Estimados directivos del CDI, apreciables jueces, queridos concursantes y

padres de familia que nos acompañan este día, Susy y amigos del Comité de Comunicación, señoras y señores:

El cometido del Certamen Literario del CDI, no se centra precisamente en descubrir talentos literarios en ciernes, pero resulta que a veces eso puede suceder. Cuando evalué el cuento que hoy recibe el premio Saltiel 2016, creí estar leyendo al humilde Stephen King, que cuando niño vendía a su mamá sus cuentos primarios de terror en 25 centavos y que luego, a fuerza de empeño y tenacidad, siendo él todavía un adolescente, logró que una revista del género le publicara un relato breve a cambio de unos cuantos dólares.

Ese fue el primer motivador que empezaría a darle forma a Carrie, obra que más tarde le dio a King enorme reconocimiento y muchos millones de dólares. Dice King en un libro autobiográfico: “Yo no creo que el escritor se haga, ni por circunstancias ni por voluntad. Es un accesorio que viene de fábrica y que dicho sea de paso, no tiene nada de excepcional. Estoy seguro de que hay muchísima gente con talento de escritor o narrador”.

Michael Grundman Nachman, confieso que tu cuento El monstruo en el armario causó polémica entre los jueces que evaluamos la categoría. De entre los trabajos que recibimos y que no fueron pocos (casi 100), el tuyo destacaba. Ante la duda de saber si el cuento era realmente inédito, investigamos en el internet, con la directora de tu colegio, con tu maestra de clase y con tus papás. El veredicto fue unánime, el cuento salió de tu cabeza.

Mi asombro creció. Busqué otra opinión. Me acerqué al director de una prestigiada escuela de escritores y le pregunté si conocía ese cuento que le achaqué a Stephen King cuando niño. El hombre leyó tu trabajo y sin dudarlo mucho contestó que estaba bueno, ¿qué tal?

Michael, todo indica que vienes bien dotado de fábrica. Ojalá tus padres te apoyen en la inmensa aventura de escribir. Siento que si te lo propones y trabajas con ahínco, podrás en unos años ser un escritor de vanguardia. Así que aquí, en este momento, te exhorto a que nos vendas a 25 centavos cada relato que a partir de hoy produzcas, y que estoy seguro Susy el periódico CDI estarán gustosos de publicar. Así también, en este momento, te pido que cuando logres un trabajo de la dimensión de Carrie, recuerdes este día y digas gracias a tus padres, a tus maestros y desde luego a la Casa de Todos, nuestro CDI.
¡Mazal Tov! ¡Enhorabuena!

El monstruo en el armario

Josh estaba aún dormido al mediodía. Su mamá entró a su recámara gritando, como todas las mañanas.

– ¡Como no tienes trabajo y no estudias, al menos debes limpiar la casa! –le gritó enojada mientras le dejaba caer encima una escoba- Barre tu cuarto que parece una madriguera.

-Voy, –contestó Josh débilmente- ¡ahí voy!

Así pasaba un día tras otro, Josh se dedicaba a no hacer nada y la mamá pasaba el día gritándole y haciéndole toda clase de reclamaciones: que si la basura, que si el jardín, que si la ropa en el suelo, que si los trastes sucios o la despensa mal acomodada. Josh no podía más con todo eso.

Un día se cansó de la situación, por lo que decidió ir a la universidad y mudarse a vivir solo. Tuvo que estudiar mucho y conseguir a alguien que le ayudara con los temas más complicados. Su mamá, que no tenía confianza en él, seguía gritando cada día por una razón diferente. Llegó el día de presentar el examen de admisión ¡y lo aprobó! Después de mucho buscar encontró un lugar donde mudarse, la casa de una anciana, un lugar viejo, lleno de polvo y objetos tirados, daba la impresión de estar en el almacén de un museo. Pero a Josh, todo esto no le importó, ya que todo lo que deseaba era un lugar tranquilo, sin que nadie le pidiera que arreglara o mantuviera el orden.

