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Celebrar el presente, honrar el camino: el pulso vivo de Yom Haatzmaut
Desde los días fundacionales del Estado de Israel, Yom Haatzmaut ha sido mucho más que una efeméride nacional. Es una celebración que, año tras año, refleja la historia viva de un pueblo que eligió no solo sobrevivir, sino construir, soñar y pertenecer.
En su primera conmemoración, en 1949, Israel tenía apenas un año de vida. El país aún estaba marcado por la guerra de independencia, por la llegada masiva de inmigrantes, por la escasez y la incertidumbre. Sin embargo, la alegría por la existencia de un hogar propio era más fuerte que cualquier desafío. Las celebraciones de entonces eran sobrias, íntimas, casi improvisadas. Un puñado de actos oficiales, algunos discursos, reuniones en plazas o sinagogas, y un sentimiento profundo de gratitud y asombro colectivo.
Con el paso del tiempo, a medida que Israel se fue consolidando, la forma de celebrar también se transformó. Yom Haatzmaut se convirtió en una fiesta nacional en el sentido más pleno: desfiles, fuegos artificiales, conciertos, bailes folklóricos, eventos en cada rincón del país, y por supuesto, la infaltable barbacoa el mangal que reúne a familias, amigos y comunidades en un ritual tan festivo como identitario.
Pero más allá del colorido y la alegría, la fecha ha adquirido también nuevas capas de significado. Hoy, Yom Haatzmaut es un espejo de la sociedad israelí en toda su complejidad. Se ha vuelto más inclusivo, más representativo, más conectado con las distintas voces que conforman el país. Cada comunidad encuentra en esta jornada una manera de expresar su vínculo con el Estado, ya sea a través de la cultura, la música, la memoria o la acción social.
La tecnología, además, ha expandido los límites geográficos de la celebración. Desde América Latina hasta Europa, desde Sudáfrica hasta Australia, las comunidades judías de la diáspora se suman con eventos propios, transmisiones en vivo y actividades virtuales que fortalecen el lazo con Israel y con su historia. En este sentido, Yom Haatzmaut también se ha convertido en un puente: entre generaciones, entre pueblos, entre quienes están cerca y quienes sienten cerca desde lejos.
Lo esencial, sin embargo, permanece. La emoción de ver nuestra bandera ondeando al viento. El orgullo de cantar juntos Hatikva. El recuerdo de quienes hicieron posible este día. Y la certeza de que la independencia no es un hecho estático, sino una tarea diaria, una construcción colectiva.
Yom Haatzmaut nos recuerda que Israel es, a la vez, milagro y desafío. Que la alegría no borra el dolor, pero sí lo trasciende. Y que mientras haya quien celebre con esperanza, la historia seguirá viva.