Con la excusa de la pasada celebración del Día del Maestro, y la alegría de los afortunados profesores

que llevaron regalos para sus familias de parte del CDI, les hablaré acerca de la vocación de la enseñanza del deporte (algo similar podrá decirse de la vocación de la enseñanza del arte con poco que se lo imagine), con la esperanza de apuntar las coordenadas morales del lugar desde donde los entrenadores dirigen la amabilidad o la severidad de su voz, a los hijos de esta Comunidad que nos acoge como guías y aliados en la educación de su juventud. Para lograr esa encomienda, señalaré una similitud quizá poco evidente entre el pueblo judío y la comunidad de entrenadores, atletas y jueces deportivos, que incluye no solo a los mexicanos, de quienes hablaré a continuación, sino también a los provenientes de cualquier otra latitud y longitud.

El pueblo judío está unido por lazos de sangre, lengua, religión, historia, nacionalidad y actividades, mientras que el México que les circunda está poblado por una diversidad étnica, social y religiosa. Aunque la afirmación de que los mexicanos compartimos  lengua, nacionalidad y moneda es numéricamente sustentable, resulta fácil observar las gruesas diferencias entre los vínculos que unen al mexicano con su nacionalidad, con respecto a los que mantienen unido al pueblo judío.

Cada judío comparte con su pueblo una historia de más de 5 000 años; muchos son los que aprenden Hebreo para comunicarse entre sí y con D-os. En contraste, el resto de los mexicanos practica una multiplicidad de cultos y posturas laicas, usando el Español o alguna de las más de 60 lenguas vivas nativas de México, en alguna de sus 360 variantes dialectales. Los mexicanos tampoco compartimos una misma historia, ya que cada tanto, al cambio de los vientos en la historia de nuestra República, nuestro panteón nacional viste rostros distintos. En sentido estricto, quienes somos solo mexicanos no tenemos una patria asegurada al nacimiento, sino solo una nación. Los que deseamos una comunidad donde encontrar el reflejo de nuestras creencias acerca del vivir, de nuestros motivos para actuar, precisamos buscarla y protegerla, cuando la hemos encontrado.
El deporte es, en más que solo un sentido figurado, una patria elegida libremente por quienes  le entregamos una parte de nuestro día a día, a lo largo de nuestros años. Es el lugar donde enterramos las raíces de nuestro modo de vida, el espacio donde encontramos aliento y compañía.

Atletas, entrenadores y jueces, compartimos valores y modos de pensar dentro de nuestras comunidades profesionales y competitivas. Los lazos de nuestra actividad se imbrican con nuestros modos de pensar y nuestros valores: el respeto,  el compañerismo, la determinación, la disciplina, el bienestar físico y mental. Entre una diversidad de vocaciones ejercidas paralelamente entre nosotros -desde ingenieros hasta filósofos entre los profesores del CDI -, la señal que nos identifica es la de entregar con cada sol una parte de nuestro esfuerzo al deporte y a la formación de personas íntegras y voluntades capaces. Cada mañana y cada tarde de entrenamiento, partido, ensayo, competencia, los profesores y entrenadores del CDI acudimos al lugar donde encontramos a las personas (alumnos, colegas, jefes) con los que compartimos el sentido de nuestras acciones, el fundamento de nuestras creencias.

Son esos los motivos que compartimos los entrenadores con los miembros de la Comunidad Judía con la que colaboramos y convivimos todos los días, los de quienes son habitantes de una patria viajera y ubicua alrededor del globo, y llevan siempre debajo de la lengua el credo de su pueblo.

Desde el lugar donde compartimos una norma del bien vivir y una actitud ante los altibajos de la fortuna, quiero agradecer a cada uno de aquellos que han sido mis alumnos (nuestros alumnos), por su paciencia y su esfuerzo. Cada uno de ellos ha hecho de mí un mejor entrenador. A cada uno de ustedes, profesores del CDI, ¡que este haya sido un grato Día del Maestro!

Share.

Leave A Reply

Exit mobile version