El problema judío, parafraseando a Herzl, es que recordamos todo lo que pasó, cada detalle, cada nombre, cada día.
Podemos estar muy orgullosos de tener un texto sagrado que relata nuestra historia como pueblo, con sus aciertos y con sus errores. No tenemos, ni han tenido nuestros sabios, ningún inconveniente para escribir en esos textos lo mejor de Israel, y también lo peor. Parecería ser que, frente a la historia de las demás naciones, frente a la historia del mundo, el único pueblo que lo recuerda todo, es el judío. Tal vez por eso, la historia, nos duele más a nosotros. De cara a un mundo que sufre de Alzheimer avanzado, la memoria colectiva judía se transforma en un poderoso disco rígido, imposible de dañar o de infectar con el terrible virus del ‘olvidus’, que acecha a otras naciones, pueblos, y tradiciones religiosas. ¿Por qué recordar la destrucción de dos Templos Sagrados destruidos hace más de 2000 años? Tal vez porque a esa destrucción se sumaron otras destrucciones, que a través de la historia han transformado este día, mejor aún, este tiempo en un período especialmente triste y profundamente particular. Un tiempo de recordar, que nos ha transformado a todos nosotros, judíos, de generación en generación, que nos ha hecho sentir en el alma que somos parte de un mismo pueblo, y de una misma historia. Como escribe Yosef Yerushalmi, en su obra Zajor, “la memoria es siempre problemática, porque está entre nuestras más frágiles y caprichosas facultades. Es una experiencia común que lo que se recuerda no siempre está registrado, y desgraciadamente mucho de lo que está registrado no se recuerda. El verbo zajor (recuerda) aparece en el texto bíblico, no menos de ciento sesenta y nueve veces, generalmente con Israel o con D-os como sujeto, porque la memoria les corresponde a los dos. El verbo se complementa con su opuesto, olvidar. Así como se obliga a Israel a que recuerde, se le conmina a no olvidar”. Cada tiempo de reunión en la tradición judía, cada festividad, es una invitación a recordar, a que no se olvide lo que aconteció en el pasado, y más importante aún, a no olvidar como sucedió. Por eso tomamos el Libro de las Lamentaciones del profeta Irmiahu, y nos preguntamos junto con él: eijá, cómo, por qué pasó lo que pasó. Esa es la pregunta que cobra vida entre los escombros de un templo destruido, pero que ha mantenido por más de 2000 años uno de sus muros en pie, expresando un mensaje que estamos vivos, mal que les pese a todos aquellos que se alzaron para destruirlo, y para destruirnos. La pregunta que se hace el profeta al escribir eijá, cómo, no pide conocer el mecanismo del desastre, escribe el rabino AdinSteinsaltz, cómo pasó o por qué pasó. Esta pregunta no está dirigida a conocer los motivos políticos o históricos de la destrucción. Es una pregunta dirigida a lo profundo del alma judía, es una pregunta que nos hacemos ahora, en cada presente y que atraviesa todas las generaciones, eijá, ¿cómo se pudieron y cómo se puede llegar a una situación así? Tishá Beav nos enfrenta a un tiempo donde la tristeza y el dolor toman forma en nuestros rituales y en nuestras tefilot. Tres semanas de duelo que comienzan con ayuno y terminan con ayuno, tres semanas que nos conducen por un camino estrecho, de zajor y de eijá, de recuerdos y preguntas. Cada vez que el pueblo se reúne, la memoria de la nación se renueva y se recarga anualmente, escribe de manera clara y contundente Yerushalmi, así entonces se sustenta la esperanza colectiva.
Fuente: https://masortiolami.org