Primero, vale la pena recordar la secuencia de eventos. La eliminación del comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica
Primero, vale la pena recordar la secuencia de eventos. La eliminación del comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés), Qasem Soleimani, en las afueras del aeropuerto internacional de Bagdad por un avión no tripulado MQ9 Reaper estadunidense, que le disparó un misil Hellfire. Esa fue la última escalada en un proceso que comenzó con el asesinato de un contratista estadunidense por parte la milicia Kataib Hezbolá, apoyada por Irán, el 27 de diciembre.
La muerte de este ciudadano norteamericano condujo a la acción estadounidense contra cinco instalaciones de Kataib Hezbolá en Irak. Esto, a su vez, llevó a la milicia y a otros elementos proiraníes a irrumpir en la Zona Verde de Bagdad y comenzar una manifestación violenta frente a la Embajada de Estados Unidos. Esta última protesta levantó el espectro del asedio a la embajada estadounidense en Irán de 1979.
El asesinato de Soleimani por parte de Estados Unidos (así como de Abu Mahdi al Muhandis, comandante de Kataib Hezbolá, y varios otros oficiales del IRGC) fue la última movida en este proceso de escalada.
Lo que parece haber causado esta escalada fue la salida de los iraníes de la regla básica tácita mantenida hasta ahora. De acuerdo con esta regla, no declarada pero señalada por varios analistas, incluido este autor, aparentemente Washington le permitiría al régimen iraní atacar impunemente a los aliados de Estados Unidos, e incluso podría atacar armamento estadounidense; pero sería aconsejable no dañar a los ciudadanos estadounidenses.
El 27 de diciembre, Irán no cumplió con esta regla. Al hacerlo, puso en marcha la serie de eventos que culminaron con la muerte de Soleimani, al Muhandis y los otros.
El asesinato de Soleimani obliga a Irán a responder y al hacerlo coloca al régimen ante un dilema. Irán es exponencialmente más débil que Estados Unidos en el nivel militar convencional. Sus mejores opciones se encuentran en la guerra asimétrica. En este sentido, el largo trabajo del extinto Soleimani y sus colegas le brinda a Irán una amplia gama de opciones.
Lo más obvio es que Estados Unidos mantiene alrededor de cinco mil militares en Irak y poco menos de mil en Siria. Irán tiene misiles y cohetes desplegados, y decenas de miles de efectivos disponibles en ambos países. Ha atacado en el pasado. El asesinato de Soleimani no ha eliminado esta capacidad. Logística y operacionalmente, sería posible organizar un ataque similar al que comenzó la ronda actual de escalada.
Irán podría también comenzar una amplia campaña popular y política destinada a culminar en una demanda por parte del gobierno de Irak de la retirada de las fuerzas estadounidenses. El comandante de la Organización Badr, Hadi al-Ameri, en una declaración posterior a la operación de Estados Unidos, pareció insinuar este curso, llamando a los miembros del parlamento y a todas las “fuerzas nacionales a unirse para expulsar a las fuerzas extranjeras de Irak”.
Un poco más lejos, los eventos del verano mostraron que Teherán tiene la capacidad de atacar objetivos aliados de Estados Unidos en las vías navegables del Golfo, el Estrecho de Ormuz, Bab el Mandeb y en el suelo de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos.
El IRGC, ayudado por su proxy (representante) libanés Hezbolá, también posee redes en Europa, América del Norte y del Sur, y en el Sur y Este de Asia, como lo demuestra la lista de ataques anteriores y operaciones planeadas frustradas.
Entonces, la posibilidad física de respuesta, o al menos intento de respuesta, no está en cuestión. Pero el dilema de Irán es el siguiente: la escalada actual que culminó con la muerte de Soleimani fue el resultado directo de la salida de Irán de un conjunto de reglas tácitas vigentes hasta entonces. Si la respuesta iraní parece ser un retorno a la observancia tácita de estas reglas, incluso si tiene éxito, seguirá proyectando un aura de debilidad.
La destrucción del hardware de Estados Unidos, un ataque a los aliados, incluso un ataque por medio de un representante (proxy) a una instalación o efectivos estadounidenses, no será suficiente para igualar el puntaje.
Pero si Irán elige adoptar el único curso de acción que sería visto por todos como proporcional a la pérdida de Soleimani, es decir, el asesinato por parte del IRGC o alguna otra agencia iraní de uno o varios estadounidenses, entonces la evidencia de los días recientes sugiere que Estados Unidos podría estar dispuesto a escalar a un nivel de confrontación en el que los iraníes no pueden competir.
Este dilema se agrava por un hecho adjunto. Si bien la Administración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, carece de una estrategia regional clara y coherente, ha dejado en claro en los últimos dos años que no tiene interés en volverse a involucrar de manera significativa en el Oriente Medio, o en nuevos conflictos en ese ámbito de “arena manchada de sangre “, como Trump se ha referido a la región. Las declaraciones de Trump luego del asesinato de Soleimani confirman esta impresión.
Los acontecimientos de los últimos días muestran que la única acción que puede superar esta aversión es atacar a ciudadanos o efectivos de Estados Unidos. Es decir, Irán tiene el incentivo de mantener potencialmente mucho de lo que ha ganado en los últimos años en el Oriente Medio, si se traga la humillación de la pérdida de Soleimani.
Pero entonces su poder disuasorio y su capacidad para proyectar fuerza se verán quizás irrevocablemente dañados. Tomar el único camino que puede vengar adecuadamente esa pérdida, mientras tanto, significa potencialmente perder todo en una confrontación directa con Estados Unidos.
Ahora le corresponde mover a Irán. La escalada estadounidense ha colocado a Irán en una situación en la que no hay opciones fáciles. La decisión que ahora tomará el líder supremo ayatolá Ali Khamenei determinará la dirección del Oriente Medio en el próximo período.
//Jonathan Spyer
Fuente: en el Jpost.com