Luz y oscuridad

Título: Luz y oscuridad
Categoría: Intantil B / Cuento
Pseudónimo: El señor sin rostro

Escocia, 1897, hace unos días fue mi cumpleaños. Fui el más emocionado cuando mis padres me regalaron un diario. Lo primero que escribí en él fue lo siguiente:

Querido diario:

Mi nombre es Sherlock, Sherlock Holmes. Tengo 10 años y muchos amigos. Algunos de ellos son Alejandro y Sebastián. Alejandro es un niño bajito pero extremadamente rápido, pero no es muy fuerte de los brazos; por el otro lado, Sebastián es muy fuerte, pero lento. 

Mañana será mi último día de escuela porque empezarán las tan esperadas vacaciones, así que me iré a dormir.  ¡Nos vemos mañana!

S.H.

Llegó el día tan esperado, el último día de clases. Eso significaba una cosa: iríamos al nuevo museo. Nos dirigimos a la estación del tren. Era un estación nueva. De los trenes salía el humo que permite que se muevan y ese sonidito que hace que te cubras los oídos. A mí me gusta mucho venir aquí porque llegar al lugar que quieres, es rapídismo. Las carretas son muy lentas.

Al llegar al museo me sorprendí de lo moderno que era. Era de los pocos edificios que ya contaban con luz eléctrica. Las obras de arte que aquí se exponen son hermosas, llenas de colores, de emociones en los rostros pintados, paisajes hermosos, en fin. Le dije a mis padres si me dejaban ir solito por el museo, pues me encanta perderme entre los pasillos. Ellos aceptaron.

Pocos minutos después de dejar a mis padres, encontré una sala que tenía un solo cuadro. Era la única sala alumbrada por velas y, al fondo de esta, había un cuadro, un oleo en blanco que no tenía nada pintado en él. Me acerqué, algo me atraía. Volteé para todos lados para asegurarme de que no hubiera ningún guardia y… lo toqué. No sé qué pasó, pero ya no estaba en la sala, o bueno, sí estaba, pero yo podía ver todo desde adentro del cuadro. Intenté dar golpes sobre el cuadro para pedir ayuda, pero nada pasó.

—No intentes huir, yo llevó mucho tiempo aquí sin poder salir —dijo una voz como de niña.

—¿Quién eres? —pregunté con mucho miedo.

—Me llamo Clara.

—¿Y qué haces aquí?

—Seguramente tocaste el cuadro, ¿verdad? —con la cabeza dije que sí—. Yo lo toqué hace unos años, pero el cuadro no estaba en este lugar. Se veía algo diferente. La verdad ya no recuerdo cuánto tiempo llevo aquí encerrada.

De repente, una luz se vio a lo lejos, una luz blanca y brillante.

—¿Y si vamos hacia la luz? Tal vez sea nuestra única escapatoría.

—¡No! —gritó ella—. Ni lo intentes. Hace unos años un niño trató de llegar ahí y no lo volvimos a ver nunca más.

—¿Volvimos? ¿Hay alguien más aquí?

—Sí, somos muchos niños aquí. Pero están escondidos, les da miedo salir.

Clara tenía ropa que parecía de otra época, se veía sucia y rota. Su cara también estaba sucia, llena de polvo en la nariz y frente.

—Enséñame que más hay aquí.

Clara me mostró todo lo que había. En realidad parecía que estábamos en una mansión muy antigüa. Después de un tiempo de caminar, entramos a una sala llena de libros. A mí me encanta leer, así que estar ahí me parecía una maravilla. Cuando quise tomar un libro, Clara me detuvo.

—No tomes ningún libro.

—¿Por qué? —pregunté sorprendido.

—Hay un señor al que no podemos verle el rostro, pero nos ha dicho que si abrimos un libro, nunca más podremos ver a nuestras familias.

—¿Y quién es ese señor? —pregunté, frunciendo el entrecejo.

—Es el dueño de esta casa y de este cuadro en donde vivimos.

—¡Qué raro! ¿Qué tendría que ver un libro con no volver a ver a tu familia? —estaba muy confundido—. ¿Sabes qué?, voy hacia la luz, nada aquí tiene sentido.

Clara trató de impedirlo, pero le dije que amaba descubrir misterios y que siempre los resolvía.

Corrí y corrí por todo el pasillo hasta llegar a la luz intensa. Era un pequeño hueco en el fondo del pasillo. Me asomé y por fuera podía ver a mis padres, al museo,  a la gente que había visto en los pasillos antes de entrar a esa extraña sala. Intenté hacer un hueco más grande con la navaja que mi padre me había regalado un día que fuimos de campamento al bosque. Cuando el hueco era del tamaño como para sacar mi mano, algo más grande tomó uno de mis brazos. Era el señor al que no se le podía ver el rostro y atrás de él, un montón de niños que parecían de todas las épocas. Lo supe por sus ropas.

—¿Con que quieres salir? —dijo el señor con una voz tan maléfica que te congelaba de nervios—. Bueno, para poder salir, tu amiga tendrá que contestarnos la pregunta de cuánto es 5 + 5.

Clara no contestó, sólo agachó la mirada.

—Venga, Clara, eso es muy fácil —le dije para animarla.

—No sé —dijo Clara.

—¿Cómo que no sabes? —dije desconcertado.

—No sé, no sé…—dijo Clara desesperada—. Y nadie de aquí sabe, por eso estamos atrapados. Ir a los museos es aburrido, por eso esta imagen nos llamó la atención, porque no había nada que leer, ni ver.

—Pero sólo es saber 5+5 —volví a decir yo.

—Pues sí, pero la verdad a nadie de aquí nos gustaba estudiar. Por eso es que terminamos en esta mansión oscura.

—¿Y no han intentado leer o estudiar?

—Sí, pero el señor sin rostro nos ha dicho que si leemos, nos darán ganas de ir a luz y ahí todo es horrible.  

Yo sabía que el señor sin rostro mentía. La luz era la salida al mundo real.

—Tal vez ellos no lo saben, pero yo sí: 5 más 5 es 10 —dije con seguridad, pero el hueco con luz no se hizo más grande.

—No es tan fácil, a ti te toca una prueba más dificil —dijo el señor sin rostro.

Y durante un tiempo, que se me hizo eterno, me hizo preguntas de todo tipo: geografía, matemáticas, literatura y más. Todas las pasé, y agradecí lo estrictos que eran mis padres con el estudio. Salí disparado de aquel hueco hacia la sala en donde estaba. Sentí muy feo por aquellos niños que se quedaron en la oscuridad. Rápidamente salí a buscar a mis padres.

Querido diario:

Han pasado algunos días desde que pasó lo del museo. No le he contado a nadie. Hoy sigo creyendo que haber estudiado fue la luz que me salvó de aquella oscuridad. Iré a dormir deseando ya no tener pesadillas con eso.

Pd. Me gustó resolver ese misterio.  

S.H.

Fin.

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