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Erdogan y las elecciones del día de hoy en Turquía

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Esther Shabot

Es un hecho que el actual primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, después de más de una década de gobernar, se convertirá ahora, tal como las encuestas lo señalan, en el nuevo presidente de su país. Su táctica de orquestar un cambio constitucional para elegir a la figura presidencial mediante el voto popular directo, además de sus maniobras para acrecentar las funciones reales de la presidencia –antes caracterizada esta por un perfil modesto y básicamente ceremonial- le prometen permanecer en la escena política bajo un título diferente, pero con el mismo o mayor protagonismo y poder. De alguna manera este operativo recuerda la forma como no hace mucho en Rusia, Vladimir Putin, alternó puestos con Medvedev para cubrir la apariencia de alternancia, pero manteniendo en sus manos firmemente el timón del país.
Erdogan enfrenta en estos comicios a dos competidores: Ekmeledin Ihsanoglu, postulado por el Partido Republicano del Pueblo y el Partido del Movimiento Nacionalista, y Selahtin Demirtas, un ciudadano kurdo que representa los intereses de la nutrida minoría kurda que habita en Turquía y que ha padecido desde siempre de discriminación y represiones violentas por parte del aparato oficial. Sin embargo, es evidente que ambas figuras no tienen ninguna oportunidad de triunfar ya que Erdogan, desde su posición actual de poder, ha contado con ventajas inmensas para reforzar su imagen y promoverse. Y lo ha hecho de una manera no precisamente limpia ya que la descalificación y el insulto hacia sus oponentes han sido la tónica. Desde acusaciones de formar parte de entidades conspirativas, de ser “títeres de los sionistas” de pertenecer a elites occidentalizadas que traicionan la verdadera esencia del pueblo turco, hasta alusiones veladas a que por ejemplo, Ihsanoglu es un cristiano oculto que por ende no está conectado con la raíz islámica del pueblo. Y si bien la oposición a Erdogan ha respondido acusando a este de graves actos de corrupción, existe una asimetría notable en cuanto a la capacidad de transmisión de los mensajes que posee Erdogan por una parte, e Ihsanoglu y Demirtas por la otra.
Es cierto que Turquía bajo el mando de Erdogan ha gozado de un crecimiento económico notable y ha logrado posicionarse en la esfera regional como un actor político de suma importancia sobre todo en vista de las peligrosas turbulencias desatadas a partir de la llamada “primavera árabe”. Pero también es un hecho que él y su partido de la Justicia y el Desarrollo concentran cada vez más poder en sus manos y despliegan políticas francamente autoritarias teñidas de una visión islamista que va perdiendo aceleradamente su compromiso con valores democráticos y liberales.
Una y otra vez, por ejemplo, ha realizado purgas de elementos incómodos dentro de la fiscalía nacional y la policía, ha incrementado los poderes de los servicios de inteligencia para destruir a sus opositores, y ha prohibido intermitentemente el acceso a YouTube y Twitter para acallar las críticas a diversos episodios de su gestión, en especial a partir de los acontecimientos relacionados con las protestas por el Parque Gezi. Así, la obtención de más poder inherente a las maniobras realizadas por Erdogan para ganar la presidencia y dotarla al mismo tiempo de más músculo, promete para Turquía una atmósfera bastante menos democrática, con más tensiones sectarias entre sus diversos componentes étnicos y religiosos, y con mayor injerencia de las prácticas religiosas islámicas en la vida pública. A cerca de cumplirse un siglo de las reformas de Kemal Ataturk que fueron el pilar de la modernización de Turquía, el proyecto de país que Erdogan sustenta parece alejarse a pasos acelerados de tal modelo.
Fuente: Excélsior, 10 de agosto, 2014.