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Nuevo presidente en Irán: ¿qué esperar?
Masoud Pezeshkian ha dado señales claras de que el objetivo de expandir la hegemonía chiita en Oriente Medio sigue vigente y, por tanto, mantendrá incambiada la postura de apoyar a sus proxys en su confrontación con Israel, país al que, desde la instauración de la República Islámica de Irán, anunció que pretendía destruir.
En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales iraníes en las que contendieron el candidato de línea ultra dura Saeed Jalili y el reformista Masoud Pezeshkian, este último resultó ganador, lo cual abre la puerta a especulaciones acerca de si su triunfo puede presagiar una modificación en las políticas gubernamentales, tanto en lo que se refiere a su entorno doméstico, como respecto a sus relaciones internacionales. Prácticamente todos los expertos en asuntos iraníes coinciden en señalar que, dado que nada se mueve en Irán sin la aprobación del gran ayatola Khamenei, el que éste haya permitido que una figura calificada de reformista haya conseguido competir y ser electo, podría quizá, indicar una cierta voluntad de cambio. De ahí las conjeturas acerca de las áreas en que eso podría ser posible.
A lo largo de la vida de la República Islámica las protestas sociales han sido vigorosas y frecuentes. Ya sea en demanda de mejoras económicas debido a las penurias que sufre la población por efecto de las sanciones sobre el país y de la corrupción rampante de sus élites, o como reclamo por la represión derivada de la estricta reglamentación religiosa islámica que oprime brutalmente los derechos humanos de la población, en especial de las mujeres.
Como se recordará, el asesinato de Mahsa Amini en septiembre de 2022 por no llevar bien puesto el velo o hiyab fue el detonante de largos meses de protestas populares que fueron reprimidas por las autoridades a sangre y fuego. El que una figura como la de Pezeshkian sustituya ahora a Ebrahim Raisi, conocido como “el carnicero de Teherán”, puede indicar una posible suavización de la mano dura en esos asuntos, ya que el nuevo presidente, cirujano cardiaco de profesión, es conocido por tener posiciones más moderadas al respecto que podrían ser aceptables en estos momentos para Khamenei al servir de válvula de escape para aliviar la presión popular.
La otra ruta novedosa que tal vez podría emprender Pezeshkian es la de retomar las negociaciones con Estados Unidos para reconstruir el acuerdo nuclear roto por Trump en 2018. Así lo manifestó durante su breve campaña electoral, ya que consideró que es urgente acabar con las sanciones económicas que asfixian al país. Sin embargo, tal propósito se ve difícil de concretar debido a que no sólo han fracasado tales negociaciones durante la administración de Biden, sino que también las tensiones entre Teherán y Occidente se han intensificado aún más desde que Rusia invadió a Ucrania y Teherán se convirtió en abastecedor de drones armados al ejército ruso. Es sin duda significativo de la estrechez de las relaciones ruso-iraníes que Vladimir Putin fuera uno de los primeros mandatarios que llamó a Pezeshkian para felicitarlo al día siguiente de los comicios, llamada en la que el iraní le aseguró el mantenimiento del apoyo político y militar a Moscú.
En lo que definitivamente no se vislumbra cambio alguno es en la visión de cómo seguir operando en el entorno regional. El presidente recién electo ha dado señales claras de que el objetivo de expandir la hegemonía chiita en Oriente Medio sigue vigente y, por tanto, mantendrá incambiada la postura de apoyar a sus proxys en su confrontación con Israel, país al que, desde la instauración de la República Islámica de Irán, anunció que pretendía destruir. El lunes pasado [8 de julio] Pezeshkian envió una carta a Hassan Nasrallah, máximo líder del Hezbolá, actualmente en guerra contra Israel, donde expresa que “nuestro apoyo a los grupos de la resistencia continuará con toda energía”. Como es sabido, tanto Hamás como Hezbolá, los chiitas iraquíes y los hutíes de Yemen funcionan como brazos armados de Teherán cuyo objetivo es el de contrarrestar la influencia sunnita y occidental en la región, así como el de desaparecer a Israel del mapa.
Una de las muestras más claras de la confrontación radical existente entre el bloque chiita encabezado por Irán y el sunnita encarnado sobre todo en Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Egipto, ocurrió en abril pasado cuando el régimen iraní lanzó una andanada de 200 misiles y drones desde su suelo directamente contra Israel. En ese crucial evento bélico, una buena parte de los proyectiles iraníes fue interceptada y neutralizada por los aparatos defensivos de los países árabes arriba mencionados. Prueba más que clara de que para éstos, Irán es, sin duda, la amenaza suprema, por más que en sus respectivos ámbitos domésticos la retórica antiisraelí les sea necesaria para consumo interno.
*Experta en Medio Oriente, texto publicado en Excélsior el 13 de julio de 2024.
// Esther Shabot*