Para las declinantes comunidades cristianas de Irak y Siria, no hubo esta vez festejos de Navidad ni Año Nuevo.

Para las declinantes comunidades cristianas de Irak y Siria, no hubo esta vez festejos de Navidad ni Año Nuevo. Aunque a primera vista los motivos son distintos en cada uno de estos casos, en el trasfondo la causa primigenia es la violencia incontenible que ha alterado y sacudido la vida de las poblaciones que ahí habitan.

Siendo los cristianos minoría en esos entornos mayoritariamente musulmanes, han quedado atenazados entre las luchas sectarias locales y las intervenciones de actores internacionales, como Estados Unidos, Rusia, Turquía e Irán, además del flagelo encarnado   por el Estado Islámico o ISIS que, con crueldad insólita, arremetió contra ‘los infieles’ de toda esa zona.

Hoy en Irak, el conflicto nacional más visible es el representado por las protestas populares iniciadas desde el 1 de octubre pasado contra la ineptitud y corrupción de la clase política que tiene sumido al país en la violencia, la crisis económica y la falta de esperanza en un mejor futuro.

La represión de tales manifestaciones por la autoridad ha sido brutal, con saldo de cientos de muertos y heridos. Por este motivo, los cristianos de Irak, en su mayoría del rito caldeo, anunciaron su decisión de no celebrar festejos ni de Navidad ni de Año Nuevo, en señal de luto y como muestra de respeto  hacia las víctimas caídas en este movimiento popular que sigue en pie de lucha.

Fue así que el cardenal Luis Rafael Saco, patriarca caldeo de Irak, anunció que no habría árboles de Navidad decorados en iglesias y plazas, tampoco recepciones oficiales en la sede del patriarcado ni misas nocturnas en las iglesias de la capital, debido a razones de seguridad. “Este año, solo rezaremos por las almas de las víctimas, por el pronto restablecimiento de los heridos y porque se restaure la normalidad en la vida”, declaró, al tiempo que exhortaba a los fieles a ser solidarios y donar lo que les fuera posible a orfanatos y hospitales.      

Cabe recordar que los cristianos en Irak constituyen una de las comunidades más antiguas en esas tierras pues su presencia ahí se remonta a los primeros siglos de la era común. Contaba en 2003 con 1,500,000 miembros, lo que representaba cerca de 6 por ciento de la población total. A partir de los cataclismos que han golpeado al país desde el derrocamiento de Saddam Hussein, su número se ha reducido significativamente, aunque no hay datos confiables que puedan certificar la magnitud del decremento.

En Siria, el destino de su población cristiana también ha sido trágico. Antes del estallido de la guerra civil en 2011, constituían cerca del 15 por ciento de la población, pero al igual que en el caso iraquí, la violencia de la propia guerra, a la cual se agregó la campaña del ISIS para acabar con cualquier sector étnico o religioso que no cuadrara con el sunismo radical que enarbolaba esa salvaje organización, masacró a decenas de miles, por lo que muchos de los sobrevivientes se exiliaron en Europa, Canadá, Líbano y Australia. Más recientemente, los que habitaban en la zona noreste del país, controlada por los kurdos y atacada por Turquía, han estado sufriendo las mismas penalidades y desplazamientos forzados que sus compatriotas kurdos.

Es así como aldeas tradicionalmente habitadas por cristianos lucen ahora desérticas, y sus iglesias, hoy en el abandono, presentan las cicatrices de disparos de morteros. En esta última Navidad algunos de los remanentes de esa población acudieron a la misa de la iglesia del poblado de Tal Tamr, una de las pocas que aún siguen en funciones y por tanto congregaba a multitud de fieles. “No nos hemos molestado en reconstruir las iglesias destruidas, porque las aldeas están vacías ya de cualquier modo”, expresaba con dolor el reverendo Boghos Ichaiya, encargado del lugar.

Hay estimaciones de que cerca del 50 por ciento de la población cristiana siria ha buscado refugio fuera de su patria natal.

En Siria, la tristeza, la añoranza y sobre todo el miedo, reinaron durante las celebraciones cristianas de fin de año. No hubo reuniones familiares festivas porque el ambiente fue de luto, luto por la paulatina y trágica desaparición de una comunidad cuya presencia en esa región data de hace casi dos milenios.

 

//Esther Shabot*

Fuente: publicado en Excélsior, 4 de enero de 2020.

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