La flexibilidad mental es mucho más que una habilidad o una competencia, es una virtud que define un estilo de vida, y permite a las personas adaptarse mejor a las presiones del medio. Una mente abierta tiene más probabilidades de mejorar y generar cambios constructivos que resultan en una mejor calidad de vida. Una mente rígida no solo está más propensa a sufrir todo tipo de trastornos psicológicos, sino que además, afectará negativamente.
¿Quién no ha sido víctima, alguna vez, de la estupidez recalcitrante de alguien que, por su rigidez mental, no es capaz de cambiar de opinión, o de intentar imponer sus puntos de vista? No hay que ir muy lejos: en cada familia, en el lugar de trabajo, en la universidad, en el colegio, el barrio o el edificio que habita, siempre habrá alguien intolerante tratando de sentar cátedra e influir sobre lo que piensas o haces. Las mentes cerradas son un problema, para ellas mismas y para la sociedad donde viven, impidiendo el progreso.
Por el contrario, el pensamiento flexible rompe este molde y se abre a las nuevas experiencias de manera optimista. Las personas flexibles no son un dechado de virtudes ni nada por el estilo, simplemente buscan liberarse de los mandatos y los “deberías” irracionales para acceder a su verdadero Ser. Una mente abierta y libre querrá actualizarse y solo podrá hacerlo si levanta las barreras que le imponen los precursores de la dureza mental y la tradición compulsiva.
El Taoísmo le da una atribución al bambú: es elegante, erguido y fuerte. Es hueco por dentro y además receptivo y humilde. Se inclina con el viento, pero no se quiebra. Hay que copiarle al bambú.