Quién es más perverso? ¿El bully que se pasa todo el año
molestando a los que son más raros o más débiles que él, o la víctima de este bully cuando decide vengarse de la manera más extrema y sangrienta posible? Zuri Sasson, estudiante del Colegio Hebreo Tarbut, explora este tema en un texto original en el que interpreta a Oliver, un adolescente con un papá muy importante (Benjamín Ruzansky) que nunca tiene tiempo para escuchar sus problemas. Problemas que se vuelven cada vez más numerosos, ya que en la escuela está siendo acosado por Derek (Enrique Cohen), hijo de un alcohólico (Isaac Sealtiel) al que constantemente despiden por trabajar borracho, y por Matt (Tobías Gutfrajnd). Estos eventos son vistos por Alex (Matías Pollak), un compañero que no se atreve a decirle lo que está sucediendo a un adulto, por miedo de que le suceda a él. Completamente abandonado, Oliver decide resolver las cosas a su manera y disfrutarlo, pero esa solución podría destruirle la vida a él.
Lo que vi en escena
Es evidente que con esta puesta, el autor busca expresar algo que sufren muchos adolescentes en su vida diaria, y una fantasía de lo que muchos sueñan hacer con este problema. El director Marco Capilla le ofrece este espacio para que exprese todo lo que quiere expresar. Es una puesta incómoda, y hay un micrófono ambiental que causa conflictos con el sonido, pero resulta ser una experiencia terapéutica para los actores en escena (que espero que nunca vivan esta historia fuera del escenario) y conjuga todos los temas que son importantes para la juventud (incluyendo padres con demasiado poder que intentan que sus hijos no vivan las consecuencias de sus actos).