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El peso de los hábitos en la política mexicana

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Diana Kuba

Los hábitos de la historia se han conformado por prácticas que se reproducen y se adaptan en el tiempo, según como las sociedades vayan transformándose y desarrollándose. Aunque pareciera que estos han sido enterrados, no sucede así; por el contrario, estos configuran la cultura política de un país y explican el porqué son difíciles los cambios que se pretenden. Con base en José María Luis Mora, México ha vivido constantemente en etapas de estira y afloja, entre una aspiración y posibilidad del cambio hacia la modernidad que cada etapa histórica demanda y una imposibilidad de alcanzarlo totalmente, debido a los hábitos impregnados que impiden o frenan realizarlo.

Nosotros somos testigos de este hecho. Desde 1988 el país entró a una etapa de modernización, basada en la teoría neoliberal, la cual exigía una serie de reformas estructurales de Estado, que después de veintiséis años seguimos discutiendo, para poderlas legislar e implementar. El año 2000 fue un parteaguas para la experiencia democrática, pero la alternancia de los partidos en el gobierno y su apertura en la sociedad, no ha logrado consolidarla; vivimos una democracia distorsionada, todavía con fuertes remanentes de prácticas autoritarias. Hábitos como la corrupción, el patrimonialismo, la falta de transparencia y la impunidad, entre otros, no han desaparecido, pero sí han sido factores que han coadyuvado a la descomposición del tejido social inmerso en un estado de violencia en varios estados de la república, que hasta hoy día no se ha podido contener, ni revertir.

Según Denisse Dresser1 , el peso de los hábitos que han impedido el cambio hacia un México que se adapte a las circunstancias de la competencia global y la cultura democrática, que exige transparencia y rendición de cuentas por parte de los representantes en el poder, se han heredado por las prácticas autoritarias que se manejaron en el PRI durante 71 años, siendo los años setentas y noventas típicos ejemplos de su maduración, prácticas que en vez de haber desaparecido con los doce años de gobierno del PAN; se han emulado, cuando paradójicamente este partido se creó con los fundamentos de combatirlas. 

Personalmente, opino que el peso de estas prácticas, convertidas en hábitos es todavía más añejo; solo que en el México del siglo pasado, se ajustaron a las circunstancias de la necesidad de industrializar el país con el modelo de sustitución de importaciones y de crear una planta extractiva de petróleo, para sostener el crecimiento económico, hasta que este combustible diera todo lo que pudiera de sí – así como la extracción de la plata en el régimen colonial había sido el factor base para el enriquecimiento y sustento de la Nueva España – sin que hubiera la disposición de que fuera el propulsor de otras fuerzas productivas que trajeran el desarrollo y el empleo masivo del país.

Las prácticas autoritarias que se manejaron en el PRI, se institucionalizaron a partir del estilo personal de gobernar del general Porfirio Díaz, mediante una política de centralización y conciliación. Así que de forma patrimonialista beneficiaba a aquellos que se le alineaban verticalmente y le daba palos a quienes desafiaran la plataforma de “orden, paz y progreso” que se trató de implantar después de un cruento siglo XIX. Hay que recordar que desde que México se independizó, se relajaron los hilos del poder político, que durante trescientos años estuvieron tensados por la Corona española. Al caer las estructuras autoritarias virreinales, las distintas facciones políticas con sus propios proyectos de nación se enfrentaron durante 70 años hasta que la liberal venció y sometió a la conservadora, sin poderse lograr una política de diálogos y acuerdos entre sí. Desafortunadamente, la experiencia histórica demostró que la sociedad se pacificó y consiguió un respiro económico de 30 años, mediante un gobierno dictatorial, cuyas prácticas fueron imitadas en forma más sofisticada por el partido oficial y el presidencialismo que imperó en el siglo XX.

Sin embargo, la entrada al siglo XXI, con otro partido en el poder, demostró que tampoco la forma de hacer política del pasado cambió radicalmente: la complicidad patrimonialista y de protección entre el gobierno y los poderes fácticos – ya sea entre el primero y las fuerzas sindicales o los grupos de poder que compiten por dominar el espacio económico y social –, la opacidad y la falta de rendición de cuentas, la corrupción compartida siguieron vigentes y – en mi opinión – será muy difícil que se erradiquen, pese a que el PRI supuestamente renovado sea el que ahora lleve el timón del país. 

Erradicar los hábitos que mediatizan el tránsito hacia el desarrollo y modernidad que aspiramos, implicaría adentrarse profundamente en el pasado histórico para hacer conciencia del porqué, bajo qué circunstancias se gestaron y han funcionado en cada etapa, además de estar en disposición colectiva – tanto elites gobernantes como ciudadanía participativa – de cambiarlos. Esto significaría para algunos perder prebendas y situaciones sociales de privilegio, a cambio de una sociedad más democrática y equilibrada económicamente, capaz de adaptarse y desenvolverse dentro de las circunstancias globales de competencia a fin de enfrentarse ante los retos que nos desafían en el futuro cercano. 

1Denisse Dresser, El país de uno, México, Aguilar, 2011, p. p. 94-103.