante rival, el régimen iraní de los Ayatolas encaminado a la obtención de un arsenal nuclear. Esto fue su más grande preocupación, y de hecho sus diferencias últimas con Estados Unidos tuvieron que ver con las distintas perspectivas que respecto al manejo del problema iraní sostienen Washington y Riad.

Salman, de 79 años y presuntamente limitado en sus condiciones de salud, ha sido nombrado nuevo monarca, pero se sabe que el príncipe Maqrin, más joven, será en realidad quien enfrente el desafío de mantener la estabilidad del Reino siguiendo la línea heredada por Abdullah y promoviendo paralelamente los cambios internos requeridos para que los muchos atavismos que aún marcan a la vida saudita sean superados.

Fuente: Excélsior, 25 de enero, 2015.