Sara, Rajel y Janá son mencionadas en la lectura de la Torá y la Haftará de Rosh Hashaná. Las tres mujeres quedaron fijadas en nuestra memoria como estériles.
De acuerdo a nuestros sabios, estas lecturas fueron estipuladas por el hecho de que “en Rosh Hashaná Sara, Rajel y Janá quedaron preñadas” (Tratado de Rosh Hashaná 11 a).
Los hijos de estas mujeres cambiarían el curso de la historia nacional, pese a que sus relaciones parentales no fueron nada simples. Poco después del nacimiento de Itzjak, su hermano Ishmael fue expulsado del hogar, y posteriormente Itzjak es conducido a la atadura destinado a ser ofrenda.
Iosef, primogénito de Rajel, goza de un trato privilegiado por parte de su padre sin el cual toda la historia de la venta de Iosef, el descenso de los Hijos de Israel a Egipto y el Éxodo se verían completamente diferentes. Shmuel, hijo de Janá, entregado por su madre para el Servicio Divino, se transformará en el profeta que consagraría a los primeros reyes de la nación.
El inicio del año, nos trae una presencia femenina de la cual es difícil abstraerse. La Creación en sí, festejada apenas unos días antes de la inauguración del año, es descrita como un acto femenino “Haiom Harat Olam” – “Hoy es concebido el mundo”, como si el Santo Bendito Sea hubiera dado a luz al mundo al igual que las mujeres recordadas.
El nacimiento es una nueva vida. Símbolo de la renovación posible, de la esperanza, de la superación de nosotros mismos, en una especie de nuevo nacimiento. Se centra y ensimisma el hombre sobre sí mismo, para traer con el inicio del año una vida renovada. Quien logra reconocer el mal que hizo, el daño que perpetró, la insensatez con la que actuó, y logra avergonzarse y reconocerla, arrepintiéndose de su acción, perdonándose a sí mismo y a los demás, gozará de una nueva vida, un nuevo nacimiento. Dijeron nuestro sabios “…todo quien comete una trasgresión y se avergüenza de ello – le son perdonados todos sus pecados” (Tratado de Berajot 12b). Quien sabe avergonzarse, merece nacer de nuevo. Reconoce el daño cometido contra el otro, pero también contra su propia esencia, ya que su conducta es grosera incluso hacia su alma.
Rosh Hashaná, es la única festividad del calendario hebreo que cae a inicio del mes. A diferencia de otras fiestas no está relacionado a ningún evento histórico (Purim, Janucá) ni a ninguna de las fechas de peregrinaje a Jerusalem (Pésaj, Shavuot, Sucot). No se relaciona al tiempo sino al individuo, no es “zman jerutenu” – el día de nuestra liberación- ni es “zman matán torá” – “el día de la entrega de la Torá”, sino que es el Día del Toquido del Shofar – Yom Teruá- el Día del Recuerdo – Yom Hazikarón- el Día del Juicio – Yom Hadín.
El año que se regresa y se inicia es esperanza de cambio. Cambio relacionado directamente con nuestra posibilidad de cambiar y renovarnos.
Nótese que en hebreo la palabra año – Shaná – y la palabra cambio – shinui – tienen la misma raíz. Pero “shinui” no es solo cambio, sino también repetición. El año, aquello que se repite, pero que es y puede ser diferente. El ser humano, como la luna en Rosh Hashaná está vuelto hacia sí mismo, intentando acercarse a la fuente de su propia luz, para rescatar de ella, para aspirar de su contacto la fuerza de la renovación. Las tres mujeres de la lectura nos recuerdan que es posible. Que también de la oscuridad, de la esterilidad puede surgir el nuevo ciclo.
Rosh Hashaná es conforme a la tradición judía, el día de la creación del Hombre. El mortal es invitado en ese día a unirse a las fibras más íntimas de su alma. El individuo que tiene la posibilidad de renovarse porque también es quien tiene la posibilidad de errar, reconocer el error, corregirlo y elegir el bien. El hombre que es el único ser de la Creación que conoce el bien y el mal. El mundo carecería de significado sin la presencia humana. Él es el único ser con capacidad reflexiva. De aquí que Rosh Hashaná se identifique con el nacimiento del Hombre, finalidad de la Creación. “…porque el mundo fue creado para el uso del hombre. Porque si el hombre se deja llevar por el mundo y se aparta de su Creador, entonces el hombre se arruina y devasta al mundo con él. Si la persona se domina a sí misma y se adhiere a su Creador, entonces se eleva y el mundo se enaltece con él” (Rajmal – El Sendero de los Justos, capítulo 1).
Tener la capacidad de unirnos a nuestra propia esencia humana, no solo implica una humanidad mejor, sino un mundo mejor.
Que nuestras plegarias se eleven desde el lugar más esencial y auténtico.
Que Janá como dijeran nuestros sabios, sea ejemplo de cómo debe realizarse la plegaria, no solo por el silencio y la no ostentación de la misma, sino y antes que nada, por la real conexión con su esencia, su vida, sus necesidades verdaderas.
Que el nacimiento del año, memoria del nacimiento de la humanidad, nos permita renacer, renovados.
Fuente: www.mujeryjudaismo.com
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