Cuando hablamos de formación del docente estamos pensando en un profesor que se encuentra ya en pleno ejercicio profesional por lo que los programas formativos
deberían considerar las propiedades de lo que en los niveles educativos se denomina programas de desarrollo profesional.
Hoy por hoy, cuando se utiliza este concepto, se globaliza en él la formación pedagógica inicial y permanente del docente.
Las habilidades que el mundo tan globalizado nos exigen en la actualidad requieren ser desarrolladas por el docente, quien funge ahora más que nunca como un guía, un facilitador para lograr un aprendizaje significativo, auténtico y situado para los alumnos. De ahí la importancia de que enfaticemos que, entre muchas de ellas sean las habilidades emocionales.
Una de las razones por la que el docente debería poseer ciertas habilidades emocionales tiene un marcado cariz altruista y una finalidad claramente educativa. Para que el alumno aprenda y desarrolle las habilidades emocionales y afectivas relacionadas con el uso inteligente de sus emociones necesita de un “educador emocional”. El alumno pasa en las aulas gran parte de su infancia y adolescencia, periodos en los que se produce principalmente el desarrollo emocional del niño, de forma que el entorno escolar se configura como un espacio privilegiado de socialización emocional y el profesor/tutor se convierte en su referente más importante en cuanto actitudes, comportamientos, emociones y sentimientos. El docente, lo quiera o no, es un agente activo de desarrollo afectivo y debería hacer un uso consciente de estas habilidades en su trabajo.
La importancia de estas habilidades también se traslada a la otra parte que constituye el proceso de enseñanza/aprendizaje: el profesorado. El conocimiento emocional del docente es un aspecto fundamental para el aprendizaje y el desarrollo de estas competencias en los alumnos porque el profesor se convierte en un modelo de aprendizaje vicario a través del cual el alumno aprende a razonar, expresar, y regular todas esas pequeñas incidencias y frustraciones que transcurren durante el largo proceso de aprendizaje en el aula. El desarrollo de las habilidades de inteligencia emocional en el profesorado no sólo servirá para conseguir alumnos emocionalmente más preparados, sino que además ayudará al propio profesor a adquirir estrategias para lograr un vínculo real con sus estudiantes. De este modo, los docentes emocionalmente más inteligentes, es decir, aquellos con una mayor capacidad para percibir, comprender y regular las emociones propias y la de los demás, tendrán los recursos necesarios para afrontar mejor los eventos estresantes de tipo laboral y manejar más adecuadamente las respuestas emocionales negativas que frecuentemente surgen en las interacciones que mantienen con los compañeros de trabajo, los padres y los propios alumnos. A partir de ahora, los docentes tendrán una razón más para aprender las matemáticas de los sentimientos y el lenguaje de las emociones.
Los profesores son un modelo adulto a seguir por sus alumnos en tanto son la figura que posee el conocimiento, pero también la forma ideal de ver, razonar y reaccionar ante la vida. La importancia de desarrollar la inteligencia emocional. Junto con la enseñanza de conocimientos teóricos y valores cívicos al profesor le corresponde otra faceta igual de importante: moldear y ajustar en clase el perfil afectivo y emocional de sus alumnos. De forma casi invisible, la práctica docente de cualquier profesor implica actividades como (Abarca, Marzo y Sala, 2002; Vallés y Vallés, 2003): · la estimulación afectiva y la expresión regulada de los sentimientos positivos y, más difícil aún, de las emociones negativas (e.g., ira, envidia, celos,…); · la creación de ambientes (tareas escolares, dinámicas de trabajo en grupo,…) que desarrollen las capacidades socio-emocionales y la solución de conflictos interpersonales; · la exposición a experiencias que puedan resolverse mediante estrategias emocionales; · o la enseñanza de habilidades empáticas mostrando a los alumnos cómo prestar atención y saber escuchar y comprender los puntos de vista de los demás.
Además, incluso cuando el profesorado se encuentra concienciado de la necesidad de trabajar la educación emocional en el aula, en la mayoría de las ocasiones los profesores no disponen de la formación adecuada, ni de los medios suficientes para desarrollar esta labor y sus esfuerzos con frecuencia se centran en el diálogo moralizante ante el cual el alumno responde con una actitud pasiva (Abarca et al., 2002). Por esta razón, padres y profesores deben complementarse en estas tareas y, de forma conjunta, proporcionar oportunidades para mejorar el perfil emocional del alumno.
En nuestros programas, la Universidad Hebraica hace énfasis en formar a nuestros futuros profesores, directivos y/o miembros de organizaciones educativas a desarrollar este tipo de habilidades.
“Un profesor que escucha a sus alumnos desde lo emocional…eso es EMPATÍA”
“Callar para escuchar… eso SABIDURÍA”
“Algunos se centran en contenidos…eso es DESPERDICIO”
Coordinación académica Educación
Universidad Hebraica
// Mtra. Linda Michán