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El número cuarenta

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Becky Rubinstein F.

El Sefer Yetzirá nombra indirectamente al número cuatro, al referirse a las tres letras madres, generadoras, a su vez, de los cuatro elementos fundamentales de la naturaleza: agua, fuego, aire y tierra.

Cuatro, por otra parte, se relaciona al Nombre Sagrado del Tetragrama-constituido por las letras hebreas Yod, Hei, Vav, Hei: "Símbolo de los diferentes mundos. El punto supremo es la Yod que representa a Adam Kadmón o la Corona; el cuerpo de la Yod representa, a su vez, al Mundo de la Emanación; Hei, el de la Creación; Vav, el de la Formación y por último, la Hei, al mundo de la acción” (60).

El número cuatro identifica a las cuatros Madres de Israel: Sara, esposa de Abraham; Rivká, esposa de Itzjak; Rajel y Lea -esposas de Yacob contraparte del Patriarcado conformado a su vez, únicamente por tres padres, como ya se indicó con antelación.

El número cuarenta, la multiplicación de las diez Sefirot por el número cuatro, del Tetragrama y de los mundos ligados al mismo aparece en múltiples ocasiones en el Viejo Testamento: 4O son los días y 4O, las noches del Diluvio Universal, a causa de los pecados del hombre; durante 4O años los hijos de Israel deambularon por las arenas del desierto, de la esclavitud a la libertad; Moisés se elevó a las alturas del Monte Sinaí por un período de 4O días, tiempo necesario para inscribir en piedra los mandamientos divinos; 4O son los días de purificación de toda madre, recién parida, en Israel.
Número 40: de nueva cuenta un sistema numérico perfecto y de inigualable poder, capaz de trastocar realidades, de generar y regenerar, de recuperar el equilibrio perdido, tras una falta de equilibrio: llámese trasgresión, alumbramiento, esclavitud, enfermedad.

En el caso del diluvio, las aguas de la misericordia, representadas por Abraham -vinculado a la mano derecha la dadora- se transforman en agua rigurosa, más apegada al fuego, a la Sefirá de Guevurá o del Rigor -simbolizada por Isaac, hijo de Abraham. Las aguas benefactoras transmutan su carácter: en lugar de vida, acarrean la muerte”.

Y llovió durante cuarenta días y sus noches, tiempo necesario para "limpiar" los pecados de la humanidad y volver al equilibrio, al reinicio de una nueva etapa a partir de cero. Cuarenta son los años del éxodo bajo el excesivo calor del desierto, fuego depurador de una generación esclava. Quizá solo este podría decantar y purificar al pueblo imbuido en la sumisión; quizá solo el fuego podría destruir y construir una nueva generación, la de la esperanza.

Durante cuarenta días, Moisés finiquitó su obra, más cerca del cielo que de la tierra-del reino de Maljut, ligado a lo terreno, a la materia, al mundo de David, símbolo del conflicto, de la beligerancia, mundo al que pertenecemos-.

Moisés, más cerca del Ein Sof, del Infinito, logró empaparse de la verdad suprema, de la luz, trasmutando el espíritu esclavo por uno más libre; por supuesto, que transmutar y purificar su propio espíritu. Como ya se indicó antes, más lejos de D-os, más lejos de la tierra.
En resumen, el número cuarenta nos habla de un valedero proceso de iluminación, de decantación, de limpieza. Recordemos la Cuarentena, período de aislamiento que conlleva a la recuperación del enfermo, o bien de una parturienta. Como está escrito: "Yahvé habló a Moisés diciendo: 'Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando una mujer encinta da a luz un varón, será impura durante siete días. El octavo día será circuncidado el prepucio del hijo, pero la madre continuará retirada durante treinta y tres días más en la sangre de su purificación..."(Lev. 12, l:4).

Ya en el plano del cristianismo, el ya mencionado Ferguson, hace referencia al número 4O, para quien: "Es una cantidad simbólica de un período de prueba. Los israelitas vagaron por el desierto cuarenta años, y durante un tiempo igual fueron esclavos de los filisteos. Cuarenta días permaneció Moisés en el Monte Sinai y cuarenta días con sus noches duró el diluvio. Después de su bautismo, Cristo pasó cuarenta días en el desierto, tentado por el diablo, lo que se conmemora actualmente con los cuarenta días de la Cuaresma. Esta cifra es empleada, a veces, como símbolo de la Iglesia militante”.

En efecto, la Cuaresma, representa un período de prueba, de purificación a través de la restricción de la carne en beneficio del alma. Se trata pues, de una victoria anímica, tras una reconsideración y lucha moral. Ya en la literatura, específicamente en la española, encontramos un ejemplo de lo más dilucidador: el de la contienda entre Don Carnal y Doña Cuaresma durante el período de la Cuaresma cristiana. Se trata, en concreto, de la batalla metafórica entre la materia y el espíritu, entre la carne y la salvación, entre Cristo y el demonio, entre el cristianismo y el paganismo. En dicha obra, se entabla una lucha a muerte entre la carnalidad y la espiritualidad: entre la carne y el pez‚ este último, según Ferguson, el símbolo del sacrificio de Cristo.

A nuestro juicio, la Cabalá o misticismo judío proporciona las bases de dicha contienda anímica. Según sus parámetros, existen diferentes categorías de energía: hay seres más cercanos a la luz que otros. Por ejemplo el Buey Apis de los egipcios puede ejemplificarlo, cuyas cuatro patas están ligadas a la tierra, al centro de gravedad que la atrae a lo físico, símbolo del "deseo de recibir para uno mismo". En cambio, el pez, conectado al agua, a la misericordia, a Jesed, representa a los justos en espera de hallar, finalmente, la redención. El pez, desvinculado, por completo, de la gravedad terrestre, desconoce todo impulso egoísta. Para él, no existe vínculo alguno con el mencionado "deseo de recibir para uno mismo". Por el contrario, el pez representa a Cristo o a la experiencia crística, prototipo del sacrificio en la tierra.