El sueño que nunca se cumplió

Título: El sueño que nunca se cumplió
Categoría: Secundaria / Cuento
Pseudónimo: Esmeralda

Desde mi primer día en el kinder supe que Luisiana y yo seríamos las mejores amigas del mundo por siempre y así fue. Nos encantaba jugar a lo que llamábamos “nuestras coincidencias”. Por ejemplo, ambas cumplíamos años con tan solo un día de diferencia, nuestras abuelas maternas se llamaban igual y las dos vivíamos en la misma calle de un tranquilo y pintoresco pueblito situado a orillas de un río en Flint en Michigan. Crecimos como hermanas, nunca nos peleamos por nada, éramos muy felices.

Cuando teníamos unos 7 años, hojeamos una revista juntas donde había fotos de una hermosa isla europea llamada Capri, ubicada en Italia y a partir de ese momento, nos prometimos que algún día viviríamos juntas en esa isla. De hecho nos decidimos a ahorrar cada centavo que cayera en nuestras manos, eso ayudó a que los días, los meses y los años fueran haciendo más fuerte nuestro deseo infantil.

Por fin llegó el día que cumplimos 18 años y nos faltaban solamente tres más para cumplir la mayoría de edad en Estados Unidos así que, ese día nos propusimos encontrar un trabajo que pudiera permitirnos aumentar nuestros ahorros. Eso de alguna manera fue muy bien recibido por nuestras familias y prometieron apoyarnos para conseguir la meta. Al cumplir los 21 años, habíamos conseguido tener suficiente dinero para poder ir a unas vacaciones de 3 meses en el lugar de nuestros sueños. Y así, una vez más recordamos nuestras coincidencias.

–¡Ya llegó el día!– dije emocionada por el teléfono.

–¡Ya lo sé, Mía, es increíble! ¿Ya te despediste? Mis papás y yo pasaremos por ustedes para ir al aeropuerto.

–Ok. ¡Qué emoción!

–Si no estás puntual, me voy sin ti, ¿eh?– dijo Lu. 

–Sí, no te preocupes ya prácticamente estoy bajando– dije mientras cargaba mi maleta de mano.

–Está lloviendo muy fuerte espero no se retrase el avión o algo así.

Llegamos al aeropuerto e hicimos el check-in. Nos despedimos de nuestros familiares y casi sin darnos cuenta ya estábamos en el avión. Durante el vuelo, hablamos del itinerario que habíamos armado con ayuda de mucha gente y, obviamente, de la inteligencia artificial. De repente empezó a haber turbulencias muy fuertes. Sonó una alarma, estábamos muy asustadas cuando se escuchó  la voz del capitán.

–Señores pasajeros, su atención, por favor. Estamos pasando por una zona de turbulencias, por favor permanezcan sentados y abrochen sus cinturones de seguridad, en breve les dar… Se escuchó un ruido tan fuerte que pensé que me quedaría sorda. De los compartimentos, cayeron los dispositivos para respirar por la despresurización. Inmediatamente después sentimos como si se hubieran apagado los motores del avión.

Los gritos de la gente retumbaban en toda la aeronave, todas las personas estaban envueltas en pánico y yo lo único que podía pensar era qué podría hacer para sobrevivir. Entonces recordé las palabras de la sobrecargo del avión al indicar que debajo de los asientos siempre se colocaba un chaleco salvavidas en caso de un amerizaje.  Mis instintos me hicieron actuar y me coloqué rápidamente mi chaleco. Le grité a Lu que hiciera lo mismo pero los nervios la tenían paralizada. Le grité más fuerte y, por fin,  reaccionó.

Pocos segundos después todo fue una montaña de imágenes que chocaban en mi cabeza, como piezas de un rompecabezas confuso. Y de pronto me percaté que estaba en medio de un violento río así que jalé la palanca para inflar mi salvavidas  y eso me tranquilizó aunque sólo por unos instantes porque comencé a ver a mi alrededor decenas de cuerpos, vivos o muertos, flotando y hundiéndose sucesivamente. Comencé a buscar a Luisiana y la vi a escasos metros de mí, agitando sus brazos desesperadamente, intentando inflar el salvavidas pero no lo conseguía.

–¡Tira de la cuerda roja!- Le grité a mi amiga. Vi cómo lo intentaba pero no lo lograba. Una ola bondadosa me acercó hacia Lu y logré sujetarla con mis dos brazos. Traté de inflar el chaleco pero no pude y la abracé lo más fuerte que me fue posible mientras nos aterramos al ver cómo unas veinte o treinta personas estaban desapareciendo dentro del agua.

Poco a poco la misma fuerza del río nos fue empujando hacia la orilla y, con mucho esfuerzo, logramos ponernos fuera del agua. Después de unos minutos, me incorporé para revisar a mi compañera. Estaba muy lastimada de una pierna y tuve que ponerle un torniquete improvisado, sólo con el recuerdo de lo que habíamos visto juntas en una película hace un tiempo. Otra de nuestras coincidencias.

Después de un par de días donde tuve que cuidarla y conseguir algo de alimento y agua fresca, Lu y yo despertamos con el sonido de un helicóptero. Venían a rescatarnos. Dos personas bajaron y nos ayudaron a subir.

–Ayúdenla a ella, yo estoy bien–. Les dije a los paramédicos.

–¿A quién?– Preguntó uno de ellos mientras me checaban los signos vitales. 

–¿Cómo? A ella, a mi amiga Luisina– Les dije mientras la señalaba. Me helé de pies a cabeza.

Me voltearon a ver con la cara de confusión y lástima más dolorosa que había visto jamás. Y fue entonces que recordé. Yo no había conseguido sujetarla bien cuando ella no podía abrir el chaleco salvavidas. La vi ahogarse a pocos centímetros de mí. Ella estaba muerta y yo no podía hacer nada.