Para pagar sus gastos trabajaba medio turno entregando pizzas en una moto. Iba a la universidad y después de clases a la pizzería. No le daba tiempo para nada más. En las clases participaba lo menos posible, entregaba sus tareas a tiempo y sacaba notas regulares. Siguió sin hacer amigos, en las clases no hablaba con nadie. Pasaba su tiempo en la biblioteca, no iba a los jardines ni a las canchas de juego, no se inscribió en ningún club. Era un completo fantasma.

Un día regresaba del trabajo a medianoche, se sentía tan cansado que simplemente se durmió y soñó. En el sueño la casa se veía más viva, aunque el jardín parecía una selva por la que no se podría atravesar. Josh dormía en una enorme cama con una colcha de cuadritos de colores, exactamente como las que detestaba, de esos que usaba la anciana de la casa. Las ventanas dejaban pasar una tenue luz del atardecer. Las sombras de los objetos se confundían unas con otras. Frente a la cama estaba la puerta de un viejo armario. Josh veía la puerta, miraba la sombra de la manija, observaba la llave con la cadena colgando. El sueño pesaba en sus párpados.

En algún momento Josh vio cómo la llave giraba dentro de la cerradura, la cadena se balanceó suavemente y la manija crujió con fuerza. Antes de que la puerta del armario se abriera Josh despertó sobresaltado.

Intrigado Josh se acomodó dentro de las sábanas y se durmió el resto de la noche sin volver a soñar. Pero algunas noches el sueño volvía y Josh despertaba justo cuando la manija crujía. Eso lo volvía loco, pues quería saber si la puerta del armario realmente se abría y qué o quién saldría. Pasaron meses así, soñándose como un adolescente que dormitaba en una enorme cama con colcha de cuadritos coloridos esperando la hora de que la puerta del armario se abriera. No saber qué salía del armario lo estaba obsesionando.

Los días pasaron y a la anciana se le hizo costumbre ofrecerle leche y galletitas a Josh cuando volvía del trabajo, merendaba en la cocina escuchando boberías que le contaba con su voz casi sin volumen. Josh siempre regresaba con sueño, pero intencionalmente la anciana evitaba que se fuera directamente a dormir. Sin embargo, una noche la anciana no lo esperó. Josh estaba más cansado que nunca, y aunque se había acostumbrado a la leche y las galletas, el cansancio fue más grande que su hambre y se fue a dormir de inmediato.

Al entrar en su habitación dejó sus cosas en el suelo, se quitó los tenis, la chamarra quedó en el suelo, y no tuvo tiempo ni siquiera de taparse con el edredón. Solo se dejó caer sobre la cama y se quedó profundamente dormido.

En el sueño la luz del atardecer estaba a punto de desaparecer, las sombras dentro de la habitación se confundían y se mezclaban unas con otras. Josh adolescente estaba recostado en la cama bajo la colcha de cuadritos, al frente la puerta del armario le llamaba poderosamente la atención, quería quedarse dormido, quería mirar la llave hasta verla girar, quería oír el crujido de la manija y la puerta al abrirse.

Las sombras se hacían cada vez más espesas, Josh miraba la llave mientras el calor de la colcha lo adormecía. En algún momento, antes de que la luz del atardecer se perdiera por completo, la llave giró lentamente, muy lentamente, nunca antes había girado tan despacio, la manija empezó a moverse y rechinar también muy suave. Josh esperaba ese momento, pero sus ojos se cerraban, Josh quería abrirlos pero no podía. Entonces un fuerte crujido hizo que se sobresaltara, escuchó la puerta azotándose en la pared al abrirse con tanta violencia, no fue capaz de abrir los ojos. Todo lo que pudo hacer fue agarrar la colcha de cuadritos antes de que algo se la arrebatara y le clavara la dentadura entera en la garganta.

La anciana enterró el cuerpo de Josh en el jardín, encima solo colocó una piedra con su nombre, una piedra entre muchas otras que había en su jardín.

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