Título: EL DIABLO DEL PARQUE MORELOS
Categoría: Abierta / Cuento
Pseudónimo: Alan Edgar
No puedo explicarlo, pero todas las veces que he viajado a Guadalajara por avión, invariablemente me ha sucedido algo sorprendente, inexplicable. Hace poco más de dos años que no he ido. Veremos qué me pasa hoy.
Ya no es igual que antes. Ya no soy el mismo. Las desmañanadas ya me pesan, pero el vuelo de las 6.50 de la mañana es el más conveniente para poder regresar hoy mismo. En cuanto me siente, estoy seguro de que me voy a quedar dormido.
La sala de espera está casi llena. Voy a dar una vuelta para ver si encuentro un lugar donde sentarme y si no, me voy a tener que sentar en una sala cercana, manteniéndome bien despierto paraque no me pase lo que hace años, que me dormí, el vuelo se fue y tuve que tomar otro de madrugada. Esa fue la vez de la Osito de Peluche.
-Alan, Alan, aquí hay lugar, ven-
Al principio no reconocí a quien me gritaba así. Solo vi un enorme bulto levantarse y venir corriendo hacia mí. Antes de que pudiera yo reaccionar y dejar la maleta en el piso, me dio un abrazo tal que me dejó sin aire.
-No lo puedo creer- dijo Osvaldo. -Otra vez nos encontramos aquí, en el aeropuerto, para tomar un vuelo de madrugada a Guadalajara. Igual que hace … ¿Cuántos? ¿8 años?-
Así era. Osvaldo había trabajado para mí. Fue durante varios años el gerente de mis tiendas, hasta que decidí cerrarlas.
Adiós siesta en el avión, aunque me da gusto verdadero verlo de nuevo. Habíamos trabajado juntos por muchos años y ahora no entiendo por que la relación se enfrió.
-¿Qué asiento te toco?- me preguntó.
El 3C, pasillo, como siempre, ¿y tú?
-El 29F, el último del rincón, que además, no se reclina- respondió.
-Pero nos vemos al bajar del avión, dejé mi coche en el aeropuerto. Te llevo a donde necesites ir?- me dijo efusivamente. -Me da tanto gusto verte! Además, tengo algo interesante que contarte, he estado pensando mucho en ti.-
El vuelo salió a tiempo y a las 8.05 estábamos aterrizando en Guadalajara. Como solo llevaba equipaje de mano, esperé en la sala de equipajes a que apareciera Osvaldo. Él tampoco había documentado, así que salimos rápido y nos dirigimos al estacionamiento. En el camino nos pusimos al tanto de nuestras vidas, de las familias, de las parejas, las ex, los hijos y la salud.
Ya dentro de su camioneta, con un tono de voz repentinamente serio me dijo:
-¿Recuerdas cuando tenías las tiendas y venías cada dos semanas?-
-¿A que lugar me pedías invariablemente que te llevara antes de empezar a trabajar?-
Al Parque Morelos, por una nieve raspada, respondí.
-Exacto. Pues hoy vamos a ir. Te vas a llevar la sorpresa de tu vida. Espero que la soportes. Es muy fuerte-
Te agradezco Osvaldo, pero tengo una cita a las 10.00. Aunque me encantaría ir, no nos alcanza el tiempo, le dije.
-Bueno, si ahorita no puedes, haz un espacio antes de que regreses a la Ciudad de México, No nos va a tomar más de media hora y luego te traigo al aeropuerto.-
Me parece una excelente idea, pero no se a qué hora me voy a desocupar, espero que sea antes de la hora de la comida.
Le di la dirección donde era mi cita y en el camino me preguntó:
-¿Te acuerdas de que una vez me platicaste algo que te contó tu abuela acerca un suceso grave, trágico que hubo en tu familia hace mucho años, relacionado con el Parque Morelos? Por favor, cuéntamela de nuevo, no vaya a ser que me falla la memoria-
¿Por qué mencionas eso especialmente?, ¿A qué viene al caso? Le pregunté
-Confía en mí. Ya lo verás- respondió, – pero cuéntame, tenemos que aprovechar el tiempo.-
Ahí te va, pues:
Mi bisabuela Porfiria quedó viuda joven, con cinco hijos pequeños; Manuel, Refugio “Cuca”, Natalia, “Nata”, Margarita y Jesús “Chuy”.
Recuerdo que cuando era niño, mi mamá me llevaba a visitarla, a su molino de nixtamal, muy cerca del Mercado Hidalgo. Con ella trabajaba Cuca y el resto de la familia se dedicaba al negocio de la tortilla. Dos hijos de Nata repartían todas las madrugadas la masa a muchas tortillerías de la ciudad, incluyendo la de mi abuela Margarita.
No se podía desayunar sin tortillas calientitas, recién hechas a mano, por lo que las tortillerías empezaban a trabajar a las 6 de a mañana o antes y los molinos en los que se nixtamalizaba el maíz y se molía para hacer la masa, empezaban su día alrededor de las 4.30.
Cuando mi abuela ya estaba grande, frecuentemente en mis viajes, la iba a visitar, como recordarás, porque tu me llevabas a su casa.
Había veces que, estando platicando, de pronto gritaba y me pedía que la defendiera de los lagartos que salían de la alfombra. Para calmarla, la distraía preguntándole como había sido su vida de niña. Me dijo en una ocasión que su papá, mi bisabuelo, el esposo de Porfiria, era comerciante y viajaba a las zonas de los Altos de Jalisco y de La Barca, a veces en camión y a veces a caballo. Que recordaba que regresaba y en su inmenso sombrero cargaba agua en la que nadaban peces vivos.
