La División 30 de infantería había liberado la ciudad de Brunswick. El siguiente objetivo del regimiento era la población de Magdeburg en la orilla occidental del río Elba, lugar que había sido designado como la “frontera política” entre los ejércitos aliados y rusos.
Entre Brunswick y Magdeburg se encontraba la ciudad de Hillersleben, lugar donde hubo una base aérea de las fuerzas alemanas con dos edificios de cuarteles para el personal nazi, que había sido desalojado por la División 30 de Infantería durante la captura de Hillersleben.
En este punto, se implementó una resistencia liderada por el Batallón 743, con soldados de infantería del Regimiento 119. A medida que avanzaron hacia Magdeburg, llegaron a la pequeña ciudad de Farsleben, con la misión de eliminar a todos los soldados alemanes y establecer una emboscada.
Al ingresar y capturar la aldea no encontraron soldados alemanes. Probablemente reconocieron la intención de crear una redada que no pudieron culminar. Sin embargo, los elementos del Batallón 743 descubrieron un largo tren de carga en la vía férrea, que era custodiado por guardias nazis. El motor fue detenido, la máquina emanaba vapor y esperaba instrucciones para conocer su destino. Los guardias y la tripulación del tren huyeron de la zona tan pronto percibieron que eran superados en número por las tropas estadounidenses.
El tren se encontraba estático y la tripulación no reaccionaba, los ocupantes de los vagones se habían bajado para relajarse junto a las vías, bajo la atenta mirada de los guardias nazis. Los prisioneros encerrados en los vagones para que no los descubrieran, fueron encontrados y puestos en libertad en abril de 1945.
El ferrocarril transportaba unos 2,500 judíos, llevaban pocos días de haber abandonado el campo de muerte de Bergen-Belsen. Hombres, mujeres y niños, cargaron todas sus pertenencias disponibles. Los vagones se denominaban “40 y 8” una terminología de la Primera Guerra Mundial, significaba que cada vagón podía acomodar 40 hombres u 8 caballos.
Los prisioneros fueron hacinados en el poco espacio disponible, los vagones estaban repletos con 60 a 70 víctimas del Holocausto, permanecían de pie como si fueran latas de sardinas.
No tenían espacio para descansar o sentarse, debían permanecer parados todo el tiempo sin importar si se derrumbaban o cayeran al piso como consecuencia del agotamiento. No contaban con instalaciones sanitarias excepto un cubo en un rincón del vagón, para realizar sus necesidades fisiológicas básicas en condiciones por demás insalubres.
Al ser ubicados en los vagones por un tiempo indeterminado, tenían la oportunidad de comer una vez al día las raciones asignadas, que consistían en una sopa de papas finas y fría, lo sorprendente es que ninguna víctima murió de inanición lo cual reflejaba una amplia fortaleza mental.
Cuando los hombres del Batallón 743 y del Regimiento 119 descubrieron el tren, no podían creer lo que veían, ni lo que tenían en sus manos. Al hablar con algunas de las víctimas, percibieron que la gran mayoría no hablaba inglés. Cada uno tenía un relato diferente que contar, por lo tanto no hay forma de conocer con exactitud cuál fue la verdadera historia. Después de 70 años y habiendo escuchado los relatos de los sobrevivientes, hay una buena posibilidad de caer en inexactitudes.
Inmediatamente desbloquearon todos los vagones permitiendo a las víctimas ser liberadas. Al principio la gente se mostró reticente para hablar, ya que los guardias nazis los habían instruido en el sentido de que “si por alguna razón se convirtieran en prisioneros de los salvajes estadounidenses, serían ejecutados inmediatamente”.
Tras el descubrimiento inicial y captura de Farsleben, el Batallón743 se dirigió hacia Magdeburg con el fin de apoyar la reorganización de la ciudad tan rápido como fuera posible. En este punto, la idea central era liquidar a los crueles soldados alemanes.
La tarea primordial del regimiento fue conseguir alimentos, agua y asistencia médica para las víctimas. El Batallón médico 105 fue llamado a atender a este grupo brindándoles atención inmediata a los más necesitados. El comandante del Batallón 823, el teniente coronel Dettmer contactó al alcalde de Farsleben, ordenando en ese instante a sus ciudadanos recolectar alimentos, ropa, jabón y suministros sanitarios, con el fin de solventar la situación de las víctimas. En segundo lugar, instruyó a ofrecerles instalaciones de vivienda, particularmente para los ancianos y las familias con niños.
Al principio se rebelaron a las indicaciones del alcalde, pero con la amenaza de ejecución y con una pistola en la cabeza, los ciudadanos de Farsleben cumplieron las tareas encomendadas.
