El pasado 14 de mayo tuvimos la fortuna de tener la inauguración Reencuentro, del artista Pablo Esteban.

Siendo un festejo de grandes emotividades por parte de los invitados y el artista.

Si bien Pablo muestra una excelente calidad en su trabajo reflejado en sus obras, no podíamos dejar de poner estas palabras tan gratas de Hans Giébe, quien nos habla de lo que Esteban refleja dentro del Arte, como lo llama Hans un vendaval creativo:

Vendaval creativo

¿Cómo reprochar a un grupo de imágenes extraídas de nuestro bestiario moderno sus más aromáticas tinturas y contornos? La pintura de Pablo Esteban se estrelló en mí como un aroma desprendido de su incontrolable ardor. El penetrante olor de sus oscilantes perfumes y fluorescencias oníricas se anclaron a mi piel. Entonces desapareció la imposición de la forma para inaugurar la hegemonía tiránica del oro y el carmesí. Resaltando una postura violenta, el artista ha reducido cada cuadro a la trinidad primaria del espectro de luz. Nos ha remitido a un salvajismo de vanguardia, ni lejano ni remoto, sino muy cercano a nosotros, los contemporáneos de la decadencia.

Pablo Esteban ha redireccionado los íconos en los que se funda toda sociedad moderna. Ha reducido la seriedad de un símbolo de fe a la más honesta y mordaz de las contemplaciones. A los crucificados los enmarca cual estampillas postales; captura la burlesca carcajada de las vírgenes en la más grosera descarnación de sus huesudos pómulos con una sonrisa triturante. Proyecta en cada sonrisa de sus modelos citadinos la más angustiosa de las alegrías.

El tinte se desborda fuera del lienzo y cruje en los horizontes donde las leyes han sido vulneradas por el germen del pigmento y el falo húmedo del grueso pincel… ni siquiera ha goteado la pintura, arroja el bote con vehemencia, rabia y determinación. Pablo Esteban es pintor porque la insustancial materia del color la derrama sin hipocresías sobre la tela.

Más allá del rostro, propone una figuración craneal de algo que pudo haber sido humanamente una criatura reciente, y que, con mucha probabilidad, respiraba vida. Lo muerto se regocija con efervescencia dentro de sus cuadros; lo engalana, lo encubre y lo pone bajo un microscopio para hacernos constar sus dimensiones inabarcables con sarcasmo. El color no se derrama por completo aunque así lo parezca. Se yergue, revienta su voz única en el cielo con algunas tonalidades de reclamo y de soberbia.

Monstruosidad es todo aquel cisma que el artista lanza contra la bienamada lógica de los ordinarios. Pablo Esteban no acude al socorro de la técnica, de la depuración cromática o la sobriedad de los contornos como los artistas clásicos de la época dorada de las tierras y Países Bajos (Der Neder-lands). Se ha preocupado únicamente por ser-dentro-del-cuadro. El pintor, por vez primera se acerca sin vértigo al enigma de la pintura y sus tres corpúsculos primarios, tan puros, que producen una iridiscencia que amenaza con lastimar al ojo inexperto. Sería un gran error buscar una lógica dentro de sus lienzos o un mensaje en concreto. Si buscamos, fallaremos. Admitamos que de frente tendremos la renovación de cuantiosos valores caducados. La obra de Pablo Esteban es justamente la rotura del tiempo en un devenir imposible. Es por eso que su estilo no coincide con escuela, tradición o propuesta que lo preceda, aunque algunos, incluyendo él mismo, reconozcan cierto expresionismo.

Solo me remitiré al Bosco (Jeroen van Aeken o Jerónimo Bosch, 1450 -1516) como el más reciente de sus contemporáneos. No solo por tener en Holanda una tierra y patria común, sino por sus pinceladas crípticas, alucinantemente radioactivas, que simpatizan con las más depurada de las pesadillas. Esto va más allá del inconsciente. Es una perspectiva de honestidad y de franqueza irreprochables. El Bosco, al avistar los paisajes del infierno, no hizo más que describir los horrores medievales de una mente niña, de una mente humana y temerosa de sus propios defectos y del propio desconocimiento de su naturaleza más interna. El Bosco no hablaba sino de nosotros mismos a través de sus demoníacas visiones y sus figuraciones grotescas, desnudas, lascivas. Pablo Esteban se asemeja en objetivos. Habla de nosotros a través de una plástica inasible, a través de cada una de sus invenciones.

Debemos poner especial atención a sus cuadros que exceden toda dimensión, no solo por su tamaño, sino por su provocativa presencia, como en el caso de una obra titulada Hank Williams, donde ha incorporado parte de un sombrero de palma con la solapa frontal abandonando la segunda dimensión hacia la nuestra, siempre un límite prohibido para la pintura y que bien podría pertenecer a los dominios de la escultura. Habrá que destacar los materiales y las superficies que selecciona para cada obra a la que ha concedido la gracia de la tridimensionalidad. Las materias inverosímiles que emplea no son aptas para montarse en un caballete; por ejemplo, una patineta (Pablo Esteban Pro Model), o un violín descuartizado en cortes transversales y decorado en su parte interior (Wreck of the Old Renfe). De alguna manera, su obra parece que siempre estará renaciendo, en otras palabras, es una obra nonata o una propuesta atemporal, y, lo más impactante, fuera de cualquier crítica limítrofe. Su atrevimiento es eficaz.

Las palabras que Pablo dibuja se deshacen de cualquier intento semiótico por transmitir un mensaje. Esas palabras furiosamente trazadas con una caligrafía de neón fluorescente son parte misma de la plasticidad de una sola expresión. No es lo que dicen, sino lo que provocan, lo que nos interesa. Lo pictórico es lo primordial en su trabajo. El espectador no debe leer las palabras que se circunscriben dentro de un lienzo; para eso está el papel. Las palabras que se solidifican sobre un lienzo se transmutan a dibujos, estrictamente hablando. Es por eso que están rellenas de color; no para resaltar significados, sino para complementar a otros seres de inquieta luminosidad.

Se reconstruyen hacia sus orígenes el rojo sanguíneo, el amarillo crepuscular y el azul de los abismos. Esta tríada es la representación sin mácula de un haz de luz incorruptible. Lo que dice, lo hace con parsimonia de contrastes. Provoca al color para autoexplorarse; la pintura es su médium. La boca desencajada con brutalidad en cada una de sus criaturas está colmada de dientes filosos para desgarrar al espectador. No son para aprisionar las cosas viles de este derrumbado mundo y sus demencias, sino para vomitar la vileza de las civilizaciones como buscando una última epifanía que pueda exterminarlo todo. La visión de Pablo Esteban es, sin lugar a dudas, una visión apocalíptica.

Sin duda no te puedes perder la exposición de Pablo, una muestra más de gran arte dentro de nuestro Lobby del Salón Social, la exposición permanecerá hasta el 29 de mayo… no dudes en visitar el espacio.

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