Una vez me platicó una historia diferente. Su papá trabajaba en un molino de nixtamal que estaba a un costado del Parque Morelos. En esa época, el parque era en realidad un pequeño bosque a las orillas de la ciudad. No estaba rodeado, como ahora, por calles pavimentadas y la Avenida Independencia con la que colinda, todavía no existía, como tampoco existían todas las neverías a las que tantas veces fuimos a comer la nieve raspada que me encanta, con los jarabes de vainilla, coco y nuez que tanta te risa te daban.
Mi bisabuelo tenía que llegar a su trabajo en el molino a las cuatro de la madrugada para lo que tenía que cruzar el Parque, lo que hacía sin hacer caso de las leyendas de que ahí espantaban y se aparecía el demonio.
Un día no se apareció por el molino. Eso le extrañó al patrón ya que mi bisabuelo siempre había sido cumplido y puntual. A lo largo de muchos años, solo había faltado cuando nacía alguno de sus hijos o si estuviera muy enfermo, cosa muy poco frecuente. Siempre estaba esperando afuera del molino a que el dueño llegara a abrir, así lloviera o estuviera helando.
Como muy pocas casas tenían entonces servicio telefónico, al salir el sol, enviaron a un ayudante a peguntar por él a su casa. A los pocos minutos, este regresó corriendo, muy alterado. -Patrón, patrón, Don X esta tumbado en el suelo, revolcándose y gritando cosas, venga, venga- gritaba el muchacho. Todos los que estaban en el molino lo siguieron corriendo y ahí, entre los matorrales, encontraron a mi bisabuelo. Le salía espuma por la boca y tenía los ojos desorbitados, la vista perdida.
Con la ayuda de varios compañeros de trabajo, el patrón lo subió a su coche y lo llevó al Hospital de San Juan de Dios que era el mas cercano, mientras mandaba a avisar a mi bisabuela.
A las 10 de la mañana lo declararon legalmente fallecido. Neumonía fulminante, fue la causa de muerte asentada en el acta de defunción.
Mi abuela no comprendía. No había ni siquiera estornudado, había estado de muy buen humor y saludable los últimos meses.
El patrón se acercó a consolarla y le platicó como lo encontraron. -Solo repetía sin cesar El diablo, el diablo- le dijo.
Después del entierro, el patrón, que se había portado muy generoso cubriendo los gastos del sepelio y entregándole una cantidad razonable a la viuda, le preguntó si no le interesaría trabajar para él en el molino. Él ya estaba grande y necesitaba quien le ayudara, alguien de confianza. A mi bisabuela, no le quedaba de otra y aceptó. Cuca, la hermana mayor se hizo cargo de sus hermanos, hasta que a los 16 años, también fue a trabajar al molino.
Quince años después, el patrón, ya enfermo, sin familia y sintiendo que su fin estaba cerca, les cedió el molino, que trabajó hasta la muerte de Cuca.
Esa es la historia Osvaldo.
-Así la recordaba, pero había algunos detalles que había olvidado. Ya llegamos a tu destino. Llámame cuanto sepas a qué hora te vas a desocupar para que pase por ti.- me dijo Osvaldo.
Mi reunión fue satisfactoria a pesar de que estaba distraído, tratando de adivinar cuál iba a ser la sorpresa tan importante que me había anunciado mi amigo.
A la 1.30 terminé mi asunto y le llamé. Me pidió que lo esperara en la puerta del edificio, que llegaría en 15 minutos.
Al subirme a su coche le dije que había podido encontrar un lugar en el vuelo de las 4.30, por lo que no contaba con mucho tiempo ya que tenía que estar en el aeropuerto a las 3.00.
-No te preocupes, hay tiempo suficiente- dijo, enfilándose hacia la Avenida Independencia. Antes de que le pudiera preguntar nada, ya estamos llegando al Parque Morelos.
¿Y la sorpresa? Le pregunté. Aunque me encantan las nieves raspadas, ahorita no puedo tomarme una. Tengo el estómago revuelto porque durante la reunión tomé varias tazas de café y comí muchas galletas, que e cayeron mal por no haber desayunado.
-No te preocupes, pronto vas a entender por qué te traje aquí- dijo mientras se estacionaba y llegaban los vendedores de las neverías a preguntar si queríamos servicio para llevar, como lo habíamos hecho muchas veces antes.
Pero esta vez Osvaldo estacionó el coche y me dijo -Ven-, al tiempo que bajaba y se dirigía a una nevería de la que yo no tenía recuerdo.
A cada momento estaba yo más extrañado y preocupado por la posibilidad de perder el vuelo. Entramos, escogió una mesa en un rincón y esperó a que ordenara yo mi nieve, con jarabes de vainilla, coco y nuez, como debe de ser. Cuando la mesera la trajo y se retiró, me miró extrañamente serio y me dijo:
-Esta nevería es de las más nuevas. Está instalada en una de las casas más antiguas de la zona. Como está catalogada, tuvieron que respetar casi toda la construcción y dejarla como estaba originalmente. Las paredes estaban cubiertas por tablones de madera ya podridos y los tuvieron que quitar.
Ahora se pueden ver las paredes como estaban hace casi un siglo. Míralas con detenimiento.
Sobre el yeso amarillento y en algunos casos descarapelado y con manchones de humedad se veían rastros cenefas de color marrón y dibujos de algunas flores, descoloridos. Había zonas cuadradas y rectangulares de color más claro que era donde estuvieron colgados cuadros. Y en la parte superior de la pared del fondo, había algo escrito.
Me acerque a leer lo siguiente:
Muchos murieron en el Parque Morelos. Pocos se atrevían a cruzarlo de noche.Los encontraban al amanecer, enloquecidos, gritando “El Diablo, El Diablo”…
El asunto de la Osita de Peluche fue… disculpen, ahora no puedo contarlo.
Para la próxima