El árbol mágico

Título: El Árbol Mágico
Categoría: Secundaria / Cuento
Pseudónimo: Rose 12

Soy Applebe, una manzana que vive en una hermosa casa en el campo. Mi vida solía ser muy alegre. Vivía con muchos amigos y familiares en una familia frutal, todos nosotros en el frutero de la cocina. Pero las cosas cambiaban cuando llegaba Sophi, la niña que vive en la casa, junto con su hermano Diego.

Sophi y Diego tenían una costumbre que me ponía muy triste. Cada vez que comían una fruta, solo daban una mordida y luego la tiraban a la basura. ¡Imagínate! ¡Toda mi familia y mis amigos terminaban en la basura! A veces pensaba en lo triste que era ver a mis amigos: las manzanas, las peras, las uvas y los mangos irse así, sin haber tenido la oportunidad de ser disfrutados completamente.

Yo tenía mucho miedo de que también corriera con la misma suerte y me tiraran porque no querían más fruta. ¿Qué pasaría si sólo me dan una sola mordida y luego me dejan en la basura? Me sentía muy insegura, temía que eso significaba que no servía para nada.

Un día, Sophi invitó a una amiga a su casa. La amiga notó el bote de basura lleno de frutas con solo una mordida cada una y le preguntó: “¿Por qué hay tantas frutas mordisqueadas tiradas en el bote de basura?” Sophi, sin pensar, le respondió descortésmente: “Ya no quería más y decidí tirarlas. ¡No son importantes, son frutas insignificantes!”

La amiga se fue muy triste y enojada. Yo me sentí un poco feliz de que al menos alguien había cuestionado lo que estaba pasando. Sentí que había una pequeña posibilidad de que Sophi pudiera cambiar de opinión.

Poco después, Diego llegó y le preguntó a Sophi por qué su amiga se había ido tan rápido. Ella, con lágrimas en los ojos, le contó a Diego sobre la conversación. “No sé por qué se fue, creo que me enojé mucho cuando me preguntó sobre las frutas en la basura. ¿Verdad que no importan? Son solo frutas insignificantes”. Diego, con tono indiferente, respondió: “Como tú dices, no importa. Son solo frutas.”

Eso me hizo sentir aún más triste. ¡Cómo desearía que las frutas pudiéramos expresarnos o por lo menos llorar! Si pudiéramos, habría un lago de lágrimas en todo el campo.

Un día, Clara, la mamá de Sophi y Diego, preparó un mango para el almuerzo. El mango se llamaba Chili y era mi buen amigo. Chili siempre estaba lleno de energía y alegría, pero, al igual que mis otros amigos, tenía miedo de ser desperdiciado.

Cuando Sophi y Diego regresaron de la escuela, Sophi le contó a su mamá sobre una plática en el colegio. Habían hablado de la importancia de las frutas y cómo no se deben desperdiciar. Clara estaba emocionada, pensando que tal vez su hija había aprendido algo importante. Pero cuando Sophi terminó de contarle, dijo: “No entendí mucho, así que comí un pedacito del mango y tiré el resto.”

Clara, decepcionada, le pidió que fuera a buscar la comida que le había dejado en la cocina. Mientras tanto, yo pensaba en Chili, mi amigo el mango, y me sentía muy triste por lo que le había pasado.

Un día como cualquier otro, los niños regresaron del colegio. Siempre Clara les preguntaba si se habían comido la fruta, pero esta vez ya no les preguntó porque se esperaba la misma respuesta que siempre: “Solo me comí un cachito y lo demás lo tiré”.  Sin embargo,  entró Sophi muy emocionada y le comentó a Clara: ¡Mamá, hoy sí me comí toda la pera!, es que nos dijeron en clase de ciencias naturales, que si todos nos comíamos una fruta cada día de esa semana, además de que es sano, nos van a enseñar un experimento para reutilizar las frutas en nuestra casa. Clara, con los ojos llenos de alegría y orgullo, le dio un fuerte abrazo y la felicitó.

La noticia en el frutal viajó rápidamente, alegrándonos a todos. Mi amiga Pera logró su objetivo pues no lo desperdiciaron. Pasó la semana y Sophi también cumplió su objetivo, llegó a contarle a su mamá lo que hizo en el experimento y le pidió hacerlo en el campo. Se apresuró con entusiasmo y me tomó del frutero, me saboreó tanto que mi delicioso jugo escurría por sus labios rojos. Cuando ya casi no quedaba nada de mí, para mi sorpresa, tomó mis semillas y las arrojó en la tierra, justo afuera de su ventana.

Después de un tiempo, de mis semillas empezaron a crecer lindos tallos verdes con hermosas hojas, posteriormente mis tallos se engrosaron convirtiéndose en tronco, y así yo, de ser una fruta ¡me había convertido en un árbol!  Sophi venía todos los días a platicarme y regarme.  Ahora, además de un árbol, era su amigo, le daba sombra cuando los rayos del sol querían penetrar su frágil piel. 

Los meses fueron pasando y todo transcurría como de costumbre, hasta que una noche una terrible tormenta invadió el campo sacudiendo con sus fuertes vientos y lluvia, yo me arraigué a la tierra para no desprenderme, ¡no podía rendirme!, no quería que fuera mi fin.  Mis hojas, al verme luchar, se arraigaron a cada una de mis ramas.

Por varios días Sophi y su familia no salieron al campo,  hasta que por fin una mañana llegaron a visitarme nuevamente Diego y Sophi, pero ahora me miraban como nunca lo habían hecho. Yo no entendía qué pasaba. Llamaron a gritos a toda su familia, quienes no dejaban de abrazarme y bailar a mi alrededor. Entendí que yo era el único árbol que había logrado permanecer lleno de hojas después de la tormenta y eso era una esperanza para todos. Lamentablemente esa felicidad terminó pronto, con los sembradíos y cosechas destruidas, el hambre había llegado y la comida estaba escaseando.

Veía cómo Sophi había perdido peso. Ella me abrazaba llorando y sus lágrimas iban penetrando mis raíces. Esos días mágicamente empecé a florecer, en mí crecieron flores hermosas  de todos colores que embellecieron todo el campo y junto con mis flores nacieron mis frutos, unas deliciosas manzanas multicolor que saciaron el hambre que había en esos momentos.

Y así, de ser una simple fruta que pudo haberse tirado a la basura, me convertí en un árbol mágico que trascendió.