Las buenas novelas proveen la dicha de abrir nieblas de la realidad concreta para dejarnos ingresar a espacios prohibidos o negados.
Gracias a ellas la vida se expande hacia galaxias que estremecen el sensorio y la inteligencia. Los conflictos humanos se presentan coloridos y los escenarios adquieren la intensidad de la alucinación. Cuando los personajes exhiben una verosimilitud sólida, las historias despliegan un firme desarrollo y el lenguaje tiene el sabor de un manjar, entonces ese libro se torna inolvidable.
La aguja de luz de Isabel Turrent es un libro que nos arrastra a contemplar la tormentosa apertura de una caja de Pandora. Utiliza dos herramientas: la exhaustiva investigación y el talento narrativo. Ambas fraguaron una obra que merece atenta lectura.
La aguja de luz es una aguja que pincha los ojos de la humanidad aún alienada por el temor al diferente, impulsada a humillarlo o matarlo, como se narra con mano experta en esta obra de ficción basada en hechos históricos.
Los personajes, mientras viven sus amores y desencantos, sus ambiciones y conflictos. La novela enhebra el destino de unas pocas generaciones en el convulsionado siglo XIX, atravesadas por el alambre de una continua presión. El capítulo inicial es un directo a la mandíbula, que estimula zambullirse en las páginas siguientes. Y las páginas siguientes arrastran hacia situaciones cada vez más interesantes y complejas, hasta que los acontecimientos del pasado convergen con los presentes, llenando de claridad al lector que aguarda develamientos.
Un logro singular de La aguja de luz es el lenguaje, salpicado sin cesar por el catalán mallorquín. La ignorancia de ese idioma no perturba en ningún momento la comprensión del texto; al contrario, ayuda a sumergirse más hondo en el alma de los personajes y consolida la verosimilitud del relato. Por eso la autora, en su agradecimiento final, dice que “dejé que los mismos chuetas hicieran, directa o indirectamente, el doloroso recuento del sufrimiento que les infligió un orden social injusto y una sociedad obsesionada por los linajes y la pureza de sangre, y dominada por el fanatismo religioso”.
La Inquisición desempeñó un papel singular en la siembra del miedo, el odio y la castración mental de las poblaciones sometidas a su fanatismo. Durante centurias impuso falsos mitos y estimuló persecuciones trágicas. Sirvió a intereses espurios y se alió con las fuerzas más regresivas de cada generación. La discriminación de los chuetas fue estimulada por esa institución proclamada con cinismo inconsciente “Santo Oficio”. La aguja de luz pone en evidencia, en los espacios que le dedica, el sometimiento y el rencor que generaba. Su poder imponía sentimientos contradictorios y arrastraba hacia senderos amargos y sombríos.
Esta novela histórica de Isabel Turrent, por las caudalosas enseñanzas que aporta y la fluidez electrizada de su relato, merece incluirse entre las notables producciones de los últimos tiempos.
Biblioteca Moisés y Basi Mischne
Los niños hoy… Iztelina y los rayos del sol
Carthage, de Joyce Carol Oates
Un pedigrí, de Patrick Modiano
La hora de la estrella, de Clarice Lispector
Bajo la máscara, de Bernardo Fernández Bef
La tabla de Flandes, de Arturo Pérez-Reverte
El país bajo mi piel, de Gioconda Belli
El último príncipe del Imperio Mexicano, de C.M. Mayo