El relojero

Título: El relojero
Categoría: Secundaria / Cuento
Pseudónimo: Patilla

En el pueblo en el que vivía solo había un relojero. Su nombre era John XXX XXX, pero todos lo llamaban “El Brujo” a sus espaldas.

Yo era muy joven cuando lo conocí. Tenía ocho años, si mal no recuerdo. Esa vez le pregunté: —oye, John, ¿por qué todos te llaman El Brujo?—

Él me volteó a ver con una expresión de sorpresa y luego sonrío cerrando la boca, como si intentara no reírse. Mi mamá prontamente me apartó. —Daniel, ¡cierra el pico!—me dijo firmemente, con una mirada que casi me hace empezar a llorar. A ella no le gustaba El Brujo y a mucha gente tampoco.

No entendía como la gente podía odiarlo, ¡si el se veía muy simpático! Aún así, la mirada asesina de mi querida progenitora fue suficiente para que me alejara.

—¿Por que no te sientas por ahí a esperar?— ofreció El Brujo, señalando la esquina de su taller. Su voz era animada y alegre, y era claro que estaba aguantándose la risa. “¿Qué es tan gracioso?”, me pregunté mientras giraba la cabeza. Vi un banquillo de madera lo suficientemente grande para que dos adultos se sentaran. Arriba del banquillo, colgado en la pared, había un hermoso cuadro de una niña en la playa. Pero, aún más importante, ¡al lado del banquillo había una pequeña mesa con un bol lleno de chocolate! El brujo debió haber leído mi mente porque añadió: —Puedes tomar todos los chocolates que quieras.

—¡Muchas gracias!— dije apresuradamente, para que a mi mamá no le diera tiempo de decirme que no.

Corrí hasta ahí y me senté. El banquillo no era la cosa más cómoda en la que me había sentado, pero era mejor que estar parado. Tome un chocolate y lo abrí. No me atrevía a mirar a mi mamá, así que para evitar su mirada desvié mi vista al cuadro. Vi qué en la parte inferior izquierda decía: “Muñeca”.

Sin embargo, no le presté mucha atención. Estaba más ocupado observando la arena, parecía arena de verdad, solo que más oscura.

Entonces, esto pasó: mientras me comía el chocolate, escuché una vocecita, una que sonaba como la de una niña grande. —Hola—. Me quedé en shock, porque no había nadie alrededor. Miré frenéticamente hacia todas partes. En efecto, no había nadie.       —¿Hola?— Respondí, después de unos segundos con cautela. -Hola- dijo ella otra vez.      —¿Cómo te llamas? —Me llamo Daniel,— le respondí, olvidando lo que me habían enseñado en la escuela sobre no hablar con desconocidos. —¿Y tú?— pregunté finalmente. —Soy Elisa—. Al oír esto me sorprendí, ¡mi mamá también se llama Elisa! No tardé en comentárselo a la niña invisible, una cosa llevo a la otra y empezamos a platicar. Desafortunadamente, no recuerdo en qué consistió esa plática, aunque si recuerdo que me preguntó mi edad: —Oye Daniel, ¿cuántos años tienes? —Tengo ocho, ¿tú, cuántos años tienes?— Ella se quedó callada por un rato antes de responderme. —Digamos que tengo trece. —¿Y dónde estás? No te veo. —Aquí, detrás de ti.— Volteo mi cabeza otra vez y lo único que veo es el cuadro. —¿Estás en el cuadro? —No, yo soy el cuadro.— Me dijo, como si fuera la cosa más normal del mundo.

Mientras tanto, mi madre terminó sus asuntos de adultos con El Brujo y me llamó.           —¡Daniel, vente que ya nos vamos! —¡Pero, mamá…!— Estaba a punto de protestar, pero me corto en seco: —Daniel. Vámonos.— No tuve otra opción más que hacer caso.

