“Jugaba como nadie, ponía gracia y fantasía, jugaba

desenfadado, fácil y alegre, siempre elegante”.

Friedrich Torberg

La increíble historia de Matthias Sindelar, uno de los mejores futbolistas austriacos del siglo XX, se inscribe en la memoria colectiva de aquellos atletas cuya dignidad se proyecta por encima de sus logros deportivos.
Sindelar, nació un 10 de febrero de 1903, en el seno de una familia judía en un pequeño pueblo de Moravia, casi esquina con la región de Bohemia, en lo que ahora es la República Checa. De su familia se sabe poco, su padre alternaba los oficios de albañil y herrero, su madre entregada por completo a la crianza de sus tres hijas y del pequeño Matthias, aunque se sabe que lavaba ropa para las familias acomodadas, empeñada en ayudar al sustento familiar. Obligados por la escasez de la economía local, se trasladan a Viena en 1906, que en los inicios del siglo era la capital del Imperio Austro-Húngaro. Allí inició sus primeras patadas y balonazos en el distrito obrero de Favoriten, donde lo apodaban Papierene, ‘el niño de papel’, por su aspecto desgarbado y su extraordinaria dinámica para colarse entre las defensas enemigas. En esos primeros años, inició la leyenda del ‘niño prodigio del fútbol’, que estaría considerado como uno de los mejores atletas austriacos del Siglo XX.
El eco de su portentosa facilidad para el fútbol, hicieron que a los 15 años de edad, se enrolara con el Hertha Viena, y cinco años más tarde fue fichado por uno de los clubes más importantes: el Austria Viena, donde conquistó el título de goleo y varios trofeos, entre ellos la Copa de Austria. Sindelar era un centro delantero implacable, medía 1.75 metros, poseedor de un dribling (es una de las maniobras preferidas por los fanáticos del fútbol y es una clara muestra de las condiciones que tiene el jugador. No solo es una simple maniobra individual, sino que puede ayudar a abrir defensas y atraer marcas rivales para que un compañero se pueda desmarcar) inmejorable, con un toque de balón privilegiado y un control del mismo que rayaban en la perfección, siempre con esa pizca de elegancia dignos de un crack. A los 23 años de edad debutó en la selección de Austria, jugando 44 veces por su país, anotando 27 goles, logrando siempre triunfos muy importantes que hicieron que su selección fuera llamada el Wunderteam “equipo maravilloso”, por sus victorias consecutivas frente a selecciones poderosas como Escocia, Francia, Hungría o Alemania.
En 1930, como muchas otras selecciones europeas, se negaron a viajar hasta Uruguay, un viaje demasiado fatigoso, caro y a un país desconocido. Para el Mundial de 1934, convocado y jugado en Italia, se consideraba a Austria como el equipo a vencer; sin embargo, en la final contra la misma Italia y ante la presencia de Benito Mussolini, el Wunderteam fue literalmente ‘robado’ al anulársele varios goles con un arbitraje sumamente tendencioso. Primeros indicios de un fascismo deportivo cuyo punto más álgido se vivió en Berlín 1936.
En 1938, los acontecimientos históricos se sucedían unos a otros como una baraja interminable cuyos ases estaban cargados: Alemania iniciaba su camino de invasiones y anexiones territoriales, y Austria dejó de ser un país libre para convertirse en la provincia alemana de Ostmark. Ese mismo año el Campeonato Mundial de Fútbol se jugaría en Francia y el seleccionador alemán Seep Herberger, deseaba contar con los servicios de Matthias Sindelar, quien se negó a jugar para la Alemania Nazi, alegando que a sus 35 años, ya no podía rendir como ellos deseaban. En un partido amistoso entre la misma Alemania y la selección de Ostmark, Sindelar decidió jugar para su terruño, convirtiendo el gol de la victoria para los austriacos, y festejando con un singular baile frente al balcón imperial del III Reich que contaba con la presencia del Führer y séquito que lo acompañaba. Una ofensa grave que marcaría el fin de una carrera deportiva y la persecución de que fue objeto el Mozart del Fútbol, como le decían sus amigos.
Se cuenta que Sindelar le había confesado a unos de sus compañeros y mejores amigos, que en realidad nunca quiso vestir la casaca alemana porque ya estaba marcada por la svástica, y que se negaba a festejar los goles haciendo el saludo nazi con el brazo levantado, como era costumbre.
Finalmente, luego de varios meses de “cacería”, desventuras, encuentros y desencuentros, Matthias Sindelar y su esposa Camilla Castagnola, italiana de origen judío, fueron encontrados muertos, en su departamento de Viena el 23 de enero de 1939. El parte oficial indicaba que habían muerto por intoxicación por monóxido de carbono, aunque según investigaciones posteriores indicaban que la estufa funcionaba bien, quedando en el aire las causas reales del fallecimiento ¿asesinato?, ¿suicidio?, ¿accidente?, nunca lo sabremos…A pesar de las restricciones gubernamentales, más de 15,000 admiradores del Papierene de Viena, el niño futbolista que vivía pegado a un balón, asistieron a los funerales, rindiendo un tributo a un atleta que dejó su huella de vida y su ejemplo a futuras generaciones que, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, aún recuerdan su formidable historia.

 

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