En Janucá conmemoramos varios eventos: las batallas ganadas por los macabeos,
el exilio griego, la recuperación del Gran Templo y el milagro del aceite. Sin embargo, lo más importante de la festividad es recordar a la menorá que se prendía en el Gran Templo; en honor a ella prendemos las velas de Janucá.
La menorá tiene varios simbolismos, representa la luz de D-os que se abre entre la oscuridad e ilumina al mundo; el estudio de Torá y la sabiduría de los grandes sabios y la unión del pueblo de Israel. Pero, sobre todos sus significados la menorá de Janucá o januquiá representa la determinación de seguir a D-os y la Torá en todo momento; el deseo de luchar por su preservación, estudio y observancia. Las siguientes historias del Talmud nos recuerdan tanto la importancia de la determinación religiosa como la crueldad de la época griega.
El templo de oro
Según rabí Judá, los judíos de Alejandría prosperaron bajo el gobierno de Grecia, disfrutando de un suntuoso estilo de vida, envidiado por todos.
– El que no viera su sinagoga – les contaba Judá a sus hermanos rabíes -, nunca habrá visto la verdadera gloria de Israel. Su templo fue construido como una basílica. Tenía columnatas dentro de columnatas. Y había veces en que se reunían allí dos veces el número de judíos que dejaron Egipto, que fueron alrededor de 1.2 millones.
Por dentro, el templo tenía 71 pilares de oro, uno por cada uno de los 71 miembros de la Gran Asamblea – lo adornó Judá -. Y cada uno de estos pilares tenía al menos 21 bloques de oro.
– Eso es increíble – dijeron los otros rabíes.
– En el centro del edificio – sigue contando – estaba la bimá, hecha de madera. El chantre de la congregación se ponía allí, de pie, sosteniendo una tela. En los momentos adecuados hacía una señal con la tela para que la asamblea respondiera ‘Amén’ a la oración.
Pero lo más extraordinario – continuó Judá – era que los asientos estaban dispuestos en un orden especial. La gente se sentaba según sus ocupaciones. Los orfebres se sentaban juntos, los plateros también, y así con todos, los herreros, los molineros y los tejedores.
– ¿Había algún motivo espiritual para esa disposición de los asientos? – preguntó un rabí.
– No, era más una cuestión pública – respondió el rabí Judá -. Así, cuando entraba un hombre pobre en el edificio, podía reconocer a aquellos de su propio talento y oficio. Y, sentándose con ellos, era más probable que conociera gente que le podría ayudar, con lo que podía mejorar la vida de su familia.
– Suena todo tan maravilloso… – coincidieron los rabíes.
Fue entonces cuando el rabí Abaya levantó la voz.
– Sí, fue todo maravilloso hasta que Alejandro de Macedonia llegó y masacró a todos aquellos judíos.
Un silencio profundo cayó sobre el grupo. Luego, uno preguntó:
– ¿Y cuál fue el motivo para tan espantoso castigo?
– El haberse negado a seguir la advertencia de no volver nunca más a Egipto, después de haber escapado del faraón con Moisés – dijo rabí Abaya. No importó que volvieran bajo mandato griego. Aún así, fueron sentenciados a muerte.
Fuente Talmúdica: Succah 51 b
Fuente: Parábolas del Talmud