“Estar parada en un escenario es como vivir en carne propia un sueño, de esos que son tan

agradables que uno nunca desea despertar”.

Eso fue lo que dije la primera vez que me paré en el escenario del teatro del Centro Deportivo Israelita. Hoy en día sigo haciendo teatro; creo que sigo soñando y no me atrevo a abrir los ojos. No sé si sean deseos suprimidos por las leyes de la sociedad, o tal vez acciones que nunca me fueron permitidas realizar (como tratar de ser alguien más por un periodo específico de tiempo), pero sea como sea, el teatro es precisamente eso: un desahogo, o como se le dice coloquialmente, una “escapadita” hacia lo desconocido, lo raro y lo añorado.

Mientras estuve parada en ese espacio de ensueño llamado ‘escenario’, olvidé que había más de cuarenta personas sentadas en las butacas, observándome a mis compañeros y a mí ejecutar nuestra obra. Tampoco tomé en cuenta detalles como mi nombre o mi edad, pues un actor debe ‘reprogramar’ su pensamiento cuando interpreta un personaje. Para mi sorpresa, esa reprogramación fue prácticamente inmediata. Recuerdo que en mi primera obra personifiqué a un comerciante, cosa que iba en contra de mi naturaleza, pues el personaje era hombre y yo mujer. Aun así pude darle voz, movimiento y personalidad.

El secreto de una buena actuación es olvidarse de quién es uno en realidad, y jugar a ser alguien más, cosa que me fue impuesta desde un principio, ya que hay veces que hasta a los propios padres les cuesta trabajo aceptar a sus hijos como son. Después de haber sufrido durante años tratando de cumplir con el modelo de la niña perfecta que la sociedad impone, logré deshacerme de toda esa pesadez en el teatro, porque solo ahí se permite fingir que se es feliz estando triste y viceversa, entre otras emociones y sentimientos que conlleva la actuación. Digamos que para mí fue pan comido ser alguien más en ese santuario.

Yo, que estudié literatura y que el treinta por ciento de mi carrera se enfocó al teatro, sé que la palabra ‘persona’ significa ‘máscara’ en griego. Por lo tanto, los personajes que he interpretado hasta ahora (sin importar el tamaño o importancia del mismo dentro de la obra), son una máscara que he usado y desechado para seguir con la próxima interpretación. Me ha dolido bastante dejar ir al comerciante que interpreté (tal vez esa fue la única vez que se me permitió usar una kipá y un turbante), pero a la vez le agradezco la oportunidad, pues aprendí a hacerle de hombre siendo apenas una niña de 9 años, un reto actoral bastante complicado, el cual yo ya había dominado.

Dicen que cuando uno se enamora, el tiempo se detiene. Pues yo llevo prácticamente toda mi vida luchando para que el tiempo quede detenido, porque el teatro es el amor de mi vida.

XXV Festival de Teatro Habima

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