La alianza entre Washington y Jerusalem vive momentos difíciles tras el acuerdo con la
dictadura islámica iraní.
Nadie puede sostener seriamente que el presidente Barak Obama no sea un amigo del Estado hebreo. Sin duda más crítico que su antecesor, pero mucho más cercano que James Carter o George Bush (padre). El apoyo estadounidense en la Organización de las Naciones Unidas así como la cooperación militar y de inteligencia se mantienen a pleno. Sin embargo, el pacto con Teherán, considerado un peligroso error por el Premier Netanyahu, ha provocado una crisis de confianza.
El lobby proisraelí AIPAC, junto a grupos de presión cristianos, intenta lograr que el Congreso rechace el acuerdo nuclear del gobierno de Obama. La apuesta es fuerte, pero tiene lógica. Si no hay una aprobación parlamentaria, aún si luego Obama ejerce su poder de veto, el arreglo va a quedar muy debilitado y el futuro presidente podría anularlo. La totalidad de los republicanos y muchos demócratas lo consideran peligroso y creen que la dictadura islámica puede eludir sus obligaciones como ocurrió con Corea del Norte.
AIPAC ha explicado que su oposición no es hacia el presidente, ni una alineación partidaria, sino únicamente referida al “mal acuerdo” firmado en Viena. Justamente el éxito del lobby radica en mantener el apoyo bipartidista a su causa. Las encuestas demuestran un rechazo mayoritario al pacto entre el público.
AIPAC está buscando el apoyo de congresistas demócratas, porque apunta a alcanzar una mayoría a prueba del veto. Se acercan las elecciones y AIPAC –con 250 mil afiliados- puede ejercer presión y dirigir fondos de donantes a los opositores de los demócratas que apoyen al Presidente. Al fin y al cabo Obama es un líder en la recta final de su mandato, y el apoyo público a Israel es muy fuerte en Estados Unidos. Además el Partido Demócrata, salvo contadas ocasiones, ha obtenido el apoyo mayoritario de los votantes judíos –Obama alcanzó el 78 por ciento – y el riesgo de perderlo –como ocurrió con James Carter- preocupa seriamente a sus líderes.
Vale subrayar que estas tácticas de presión son también utilizadas por otros lobbies, sobre temas de especial importancia para ellos, tales como la lucha de la Asociación Nacional del Rifle con el presidente por el control de armas.
El Congreso tiene hasta setiembre para analizar y votar sobre el proyecto. Si lo anula el Presidente puede vetar la medida, que solo podría entonces levantarse con una mayoría especial del Capitolio.
Los opositores insisten en que puede lograrse un mejor trato que obligue a desmantelar la infraestructura nuclear iraní y cuya duración sea mucho más que una década.
Obama por su parte está intentando bajar la tensión, ofreciéndole al Estado hebreo un aumento del apoyo militar. “Los amigos pueden estar en desacuerdo, pero tenemos décadas de cooperación sólida”, afirmó el Secretario de Defensa americano al visitar Israel.
Un levantamiento de las sanciones al régimen islámico permitiría un aumento del apoyo a movimientos terroristas en América y Europa, fomentando una carrera armamentista con los Estados árabes hostiles a Irán, especialmente Arabia Saudita. El líder supremo iraní, el ayatolá Ali Khamenei, en un agresivo discurso dijo que el acuerdo nuclear no iba a cambiar la política de Irán en apoyo a sus aliados en Siria, Irak, Yemen y Líbano.
Obama sostiene que el acuerdo aumenta la seguridad de Estados Unidos, Europa, Israel y sus aliados árabes. Ha señalado que no cambió la estrategia de defensa estadounidense, que se basa en enfrentar la amenaza de un Irán hostil. Pero el príncipe Bandar bin Sultan, exjefe del servicio de inteligencia saudita, replicó que el acuerdo nuclear permitiría a Teherán “causar estragos en la región.”
Esta pulseada en Washington marcará sin duda la política estadounidense y mundial en los próximos años.
Fuente: www.aurora-israel.co.il