Nos formaron con personas que apenas habíamos conocido y saludado unos minutos antes, y nos pidieron

que nos tomemos de los hombros… al principio, antes de entrar al salón donde íbamos a cenar, era más una petición extraña la de tocarnos los unos a los otros, pero a la hora de pasar el túnel de acceso, esto se convierte en una necesidad… Qué extraño tener que caminar agarrados los unos de los otros, y qué extraño que, aun sin conocernos, sabemos ya que dependemos del de enfrente para no tropezar, y que debemos tener cuidado de que la persona que está atrás tampoco tenga ningún incidente. 

Nuestra Guía, Alejandra, se presentó y nos avisó que ella nos llevaría a nuestros lugares y además nos serviría. 

A mi marido, que es muy poco tolerante a los espacios pequeños y cerrados, le costó muchísimo trabajo acostumbrarse a caminar primero, y luego a sentarse en la oscuridad, y no porque el espacio fuera pequeño, sino porque, al no saber en dónde estás, no puedes dimensionar las distancias, y entonces su percepción fue de principio de encierro.  
Llegamos a la mesa, Alejandra se tomaba el tiempo para explicar a cada uno de nosotros dónde estaba su silla, la mesa, y en qué parte de la mesa podíamos encontrar el pan, el plato con la ensalada ya servida, los cubiertos… usando términos sobre ‘izquierda’, ‘derecha’, ‘delante de…’

Ahora, teníamos que comunicarnos unos con otros, en un ambiente de infinito ruido, claro, unos dicen que por qué no controlamos el espacio, no controlamos el volumen, y esa es la opinión de mi hijo Isaac, que me preguntó por qué le gritaba cuando según yo le estaba hablando en un volumen bastante racional. 

Yo tengo además la sensación qué, sin celulares, ¡la gente tenía que hablar! Y entonces por supuesto, 130 personas en un mismo salón sin nada qué hacer, sin ver, sin celular, no nos queda más hablar unos con otros, ¡y todos a la vez! 

Empezamos a comer, lo más interesante fue la competencia entre mi marido y mis hijos, sobre la cantidad de veces que se llevaban el tenedor a la boca solo para encontrarse con un tenedor vacío… sin ver, parece ser que del plato a la boca literal… ‘se cae la sopa’. 

Isaac y yo intentamos intercambiar platos, y para eso, teníamos que buscarnos el uno al otro, encontrar nuestras manos, y luego sin soltarnos, pasarnos los platos antes de perder la perspectiva. 

La cena no ha sido la mejor que hemos comido, ensalada, pasta, brownie, y para elegir, agua o refresco de cola, y no de dieta… ¿no es chistoso que hoy en día haya tan pocas elecciones de bebida o de comida habiendo tanto en general en las fiestas?

Al final de la velada, nos pidieron que entre todos en la mesa intentáramos hacer un dibujo, ¡qué complicado dibujar en un papel en el que no sé dónde está lo que puso la persona anterior!

Se prendieron las luces y tuvimos la oportunidad de conocer cara a cara a Alejandra, nuestra guía y mesera, pudimos verla nosotros, pero ella no pudo regresarnos la mirada. Ciega de nacimiento, Alejandra trabaja en una tienda de revelado de fotografías, y toma fotos conforme su mamá la guía.

Esto que vivimos nosotros en una noche, en menos de dos horas, es la vida diaria de Ale, y de los otros meseros que nos acompañaron. Nos dimos cuenta de que, como dice Nathan, mi hijo de 12 años, a un invidente le cuesta trabajo hacer cosas diarias que nosotros podemos hacer sin problema alguno, como comer pasta.

Seguramente sus opciones en un restaurante están limitadas por lo que puede comer fácilmente, ir al baño, ni se diga sin un guía, tomar agua, o pasarse platos, implica tener que tocar siempre a la otra persona para encontrar en dónde está y de esa manera acercarse.

Nathan reflexiona que es importante que las personas sepamos y convivamos con otras personas, y podamos entender un poco mejor cómo es su vida. 

¡Qué difícil para los seres humanos, acostumbrados a movernos, andar, servirnos, alimentarnos, con absoluta eficiencia e independencia, depender de los demás!
Me pregunto qué tan difícil habría sido depender del otro, si ese otro, en lugar de conocer la situación, se sintiera desesperado con nuestra falta de asertividad, en lugar de ser empático y responder con amabilidad y atención a nuestras deficiencias. 

Gracias Ale por toda la ayuda y el apoyo, y gracias, muchas gracias CDI, por la oportunidad de vivir, aunque sea por dos horas, como invidente, y poder ahora entender lo que antes solo podíamos observar.

Yo hice mi servicio social dando clases de Inglés a invidentes, y aprendí a leer Braille (claro, no con las yemas de los dedos, sino con los ojos), y a relacionarme a través de lo que se toca y lo que se siente, pero esta experiencia, me hubiera hecho ser, en ese entonces, mucho mejor maestra.

Cena en la oscuridad 2016

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