Título: Los Halcones de Acero
Categoría: Preparatoria / Cuento
Pseudónimo: Por Halcon
En un rincón olvidado de la selva amazónica, Alex, un joven motociclista apasionado por la aventura, lideraba un grupo llamado “Los Halcones de Acero”. Desde que tenía uso de razón, Alex había vivido para sentir el viento en su rostro mientras cruzaba paisajes desconocidos. Los Halcones no solo compartían esa pasión por las dos ruedas, sino también una profunda conexión con la naturaleza y un deseo de ayudar a comunidades aisladas. Su más reciente expedición los llevó a la profundidad de la selva, en un territorio casi impenetrable, donde esperaban llegar a un pequeño pueblo para entregar suministros.
Después de días de rodar por caminos de barro y cruzar puentes improvisados, el equipo se detuvo junto a un río para descansar. Fue allí, entre el murmullo del agua y los ecos de la jungla, cuando Alex escuchó algo inusual: voces bajas y agitadas. Intrigado, se adentró en la vegetación densa y, con sorpresa, se encontró con un pequeño grupo de indígenas que parecían desorientados y exhaustos.
Alex se acercó con cautela, mostrando sus manos en señal de paz. Uno de los indígenas, un anciano de rostro marcado por los años, le habló en su lengua. Alex no entendía del todo, pero gracias a gestos y algunas palabras básicas, comprendió que el grupo se había perdido mientras recolectaban plantas medicinales. La selva, traicionera y vasta, los había desviado de su camino, y ahora no sabían cómo regresar a su aldea. Sin dudarlo, Alex reunió a su equipo y les explicó la situación. Sabía que la selva era implacable, y cada minuto que los indígenas pasaban perdidos, su situación se volvía más peligrosa. Juntos, decidieron actuar. Las motocicletas podrían llevar a los indígenas de vuelta mucho más rápido de lo que lo harían caminando. La decisión estaba clara. Alex, siempre el primero en lanzarse al desafío, trazó una ruta improvisada con su GPS y mapas de la zona. Las motos rugieron mientras atravesaban caminos casi invisibles, abriéndose paso por el espeso follaje. Cada kilómetro era una batalla contra la naturaleza: el suelo resbaladizo por la lluvia, los ríos caudalosos que debían cruzar y las raíces de los árboles que parecían emerger para detenerlos. A pesar de las dificultades, Alex y su equipo no flaquearon. Conforme avanzaban, Alex sintió una conexión más profunda con los indígenas. Él, que había crecido en una gran ciudad, encontraba en esta gente un vínculo con la tierra que le era ajeno, pero también admirable. Los indígenas, a su vez, observaban con asombro cómo las motocicletas desafiaban a la selva, llevándolos más cerca de su hogar.
Después de horas de intenso viaje, finalmente divisaron humo en el horizonte. Era una señal inequívoca de que la aldea estaba cerca. El anciano, que hasta entonces había mantenido una expresión de preocupación, rompió en una sonrisa al reconocer las primeras chozas. Al llegar a la aldea, los motociclistas fueron recibidos con agradecimiento. Las familias se reunieron, los niños corrieron hacia sus padres, y la paz regresó a la pequeña comunidad.
Alex y Los Halcones de Acero no pidieron nada a cambio. Mientras se preparaban para partir, el anciano se acercó a Alex y le entregó una pequeña bolsita de cuero, dentro de la cual había semillas sagradas, un símbolo de vida y gratitud. Alex, conmovido, aceptó el obsequio con humildad.
Al montarse en su moto para continuar su travesía, Alex miró una última vez hacia la aldea. Sabía que su viaje seguiría por nuevos caminos, pero ese encuentro en la selva, el día en que guiaron a un grupo perdido de vuelta a su hogar, quedaría grabado en su memoria para siempre.