Empezaré por señalar que Dabbah y Rubinstein se atreven a sumarse a un universo de la cultura que no en pocas ocasiones, y para infortunio nuestro, ha sido diseñado por lo escabroso del caso. Me explico: el abordaje de los cimientos religiosos, ergo culturales (porque indudablemente religión también es cultura) de distintos escritores novohispanos es el pretexto de que se valen las autoras para adentrarse en una cuestión de mayor envergadura: el ingreso como fugitivos de los criptojudíos o de los conversos en nuestro territorio en el siglo XVI y su contribución como escritores.
De entre los muchos méritos que presenta la obra deseo empezar por señalar que Dabbah y Rubinstein han desafiado a la más pura y férrea tradición de estudios hispánicos, aquella de los rígidos y en ocasiones recalcitrantes académicos de pura cepa para quienes sería impensable una obra de esta naturaleza, no solo por el planteamiento del problema que ofrece, sino porque su desarrollo es interdisciplinario y, desde luego, para los maestros peninsulares todavía son vigentes las formas y métodos de don Marcelino y si nuestras inquietudes se alejan de esa forma de hacer literatura, inevitablemente quedaremos incluidos dentro de lo que la academia oficial española denomina eufemísticamente como estudios vanguardistas. Así pues, las autoras, vanguardistas ellas, han sabido despertar la curiosidad del lector al proponernos distintos medios (desde una lápida hasta un documento inquisitorial) para encontrar las raíces judías y los escritores que nos presentan.
Como en todo buen trabajo de investigación, este representa una aventura, hay que embarcarse sin saber si acaso llegaremos a puerto seguro, y esto es lo que han hecho Dabbah y Rubinstein, acompañarnos en una travesía por demás arriesgada, puesto que han leído ese otro lado de los textos (en el que pocos se atreven) para conferirles un valor casi como de revelación, así, lo jugoso de la travesía pasa por leer una lápida en la ciudad de Tarragona, encontrar indicios en el interior de un poema, advertir los matices sobre la profesión de la fe, acompañar en su anhelo por no ser notado a un criptojudío que esperar con disimulo poder embarcarse con rumbo a América.
Las autoras rozan con tiento el tema del origen, nos alientan a valorar las distintas religiones como constitutivas de un sustrato común que no niega a los otros (los cristianos), por el contrario los incluyen para verdaderamente dar una visión de conjunto sobre el crisol cultural de la Nueva España.
Con distintos recursos, Dabbah y Rubinstein los introducen cautamente en la vida del escritor cuyo origen judío se proponen analizar, así, de pronto nos hayamos convertidos en Guzmán de Alfarache que a su vez representa la vida del propio Mateo Alemán. Las autoras nos proponen una mimesis entre personajes y autor con el fin de mostrar a modo de reflejo, cómo habían tenido que mimetizarse los judíos con los cristianos para sortear los obstáculos de la inquisición.
Otro mérito de esta obra reside en que abre el apetito del lector por continuar rastreando qué fue lo que los criptojudíos y los conversos que vinieron a la Nueva España y que no corrieron con la misma suerte que los escritores que el libro presenta, es decir, qué fue de aquellos que no gozaron de los privilegios de la Iglesia y del gobierno, cómo si se mimetizaron, se fundieron entre nosotros para sobrevivir, en fin… que quede asentada la inquietud.
Por último, solo me resta decir que lo más destacado de este libro, no es si Fray Bernardino, Sor Juana, Carlos de Sigüenza y Góngora, et al eran judeoconversos, sino hacer el viaje, o sea la reflexión que nos proponen las autoras para reconocer la formación o conformación de la cultura y la tradición literaria de la Nueva España de la que somos herederos.