Existe una relación fundamental entre la mente,

las emociones y la respiración.

Por ejemplo cuando nos enojamos, nos asustamos o alteramos, lo primero que cambia es la respiración. Se acorta o se acelera, falta el aire. Es decir, perdemos calidad y el cuerpo automáticamente se defiende. Sin embargo, cuando sucede lo opuesto y estamos relajados, tranquilos con la respiración suave, el cuerpo fluye tranquilamente y todo es beneficio. 

El objetivo, es recordar en estos momentos tensos, donde algo o alguien nos está provocando, que la respiración es una herramienta valiosa para no perder la calma y evitar perder con esto, cosas mayores.

Si la otra persona ya perdió el control y ya empezó a decir o hacer tonterías, y yo decido ponerme igual; porque es una decisión: digo también tengo la opción de quedarme un momento callado e ir a mi respiración y dar un paso atrás y admirar el espectáculo que es el drama del otro. Dejando ver en claro, la postura que el otro quiere y la postura en la que estoy yo. O como decía, decido hacerlo más grande y juntos nos vamos al abismo.

Digo, sé también que muchas veces lo hemos intentado y aún así creemos que no conseguimos gran cosa, pero esto es lo que pensamos porque seguimos enojados. Porque no hemos dejado la mente que absorbe el oxígeno al respirar. Y lo que pasa es que hay un cambio gradual, sutil. Lo importante en esta situación es no parar, seguir respirando hasta haber parado la situación. Y esto se aplica con otros y conmigo, con mi propio cuerpo, con cualquier anomalía o dolor que estemos sintiendo. La respiración en verdad es una herramienta valiosísima en las posturas y en las situaciones.

La frase que podemos meditar esta semana es: “No importa que tan lentamente avances, mientras no te detengas”.

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