Existe una afirmación
generalizada entre antropólogos y teóricos teatrales de que en cada cultura hay cierto tipo de actividades separadas de otras actividades de la vida cotidiana por espacio, tiempo y/o actitud que pueden ser descritas como performances. Estas actividades ocurren en un espacio delimitado, tienen un principio y un fin, y requieren una presencia de cuerpos, entre otras características.
Los investigadores (Turner, Schechner, Taylor) también coinciden en que el performance, que incluye al teatro, tiene sus bases en rituales arcaicos. Señalan a los festivales religiosos, a los ritos de iniciación y a las ceremonias agrícolas como posibles antecedentes de las escenificaciones contemporáneas. Establecen, por ejemplo, paralelismos entre los llamados rituales de paso que marcan la transición de un estado a otro en la vida de un individuo dentro de la tribu, y una presentación teatral contemporánea que busca que los participantes salgan de su realidad para entrar en un mundo desconocido de ficción. Asimismo, establecen una relación inequívoca entre el performance y los trances, el chamanismo y los rituales en donde a través de un juego de impersonificación consciente se pretende ser alguien más o se asume un ‘comportamiento restaurado’ (Schechner 1985).
Existe también una relación entre ritual y performance alrededor del concepto de memoria. En muchas de las ceremonias rituales de las culturas antiguas se realizaban recreaciones o puestas en escena de eventos traumáticos, relevantes y/o reveladores que habían sucedido en el pasado y que habían marcado la historia de la comunidad. A través de la repetición constante del suceso en danzas, obras de teatro y cantos se trataba de recordar lo sucedido y de transmitir las lecciones aprendidas a las nuevas generaciones. De la misma manera, un performance de protesta que recuerda un crimen de Estado que quedó impune y que trata de ser silenciado, mantiene viva la memoria colectiva y ‘crea un espacio privilegiado para el entendimiento de trauma y memoria’ (Taylor 2011).
En un inicio, los rituales de las sociedades agrarias y tribales premodernas se realizaban para cumplir con una función culturalmente conservadora: reafirmar normas sociales y mantener el orden preestablecido. Dicha función la siguen cumpliendo en la actualidad ciertos rituales religiosos y ceremonias cívicas como el bautizo, la boda o el rendir honores a la bandera. Sin embargo, el antropólogo Víctor Turner, asegura que el ritual también puede contener procesos creativos dentro de su seno, que buscan incitar al rompimiento de las normas aceptadas, que permiten criticar el discurso social hegemónico, que promueven comportamientos ilícitos y subversivos, y/o que pueden ser utilizados de maneras revolucionarias para socavar la tradición. En los carnavales, por ejemplo, se invierte el orden establecido y se permite la experimentación y el desenfreno una vez al año. El performance dentro del arte contemporáneo y el performance dentro de la protesta social también abrazan esta condición. Su naturaleza ‘antiinstitucional, antielitista, anticonsumista, viene a constituir una provocación y un acto político casi por definición, aunque lo político se entienda más como postura de ruptura y desafío que como posición ideológica o dogmática’ (Taylor 2011).
Este trabajo se concentra en el performance como recurso expresivo y como instrumento estratégico de transformación social. El performance se define aquí como una intervención imaginativa o acto simbólico efímero que se realiza en espacios públicos, a menudo en una fecha específica y/o en un lugar simbólico, que hace uso del cuerpo de los participantes y/o su sustituto. Puede incluir: la realización de escenificaciones y de rituales de autosacrificio, el empleo de máscaras y disfraces, la exhibición del cuerpo desnudo, entre otros.
Para el performance el elemento in-situ es imprescindible; este siempre se apoya en un contexto específico para proporcionar una multiplicidad de significados, proyecciones e interpretaciones. La intervención se inserta, significa y adquiere relevancia únicamente en el tiempo/espacio en la que se realiza y en estrecha relación con los acontecimientos políticos, económicos, sociales y culturales que la rodean: “Las imágenes articuladas adquieren su sentido solo en un contexto cultural y discursivo específico. Actúan en la transmisión de una memoria social, extrayendo o transformando imágenes culturales comunes de un ‘archivo’ colectivo” (Taylor 2011).
Por pertenecer a un lenguaje mixto entre lo estético y lo político, el performance “se convierte en un espacio de posibilidad para decir las cosas de otra manera, para decir sin decir, y en ocasiones desafiar así a la censura o a la prohibición sistémica” (Garbayo 2014). Más allá de las formas reconocidas y convencionales del discurso y de la acción política, en el performance “se ‘tuerce’ la lengua; se inventan nuevos modos de decir y se permite presentarse de otros modos; de modos que todavía no han sido reconocidos y fagocitados por el sistema” (Garbayo 2014). A partir de una mezcla de recursos expresivos, los individuos y la colectividad expresan de maneras innovadoras sus aspiraciones identitarias.
El performance, también conocido como happening y arte-acción dentro de las artes visuales y escénicas, tiene intenciones artísticas explícitas y es concebido por artistas con trayectorias en prácticas performativas. Sitúa sus antecedentes dentro del marco de la historia del arte en las prácticas futuristas, dadaístas y surrealistas de la primera mitad del siglo XX y reconoce sus inicios en la década de los sesenta. Sin embargo, el performance también puede incluir escenificaciones realizadas por ciudadanos e integrantes de movimientos sociales que carecen de una formación previa dentro de las artes, y que sus escenificaciones son producto de un proceso de hibridación que reúne influencias de rituales, costumbres y tradiciones del contexto donde se realiza, de símbolos extraídos del universo político y de la publicidad, y de lenguajes apropiados de las artes visuales y escénicas.
En síntesis, el performance cumple con varias funciones. Entre ellas:
· Promueve la introspección del participante y le crea el hábito de la autocrítica.
· Concientiza a los participantes de asuntos que les atañen directamente y les ofrece nuevas perspectivas de solución a sus problemas individuales y sociales.
· Genera cohesión grupal y contribuye a construir articulaciones entre los participantes ante la expansión del individualismo y ante la fragmentación, la segmentación y la desterritorialización de las identidades.
· Fomenta una cultura de paz y de legalidad, y a la par promueve un cuestionamiento y un desafío a los hábitos personales, a las normas sociales y a las leyes políticas que pueden ser contraproducentes para el bien individual y el bien común.
· Permite la reapropiación del espacio público.
· Posibilita el desahogo individual y colectivo.
· Visibiliza, en forma de acciones, las demandas emancipatorias y de reconocimiento de los participantes.