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Kfar HaMacabiá, Mensaje de Yom Yerushalaim

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Rabino Carlos A. Tapiero Vicedirector General y Director de Educación Unión Mundial Macabi

Queridos amigos: 

Cuando queremos enfatizar lo que ha ocurrido en el interior de un edificio, utilizamos la expresión popular que reza "Si estas paredes pudiesen hablar" - sabiendo, de antemano, que aquello que no fuese revelado por nosotros u otros sobre lo ocurrido en ese lugar estará condenado al desconocimiento general -.

Las reglas incluyen excepciones, y Jerusalem es, indudablemente, la más notable a esta.

En Jerusalem, todo nos habla: sus paredes, sus rocas, sus montañas, sus distintos paisajes, sus edificios viejos y nuevos. Jerusalem propone un permanente diálogo con quien la transita, deslumbrando de a ratos con su belleza, cautivando con su historia, conmoviendo con su espíritu. Jerusalem despierta en nosotros recuerdos de situaciones que nunca vivimos, en un déjà vu extraño y mágico, cultivado por las historias transmitidas por nuestras fuentes más importantes.

Nuestros sabios nos enseñan que Jerusalem es el punto desde donde se originó el Cosmos todo. La Biblia y la posterior explicación rabínica nos indican que fue en Jerusalem donde Itsjak fue atado en la prueba de fe de Abraham; donde Yaacov soñó con su escalera que conducía al cielo; donde David fundó su Ciudad de Unión y Paz para los habitantes del Norte y Sur de la Tierra de Israel, y donde Salomón construyó el Gran Templo. Cuando fuimos desterrados de Israel por primera vez - al exilio babilónico conducido por Nabucodonosor, 586 a. e. c. -, nuestro dolor fue tan grande que motivó la redacción en la que el Salmista expresa conmocionado:

"Si me olvidare de ti, oh Jerusalem, sea mi diestra olvidada.
Péguese mi lengua al paladar, si de ti no me acordare;
si no ensalzare a Jerusalem como principal motivo de mi alegría."
(Salmo 137)

Esta nostalgia; esta necesidad de reencontrarnos con la Jerusalem de Oro (así valorada por nosotros) fue mantenida de generación en generación, no importando cuántas veces fuéramos expulsados de nuestra Capital. Tan presente, tan significativo ha sido este sentimiento, que Jerusalem ha representado para muchos a la totalidad de la Tierra de Israel: cuando Naphtali Herz Imber escribió el himno de esperanza de nuestro pueblo en 1886[1] - Hatikvá - queriendo verter el sueño de retorno judío a Israel, el lugar de referencia elegido por él fue Jerusalem y Sión [2], indicando con ello que la Ciudad de David era sinónimo de toda la Tierra de Israel - o bien su símbolo -.

A quién le puede entonces extrañar que este sábado a la noche iniciemos la celebración del reencuentro con esa Jerusalem tan amada, añorada, deseada, rememorada y reverenciada. El retorno a Jerusalem significó para nosotros mucho más que la victoria en una batalla, o la liberación - ocurrida el 28 de yar del 1967 (5727) -: representó la profunda alegría de saber que nuestra vida se normalizaba; que podíamos, otra vez más, y como antaño, reconstruir a la Jerusalem de David de sus ruinas y transitar libremente por ella. El abrazo con esa Jerusalem siempre nuestra pero tan negada para nosotros significó la continuación de un pasado memorable y significativo, cargado de hechos irrefutables de nuestra historia, de enseñanzas, de plegarias - todas las plegarias judías del mundo dirigidas siempre a Jerusalem -, y, también, de alguna cuota de reparación a nuestro pueblo, castigado por los inconmensurables horrores de la Shoá - el Holocausto -.

Celebremos hoy a Jerusalem; celebremos hoy la libertad de caminar por sus calles, reconocer sus aromas y volver a elevar sus dinteles. Y sintamos en ese festejo la alegría y emoción de cientos de generaciones que imaginaron, ensalzaron en sus poemas y cantaron a Jerusalem en sus canciones, y que ahora, sobre nuestros hombros, ingresan a sus estrechos pasajes y sendas.

¡Yom Yerushalaim Saméaj!
¡Jazak Ve'Ematz!