¿Qué pasa cuando mezclas el mundo mágico, eternamente optimista y orgullosamente cursi de las princesas de Disney, con el mundo cínico,
desesperanzado y cada vez más desconectado en el que vivimos ahora? Quencho Muñoz explora ese tema en esta obra en la que Cenicienta invita a todas las ‘princesas’ (tomándose muchas libertades con ese término) de Disney (y una de Pixar) a cenar a su casa, ya que tiene algo muy importante que platicar con ellas. Traídas al escenario del Habima, por David Palazuelos, esta puesta nos muestra que estas princesas que nuestras niñas han admirado desde hace muchos años no son inmunes ni a la vanidad, ni a los prejuicios, ni a los rencores, ni a las ansiedades que vienen con pensar demasiado de sí mismas.
Lo que vi en escena
Un elenco de 17 niñas y dos niños que le encuentran los timbres caricaturescos adecuados a estos personajes, y dándole la claridad necesaria a cada personalidad, y así pueden saborear lo que es juntarlas. Es cierto que hay demasiados personajes para una obra de una hora, por lo que algunas de las princesas no se les explota lo suficiente (hay algunas caracterizaciones muy interesantes, incluyendo a una Jazmín con acento árabe que viene cargando una bomba y una Pocahontas que parece estar en otro planeta) y el cambio de los mensajes finales al público, así como un giro de trama (bastante atinado) resulta ser muy abrupto, pero es un elenco que parece estar disfrutando su tiempo en escena, interpretando su propia versión de personajes que seguro han conocido desde que sus papás les presentaron los DVDs (o en el caso de los personajes de Frozen, Enredados, Valiente y La Princesa y el Sapo, las llevaron al cine).