Crecí con la idea de que lo peor era quedarse sin trabajo, sobre todo porque eso podría significar quedarse en la calle. Fracasar. Ser un don nadie.
Cuidaba mis trabajos y cumplía al 100 por ciento, quizá no porque estuviera satisfecho o porque ello representara un aporte mío al mundo, sino porque ello me impedía quedarme en la calle.
Un día allá por el 2003, habiendo terminado la universidad, viviendo solo y trabajando en lo que pudiera, leí en un libro una frase que fue liberadora de algo que venía cargando por lo menos 27 años, decía algo así como: “Puedes perderlo todo, incluso tu trabajo, puedes quedarte absolutamente desnudo en medio de la calle, pero al final te tendrás a ti, y eso es todo lo que se necesita para comenzar de nuevo”.
Esta imagen puso frente a mí una confianza hasta entonces desconocida. “¿Entonces no era cierto que quedarse en la calle era lo peor?” No, absolutamente. Quedarse sin uno mismo era lo peor.
Hoy, con los sismos y huracanes que están azotando a México, aprendo algo más: lo peor sería quedarme sin el otro, sin los otros que están ahí porque miran e intuyen que les necesito.
Antes pensaba que la empatía era lo más importante, pero hoy sé que lo es la solidaridad.
Esta solidaridad nos lleva a un camino común, y eso, según aprendí con Viktor Frankl, es lo que nos convierte en una verdadera comunidad, y no solo en una masa de individuos indiferenciados unos con otros. En la comunidad sigue siendo la libertad y la responsabilidad individual el sello de mi humanidad.
Estemos bien siendo comunidad a partir de ahora, sin discriminaciones, sonriendo al desconocido cotidianamente. Recuperemos nuestra profunda humanidad conviviendo en comunidad.
¡Abrazo conmovido y desnudo de prejuicios!