EL GUARDIÁN DEL FARO

Título: El Guardián del Faro
Categoría: Preparatoria / Cuento
Pseudónimo: Pedro López

El faro se erguía solitario, subsistía junto con la fuerza del mar y se mantenía estable todo el tiempo. Sus gruesos muros de piedra habían resistido intactos durante siglos, pero el tiempo era quien había dejado su huella. La pintura cada vez más se desgastaba, revelando el frío color de la piedra envejecida, y las ventanas, distorsionaban la visión, pues la sal cada vez las empañaba más y más.

Dentro del faro, un laberinto de pasadizos estrechos y escaleras de caracol largas conducían a la linterna, el corazón del edificio. En ese mismo lugar, un hombre de la tercera edad, con el rostro arrugado y una mirada perdida en el horizonte, se encargaba de mantener la luz del faro siempre viva. Su nombre se había perdido en el tiempo, pero los marineros locales lo conocían simplemente como el Guardián.

Cada noche, con una puntualidad casi perfecta, el Guardián se encargaba de encender la lámpara y ajustar sus lentes para que la luz iluminase la oscura noche, guiando a los barcos hacia un puerto seguro. Un ritual que había repetido durante años, y que lo conectaba con el mar, y las estrellas que lo guiaban.

A pesar de la soledad, el Guardián nunca en su vida se sintió solo. Las olas que rompían contra las rocas eran su música, el viento era su compañía, y las estrellas su familia. A veces, cuando el mar estaba en calma, se sentaba en la ventana de la linterna a observar el espectáculo de la naturaleza. Aquellas ballenas juguetonas, los delfines acrobáticos y las aves del cielo le recordaban que él no era el único habitante de aquel gran océano.

Pero el mundo había cambiado. Los barcos modernos ya no necesitaban faros para orientarse. Los sistemas de navegación habían vuelto obsoleta aquella antigua tecnología. Los jóvenes de su pueblo se burlaban de él, lo llamaban “Guardián del pasado”. Pero el Guardián no hacía caso a aquellos comentarios. Para él, el faro representaba mucho más que una simple estructura de piedra. Era un hogar y su razón de ser.

Una noche, una tormenta azotó toda la costa. La gran fuerza del viento se comportaba como un animal salvaje, las olas se elevaban a gran altura y los truenos no paraban de retumbar en el cielo. El faro se estremecía bajo los desastres de la naturaleza. El Guardián se aferró a su estructura, y luchó contra la fuerza del viento que intentaba arrastrarlo.

A la mañana siguiente, cuando la tormenta se había calmado, los pescadores encontraron el faro destrozado. La linterna había sido arrancada de la gran torre, la luz se había desvanecido y el Guardián había desaparecido. Algunos decían que él mar se lo había llevado, y otros simplemente asumían que se había convertido en una estrella más.

Durante los años, los pescadores cada noche veían una luz tenue en el horizonte, una luz que parpadeaba como un guiño en medio de la oscuridad. Decían que era el espíritu del Guardián, vigilando el mar, desde algún lugar más allá del horizonte. Y así fue, la leyenda del último Guardián del faro se transmitió de generación en generación, recordando que, incluso en un mundo constante de cambio, algunos valores son los que perduran a través del tiempo.