En todo momento el alcalde cooperó solicitando a sus conciudadanos alojar a algunos de estos judíos en sus casas brindándoles comodidad y confort, petición que cumplieron muy a regañadientes. Este fue el primer sabor de “hogar” para muchos de ellos después de algunos meses o años de encarcelamiento.
Por qué esa gente no había sido exterminada, nunca se sabrá. Sin embargo, los nazis intentaban transportarlos fuera de Bergen-Belsen para que el ejército aliado no se percatara de las condiciones infrahumanas que padecían. Habían sido trasladados hacia el este, al río Elba, donde se les informó que no sería aconsejable seguir a causa del rápido avance del ejército ruso. El tren invirtió el sentido procediendo a desplazarse a Farsleben, debido a la incursión del ejército estadounidense. Los ingenieros en turno se dirigieron hacia el río Elba para explotar el tren al final del puente dañado y estrellarlo contra el río con el fin de matar o ahogar a todos los ocupantes, tenían el tiempo limitado para actuar, si se precipitaban podían morir y ser descubiertos por los principales elementos del Batallón 743 que ingresaban en esos momentos al lugar de los hechos.
Se creía que el tren inicialmente fungiría como enlace a Auschwitz o Buchenwald, operación conocida como la Solución Final.
Debido a que mis funciones estaban limitadas en ese instante, me solicitaron que en mi carácter de oficial de enlace adquiriera vehículos para el área de intendencia y otras unidades, con el propósito de que las 2,500 víctimas judías pudieran ser alojadas y reubicadas en Hillersleben.
En la mayoría de los casos no fue posible conducir directamente del punto A al punto B, un trayecto de solo 5 a 10 kilómetros con puentes en todas las carreteras principales con peligro de ser bombardeados deliberadamente o destruidos por el ejército alemán, se nos forzó a circular en caminos secundarios y rurales para encontrar una ruta adecuada para llegar. En algunos casos la distancia era de 25 a 30 kilómetros.
Al haber utilizado estas carreteras durante diversos días, el equipo estaba relativamente familiarizado con las desviaciones y por lo mismo fue seleccionado para efectuar este trabajo.
Después de apoyar a estas víctimas judías en camiones de carga y convoyes sobre un camino tortuoso, llegamos al sitio designado en Hillersleben, donde su custodia fue entregada al gobierno militar estadounidense para su posterior proceso.
Sus cuerpos fueron desinfectados totalmente y su ropa quemada, se les dio la oportunidad de bañarse e inmediatamente les suministraron ropa adecuada proporcionada por el pueblo de Farsleben.
Se instalaron en su nuevo entorno, contando con servicios médicos adecuados según sus necesidades y alimentación suficiente para nutrirse, posteriormente fueron entrevistados por las autoridades para la repatriación a sus países de origen.
Los alemanes causaron graves daños a las víctimas, su responsabilidad con la humanidad nunca fue rectificada en su momento, ni tuvieron la humildad para disculparse por sus acciones.
La mayoría de los judíos provenían de Polonia, Rusia, Hungría y otros países del bloque oriental, sus hogares habían sido destruidos por completo, perdieron a sus familias y probablemente quedarían bajo la jurisdicción de los rusos, lo que les hacía temer por su futuro. Algunos eligieron la opción de permanecer en Alemania, o la posibilidad de ser repatriado a algunos otros países de Europa Occidental. Algunos se trasladaron a Palestina, países sudamericanos, otros que contaban con pasaporte emigraron a Inglaterra, Canadá y los Estados Unidos.
En mi caso particular, regresé a mi rutina original en los Estados Unidos en agosto de 1945. El final de la guerra me permitió continuar con mis obligaciones y deberes, siempre con una idea obsesiva en mi mente: la ocupación, la devastación de la tierra y del ser humano.
Era el momento de “retomar nuestra casa, nuestra vida donde nos habíamos quedado cuatro o cinco años antes”.
Tuvimos poco tiempo para preocuparnos por las víctimas judías del Holocausto. Estuvimos ocupados buscando empleo y procurando el bienestar de nuestras familias.
En los siguientes 70 años, no se hizo ruido respecto a las víctimas, estábamos seguros de que su realidad y perspectiva habían cambiado, ahora se encontraban a salvo y la renovación de su vida representaba un aliciente para salir adelante.
El ejército estadounidense y en particular el mayor Frank W. Towers serán considerados como una figura central en la liberación de 2,500 judíos. Su heroísmo, valor y humanismo constituyen un ejemplo de generosidad, entrega y apoyo al ser humano sin importar raza, creencias e ideales.
D-os le otorgue una larga vida, hasta 120 años plenos de salud, bendiciones, alegrías y satisfacciones.
Datos:
Los invitamos a ser testigos de esta historia el día 4 de octubre, a las 12:00 horas, en la Comunidad Bet-El, por medio de una videoconferencia en vivo con el mayor Frank W. Towers.