Un autodidacta puede aprender mucho, sin embargo, nos damos cuenta a través de la historia que siempre han existido maestros, y esto debe ser por algún motivo…

Un maestro es una persona que dedica su vida a guiarnos, a indicarnos cuál es la mejor forma de elegir; es alguien que nos inspira a crecer, que nos ayuda a ver las situaciones de otra manera para que encontremos distintas soluciones.

Nos apoya en momentos difíciles, nos escucha y nos comprende.

Muchas personas guardamos muy buenos recuerdos de nuestros profesores; tanto el cariño de las Lererkes (maestras, en Yidish), como las Morot (en hebreo), desde el kínder, como el compartir los conocimientos con nuestros profesores durante el resto de los años escolares o en la universidad.

Un profesor generalmente tiene un grupo de 20 a 40 alumnos, -según el caso- no es fácil llegar a cada alumno, a su corazón, para entender su forma de ser y saber cómo es mejor ayudarle a conocer el mundo, a aprender, y a echarle una mano en afinar su manera de ver el mundo, estando todos juntos y cada quien siendo tan diferente.

Mi papá (Z”L) fue maestro en el Instituto Politécnico Nacional durante casi cuarenta años, hasta que se jubiló. Impartía la materia de Proyecto en Ingeniería II, y de entre todos sus alumnos, conocí, ya después de años de que mi papá había fallecido, al ingeniero Blancas, quien, cuando se enteró que yo era hija de su profesor, se puso muy contento, y para mí también fue muy importante relacionarme con una persona que quiso tanto a mi papá, y con su querida familia. Me dijo que, cuando alguien necesitaba reponer clases por algún motivo, o no había entendido bien algún tema, generalmente le recomendaban que fuera con el maestro de las mañanas, el “güerito” –refiriéndosea mi papá- porque daba muy buenas clases. Le decía a sus alumnos que las cosas deben salir “bien, rápido y a la primera”, y les enseñaba cómo hacerlo así.

Los vínculos que se crean entre alumno y maestro pueden llegar a ser muy estrechos. Los rabinos generalmente tienen muy cerca a sus alumnos, y estos admiran mucho el ejemplo que aquellos les dan.
Cuando en la Yeshivá le enseñan a los niños acerca de honrar a los padres, también les inculcan el respeto que deben tener a sus rabinos y sus profesores. Alguien que nos muestra cómo vivir, es como si también nos diera vida; entonces, el alumno es como si fuera un hijo, y como tal, tiene el deber de obedecer y respetar a sus profesores.

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