Isaac Bashevis Singer – Premio Nobel de Literatura 1978, escribió Meshugá (Locura) donde dice: “El mundo es un manicomio, y los judíos son los más locos”.
Isaac Bashevis Singer – Premio Nobel de Literatura 1978, escribió Meshugá (Locura) donde dice: “El mundo es un manicomio, y los judíos son los más locos”. El escritor judeopolonés, asentado en los Estados Unidos gracias a su hermano, I.I. Singer, sin duda alguna, se inspiró en Péretz: en su temática y buen decir. En Meshugoim, cuento antologizado en Ale Verk – alude a un lunático judío, para nada una excepción. Para Péretz, una comunidad sin rabino, sin panteón, con apenas un minyán, debe por lógica contar con un loco, con un perturbado, con un chiflado… Los sinónimos son muchos y diversos, como diversas son las enfermedades mentales. En la historia, de buenas a primeras, el aún cuerdo golpea la mesa y enloquece. Por suerte para la sociedad, no era casado ni era padre de familia: nula responsabilidad sobre sus hombros. Cuando encontraron su cuerpo muerto, por su talit-katón, se concluyó su origen polaco.
¿Quién era el muerto prematuro? Era Zalmen el solterón; de padre, un pescador pobre y empobrecido. Su madre, tras el fallecimiento de su esposo, enferma. Una cadena de calamidades y sinsabores la afectan: hospital, cirugía, muerte… Zalmen se quedó completamente solo en el mundo. Como para enloquecer… ¿Unirse en matrimonio? Antes tenía que hacerse de un oficio para mantener a su familia. ¿Por qué no pegarse a un zapatero, seguramente remendón? Hay quien se dedica a confeccionar la suela; hay quien, a confeccionar al resto… Las botas – muy necesarias para tiempos de lluvia o para el frío – se remendaban una y otra vez, y luego se heredaban… Un bien necesario, igual que el oficio zapateril.
Péretz describe al detalle al joven enajenado: enormemente alto, enormemente ancho, sus ojos desmesuradamente enormes. La fuerza de sus manos, extraordinarias, como para acabar con un cristiano. Nos enteramos que en una trifulca acabó con tres fulanos por un asunto trivial con su patrón: ganas tenían de darle un sopapo, de acuerdo ‘a la costumbre campesina’. Zalmen finalmente se encarga de ponerlos en su lugar: tan malheridos quedaron, que – ironía de ironía – fueron dados de baja en la armada. Al paso del tiempo, a la muerte del zapatero, Zalmen se encarga de la viuda y de los huérfanos; enamorado estaba de la hija de su antiguo empleador. La viuda, por su parte, piensa en Moyshele, alumno dilecto, y nieto de un dayán; el solterón, por su parte, intenta sobornar al casamentero: tremendo lío. Ni la escoba de la madre logra alejarlo y mandarlo a volar; la joven, por su parte, sufre el asedio del loco enamorado, quien pide a la madre que le venda a su hija, o que hagan trueque: la novia por una pirinola.
Moyshele el novio no paraba de llorar. Guitele, la hija del zapatero – para no toparse con el lunático acosador, se mantenía enclaustrada en su hogar. Bastante avergonzada se sentía con tamaño escándalo. Finalmente, se firma el contrato nupcial: la familia de la prometida, mantendría cinco años al joven estudiante: costumbre que obliga alojar a la pareja. La recién casada, por su parte, como se acostumbraba, trabajaría para mantener el hogar, para engrandecer a los hijos que habrían de venir en el futuro.
La joven va de mal en peor: su salud flaquea, apenas puede mantenerse en pie: no queda más que llevarla a Varsovia e internarla en un hospital. El prometido y su abuela viajan en secreto a la capital a ver a la enferma. Zalmen empeora, sufre de convulsiones; alejado de la realidad, la interpreta a su manera, de acuerdo a su enfermedad mental. El tiempo pasa y la chiquilla contrae matrimonio con el estudioso de la Torá, y se convierte en madre de familia.
Un mal día, el solterón se convulsiona, preámbulo de un trastorno total, sin vuelta de hoja: en su mano sostiene un tronco envuelto en una cobija, como si se tratara de un crío. Luego, en una noche de luna llena – hace hincapié el autor – el trastornado entra en pánico, iba de casa en casa, exclamando “Asesinos, ladrones, sanguijuelas”, y lo que su mente atolondrada fabricaba… Seguido pasaba por la casa de la viuda; nada había que hacer… Dentro de su locura, besa el suelo, como si se tratara de una mezuze, un amuleto que protege del mal a los que guarda y salvaguarda. En la historia, Péretz equipara a Zalmen con Og, rey de Bashán personaje bíblico a quien Israel vence y quien no ceja en atacarlo, finalmente sometido, gracias a la protección divina, a pesar de su fuerza y su poder, amo y señor de sesenta ciudades fortificadas. El testarudo pretendiente es equiparado con quien no escucha razones.
Por desgracia, la vida traiciona a cada uno de los personajes… La joven pareja del ilui, del iluminado discípulo de la Torá y la joven Guitele dañada física y anímicamente por la pobreza, por el sufrimiento, jamás le da hijos a su esposo, con quien soñó un hogar bendecido por retoños no menos iluminados que su padre. La ironía, el mundo al revés reina en esta historia de disgusto, desolación, locura y muerte, temas marcados por la tragedia.
Como si la luna – valga el juego de palabras – les hubiera jugado una jugarreta. Ya se veía venir – diría un aprendiz de profeta. La mala suerte se entronizó en un ambiente de falta de cordura. Cada escena se agrava, se concatena con escenas cada vez más tenebrosas, oscuras.
Llaman la atención las palabras de Péretz: cada comunidad, produce un loco… La locura se oculta, mancha lo que toca… El loco carece de futuro… Infama a la familia que lo vio nacer y crecer; nadie en su juicio emparentaría con una familia tocada por el sinsabor de la desventura…