Me puse de pie y miré atrás, al cuadro, sintiendo lágrimas formándose en mis ojos. Quería seguir hablando con Elisa, pero ya sabía que eso no iba a ser posible. Aparte, no sabía siquiera si mi mamá me dejaría venir con ella la próxima vez, así que le susurré a mi nueva amiga un adiós y camine hacia mi mamá, que me estaba sosteniendo la puerta. Antes de irme volví a mirar atrás y le agradecí al Brujo. Mis ojos volvieron al cuadro por unos segundos, hasta que mi mamá, impaciente, me tomó del brazo y me arrastró afuera.

Veintidós años después estoy de visita en el pueblo para pasar tiempo con mi familia. Han pasado muchas cosas durante todo este tiempo; me gradué, fui a la universidad, obtuve un doctorado, conseguí un trabajo y mucho más. ¡Y pensar que mi vida solo está empezando!

Mientras caminaba por el mercado encontré un pequeño puesto que vendía cosas convenientes y baratas: zapatos, camisas, lentes de sol, recipientes, etc., pero una cosa me llamó la atención: un reloj. No era un reloj fancy, pero se me olvidó traer el mío, así que lo compre. Como ya dije, era bastante barato, y se notaba. Pero, como dice el dicho: “todos los relojes dan la misma hora”. Excepto que el mío estaba terriblemente descalibrado. No sé calibrar relojes, mi familia mucho menos. Miré alrededor y recordé que el pueblo tenía un relojero, un relojero también conocido como El Brujo…

Veinticinco minutos después estaba en la puerta de su taller. Mientras caminaba hasta ahí los recuerdos inundaron mi mente. Jamás supe porque lo llamaban El Brujo, ni por qué que lo odiaban tanto, pero lo que si recuerdo es mi interacción con el cuadro. ¿Qué demonios? Lo recuerdo claramente, como si hubiese sido ayer. No lo entiendo. Los cuadros no hablan, ¡es imposible! … no. Daniel concéntrate. Reloj. Calibrar. Luego puedes tener una crisis existencial; luego, cuando no tengas nada que hacer. Abrí la puerta y ahí estaba el: sentado en su escritorio con un reloj en la mano. Es casi idéntico a como lo recuerdo, a excepción de que su pelo ahora es completamente blanco, debido a la vejez. Su taller también es igual, el mismo escritorio, la misma decoración, el mismo banquillo, la misma mesita con chocolates y… el mismo cuadro.

—Hola hijo,— me saludó John, sacándome de mis pensamientos. —Ah- ehh.. ¡hola!—  dije nerviosamente. ¿Por qué estaba tan nervioso? No lo sé.

—¿En qué puedo ayudarte?— me preguntó, su voz era diferente, ya no era tan energética, pero era más gentil y amable. Me senté en una de las sillas que había frente a su escritorio y le dije que necesitaba ayuda para calibrar mi reloj. El tomó el reloj un momento y asintió. —Claro que si hijo, solo dame un momento.— Así empezó a calibrarlo. Mientras tanto yo estaba mirando el cuadro. Era más hermoso de lo que recordaba.

—¿Todavía quieres saber por qué me llaman El Brujo?— Preguntó. ¿Se acuerda? ¡Qué vergüenza! Lo miré con sorpresa y asentí con la cabeza. A decir verdad, la curiosidad me estaba matando. Entonces el señaló al cuadro y me dijo: —esa es mi hija, hice ese cuadro con sus cenizas.— Dijo con su mirada perdida.

En ese momento, recordé un nombre… Elisa.

-Supongo que a los del pueblo no les gustó, me insultaron y por un tiempo me tiraron cosas en la calle. “¿Cómo pudiste hacerle eso a tu hija?” Me gritaban una y otra vez. Compararon lo que hice con hacer magia negra, de ahí el apodo. A veces me cuestiono si lo que hice estuvo bien, a ella le encantaba ir a la playa y, en el momento, sentí que eso era lo único que podía hacer por ella después de que…-  El pausó antes de continuar, su mirada perdida en el tiempo y el recuerdo. Me quedé perplejo pero de repente, todo encajó en mi cabeza.

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