El arte es, en un principio, un retrato de la persona que lo crea, de una parte que no tiende a compartir cuando interactúa con sus conocidos.
Aun más difícil que exponerse a través de su arte es exponerse sin el uso del arte, dejarse vulnerable ante otra persona para que vea sus demonios. En esta obra, creada, actuada y dirigida por alumnos de Preparatoria del Colegio Hebreo Sefaradí (y coordinada por Helen Marcos), a través de una galería de arte conocemos a cuatro mujeres que vienen con su propia historia de lo que temen exponerle al mundo. Michelle (Elian Wigisser) pintó un cuadro que nadie entiende como ella quisiera. Kia (Danit Frenkel) vive sola con una enfermedad que la tiene tosiendo todo el tiempo. Isabella (Jean Chapiro) tiene que entregar quince cuadros a la galería, pero logra organizarse para terminar nada. Emma (Andrea Florens) está convencida que va a ser una persona importante, pero nunca encuentra su camino en la vida. Lola (Sully Mitrani), la dueña de la galería, tiene encuentros con cada una de estas mujeres, y a su vez todas tienen contacto con un grupo de agentes (Shelly Bordensky, Sofi Lobaton y Alan Nahmad) que vienen de algún lugar al que se van después de la muerte para ayudar a aquellos que en la vida tengan un problema serio (una especie de psicólogos fantasmas).
Lo que vi en escena
El simple hecho de subirse a un escenario y exponer una parte de sí mismo que no comparte en su vida cotidiana requiere bastante valentía, pero que además sea para representar algo que los que están en escena crearon, explorando temas que surgen de sus propios miedos y preocupaciones, es todavía más admirable. Algunos de sus recursos de dramaturgia se sienten como atajos, y el hecho que conjugan demasiados temas significa que algunos no se terminan de explorar, pero manejan su mundo con una inmensa creatividad (usando gis en las paredes de su escenografía para crear escenas y diferentes bloques con qué interactuar como sea necesario) y un sentido del humor que es muy bienvenido cuando los temas que presentan son tan complejos. El trabajo en equipo se nota más que nada en las actuaciones que sacan entre sí (constantemente creando, aun cuando no les toca hablar, como debe ser) y en la seguridad que sienten en este mundo para permitirse ser vulnerables.