No hay semana en que el mundo no presencie inconcebibles actos de barbarie realizados por militantes del Estado islámico o ISIS. En días pasados conmocionaron las fotografías de sus prisioneros metidos en una jaula y ahogados dentro de ella, como lo hicieron también los brutales atentados en Túnez, Kuwait y Francia perpetrados en nombre de esa organización jihadista y que cobraron la vida de cerca de setenta personas. Por otro lado, alarman los informes de los crecientes avances de esta salvaje agrupación en territorio iraquí y sirio, a pesar de los esfuerzos de la coalición internacional encabezada por Estados Unidos que pretende detenerla mediante bombardeos aéreos.

En este espeluznante contexto, vale la pena resaltar un factor clave que por lo general no recibe la atención que merece: se trata de la heroica participación de las fuerzas kurdas locales, tanto en Siria como en Irak, las cuales han cargado sobre sus hombros la titánica tarea de detener las embestidas del ISIS en operaciones terrestres que han costado la vida a cerca de mil combatientes peshmergas y causado miles de heridos entre sus filas. Los ejemplos de su importancia son múltiples. En Kirkuk, ellos cumplieron con la misión de ocupar el vacío dejado por la retirada de las fuerzas el ejército iraquí, evitando con ello que este bastión pasara a manos del ISIS. Igualmente, hace un par de días, en Siria, los kurdos consiguieron echar de Kobani, -estratégica ciudad fronteriza con Turquía- a las huestes del ISIS que en días anteriores habían asesinado de manera brutal a cerca de 200 civiles habitantes de dicha localidad.

Pero el mérito de los kurdos en toda esta situación no radica únicamente en su vital participación militar contra ISIS. El Gobierno Regional de Kurdistán, asentado en el norte de Irak, ha dado asilo y otorgado protección a cientos de miles de civiles desplazados por los combates, a pesar de la carga económica que significa recibir oleadas de aterrorizadas familias de distintas identidades étnicas y religiosas, carentes de recursos básicos para subsistir. Con ello no solo se han salvado vidas sino que también se ha aligerado la carga que implican los nutridos flujos de refugiados para países vecinos, como Turquía, Jordania y Líbano.

Y sin embargo –y he ahí no solo la injusticia, sino también la irracionalidad- las agrupaciones de combatientes kurdos llevan a cabo sus tareas en condiciones financieras precarias. El gobierno central en Bagdad, encabezado mayoritariamente por chiítas, se rehúsa a asignarles del presupuesto nacional los recursos necesarios para continuar exitosamente con su labor. De igual modo, impone a la zona kurda una serie de obstáculos para exportar su petróleo y su gas, mediante absurdas medidas derivadas probablemente de una obsesión por mantener centralizado en sus manos el control político del país. Ello se suma a una visión entre torpe y limitada de la coalición internacional. Esta, tal vez por presiones políticas de otros actores regionales, no ha fortalecido lo suficiente a los combatientes kurdos, los cuales, a pesar de no contar ni con vehículos armados, ni con sistemas antitanques o aviación avanzada, sino solo con anticuadas armas de fabricación soviética sumadas a las que han podido arrebatarles a sus enemigos de guerra, han constituido el más importante muro de contención de los avances del ISIS. En síntesis, que en la medida en que los kurdos son los elementos más eficientes y confiables, tanto militar como ideológicamente, para neutralizar a esta nueva horda de fanáticos brutales, es imprescindible que la comunidad internacional ajuste sus prioridades y les otorgue un apoyo proporcional a la vital y peligrosa misión en la que están embarcados.

Fuente: Excélsior, 28 de junio, 2015.

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