Pocos temas como el de las mujeres y la educación revelan la difícil encrucijada en la que se halla el Reino de Arabia Saudita al establecer sus políticas de desarrollo. Su arraigada tradición islámica wahabita que regula la vida pública y privada del país –tradición que, por ejemplo, cubre el rostro femenino y segrega a las mujeres de los espacios donde se mueven los varones- ha mostrado chocar cada vez más con las necesidades emanadas de la modernidad, la globalización, la cultura de los derechos humanos universales y las demandas de productividad inherentes a la competencia económica. Además, la prosperidad nacional saudita, derivada de su inmensa riqueza petrolera, ha creado para sus ciudadanos condiciones de consumo privilegiadas que los acercan a la cultura occidental en tanto es de Occidente de donde proviene la oferta de todo tipo de productos tentadores. De ahí que cada vez sean más frecuentes los dilemas de cómo adaptarse a estas nuevas realidades sin abandonar ni traicionar las bases religiosas y culturales rígidas que han caracterizado al Reino.

A continuación, algunos ejemplos de estos dilemas productores de ambivalencias: las mujeres tienen prohibido conducir automóviles y requieren de autorización de un familiar masculino para salir del país, pero simultáneamente las estadísticas más recientes señalan una notable elevación en el número de mujeres en el servicio público, al grado de que en los últimos dos meses, de los nuevos contratos de trabajo acordados, el 62 por ciento se otorgó a ellas. De igual modo, esta irrupción femenina en áreas que antes les estaban vedadas, contrasta con incidentes trágicos que revelan hasta qué grado los dogmas religiosos tienen peso: hace una semana murió de un ataque cardiaco una estudiante de la sección femenina de la Universidad Rey Saud en Riad. El incidente levantó oleadas de protestas porque la mujer fue privada de la atención médica necesaria para sobrevivir debido a la negativa de los responsables de la universidad a permitir la entrada de los paramédicos –hombres ellos- al recinto escolar. Este, de acuerdo a la normatividad prevaleciente, prohíbe la mezcla en su espacio de mujeres y varones. Para el público indignado, este incidente le recordó la tragedia de 2002 cuando una escuela femenina en La Meca se incendió y quince alumnas murieron debido a que la policía religiosa impidió a los bomberos sacarlas del lugar debido a que no portaban las “abayas” que les debían cubrir el rostro.

Otra fuente de polémica está siendo por estos días la iniciativa presentada al Ministerio de Educación de dar licencias a universidades extranjeras de prestigio, árabes y no árabes, para establecer en el Reino sucursales académicas capaces de elevar el nivel de preparación de los sauditas en ciencia y tecnología. Esta propuesta arranca de la percepción correcta de que se requiere poseer una competitividad de primer mundo a fin de seguir impulsando la economía nacional. Al reconocer que las universidades locales y su magisterio no están a la altura de los desafíos actuales, la idea de instalar sucursales de los centros académicos de mayor reputación internacional está cobrando impulso, pero al mismo tiempo, están proliferando las polémicas y los temores de que tales establecimientos, aún regulados mediante las prescripciones religiosas de separar sexos y expurgar programas educativos de contenidos indeseables, puedan de cualquier modo inducir a conductas inaceptables de acuerdo a la moralidad estricta inherente a la sharía o ley islámica. 

En síntesis, el Reino Saudita se debate entre su necesidad de por un lado, abrirse al conocimiento general y cultivar el pensamiento crítico a fin de promover progreso y prosperidad económica, y por el otro, su terror a que esa línea de desarrollo implique poner en riesgo el acatamiento de su rígida normatividad religiosa y el severo orden jerárquico derivado de ella. 

Fuente: Excélsior, 16 de febrero, 2014.

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