Una mañana, como cada mañana, tomando un transporte público…
Primero le hacemos la parada al que necesitamos tomar. Puede ser que se detenga, puede ser que no, aun teniendo lugares. ¿Por qué? Quizás porque si se detiene para que aborde un pasajero, tal vez el semáforo se ponga en rojo y perdería un minuto o dos, tal vez tres.
Y, diariamente, la incertidumbre: ¿se irá por los carriles centrales en Legaria? ¿Tomará los centrales desde el Toreo? ¿O hará su trabajo correctamente sin romper el reglamento, viajando por la lateral como es debido? No se puede saber. A veces ni el mismo chofer sabe lo que hará, según qué tan lleno esté un lado o el otro.
El hecho de que porte un letrero de “carriles centrales” (que por cierto no tienen permitido), tampoco quiere decir que se irá por esos carriles. No hay seguridad de las rutas del camión.
Hay transportes que hacen parada en los carriles centrales, bajando allí pasajeros – y estas personas arriesgan su vida cruzando la lateral del Periférico… Ya ha habido casos de defunción.
La gente detiene un autobús para preguntarle si se va “por los centrales”; otros, hacen la cuestión: “¿Se va por la lateral?”.
Es como si no hubiera ningún reglamento. Y bueno, lo hay, aunque no se respete.
Y, si se quiere reportar a algún operador, no hay exactamente dónde hacerlo: si la ruta corre de un lugar del Estado de México a uno del Distrito Federal, la Secretaría de Vialidad del DF lo refiere a uno a hablar con los del Estado y viceversa. No hay a quién dirigirse, y no sé si es algo que el gobierno quiera mejorar.
Ahora veamos qué ocurre si la persona maneja su propio automóvil:
Los demás también tienen prisa de llegar al trabajo, a la escuela a dejar a los niños, a la universidad… no solo nosotros… Así es que no sabemos quién pasará primero: el coche del carril derecho o nosotros, el que está tocando el claxon o el que avienta el carro. Manejar en la ciudad es tenso, definitivamente. Afortunados los que no tienen que hacerlo. Los que van en bicicleta o caminando, aunque tienen que cuidarse mucho de no ser arrollados por algún vehículo. Claro que todos tenemos prisa, pues se arma un gran tráfico que muchas veces parece estacionamiento. No se diga si hay algún accidente o algún coche averiado, entonces tenemos un carril o dos menos para transitar. Y, ¿qué tal las “obras viales”, que nos hacen tener que salir de casa con anticipación, o las inundaciones que duran hasta la mañana y nos permiten –o nos obligan a- tener un buen retardo en el trabajo?
Sin embargo, esta es una ciudad que nos gusta, y por eso seguimos aquí.
Quitando la histeria urbana, quedan todos los beneficios de una gran ciudad, como los mejores hospitales, médicos, escuelas, empleos, diversiones, restaurantes, etcétera. Definitivamente, grandes ventajas resultan de vivir en ella, así como tener nuestra comunidad funcionando – podemos tener nuestros templos, Yeshivot, escuelas, Kolelim, Mikvaot, edificios comunitarios, centros deportivos. Así que, estimado lector, ¿valdrá la pena pagar el precio del tiempo en el transporte y los reglamentos no cumplidos, el desgaste y los corajes que muchos hacen, por lo que salimos ganando?
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