China está hoy de moda, pero no por buenas razones. Esta vez el rompimiento de su burbuja económica ha desatado tempestades en el mundo sin que haya a la vista la posibilidad de prever hasta dónde pueden llegar sus consecuencias. En América y Europa se hacen cálculos para determinar cómo acomodarse de la mejor manera posible al nuevo panorama marcado por el derrumbe chino, aunque es evidente que no menos preocupados están muchos de los países africanos cuyas economías han estado a lo largo de la última década interconectadas de forma tan estrecha con China que ahí también puede operar el dicho de que si al gigante asiático le da catarro, África inevitablemente será víctima de una pulmonía fatal.
Basta saber que tan solo en 2014 el comercio entre África y China fue de aproximadamente 222 mil millones de dólares –tres veces más que el monto del intercambio de África con Estados Unidos-, con la ventaja para los gobiernos africanos de que China no se entrometía en los asuntos internos de su clientela, ni mostraba remilgos ante cuestiones como violaciones a derechos humanos o atentados contra la democracia. China les compraba petróleo y minerales requeridos para su vertiginoso crecimiento, y los países de África recibían a cambio, desde un sinfín de artículos y manufacturas baratas, hasta inversiones en ciertas áreas y también toneladas de armamento, uno de los rubros de mayor peso para muchas regiones de este continente en el que las guerras aún son, por desgracia, el pan de cada día. Sudán con sus interminables matanzas en la región de Darfur ha sido uno de los más claros ejemplos de cómo las protestas y demandas de la opinión pública internacional para que China dejara de surtir de armamento al gobierno sudanés responsable de esas atroces masacres, cayeron siempre en oídos sordos debido al entonces voraz apetito chino por más y más energético sudanés para mover su expansiva economía.
Es cierto que la intensidad de la relación económica de China con África generó en muchos de sus clientes un crecimiento de sus economías como no se había visto en mucho tiempo. Angola es un buen ejemplo de ello. Pero también ha sido evidente que sobre todo en África oriental donde la presencia china ha tenido más impacto, ha llegado la hora difícil de enfrentar el cambio que significa la caída del yuan, la reducción en las compras chinas y la muy probable inundación de las economías africanas con productos aún más baratos del país asiático que darán al traste con las embrionarias empresas locales incapaces de competir en las nuevas circunstancias.
Analistas de la realidad africana ven sin embargo, algo positivo en esta coyuntura. Con base en la convicción de que las crisis son un posible detonante de alternativas nuevas antes no contempladas por la comodidad ofrecida por el status quo imperante, consideran que ahora, debido a la necesidad de compensar, habrá más fuerte estímulo al comercio interafricano, con buenas perspectivas para el desarrollo compartido entre países de África oriental. Pero advierten que, al mismo tiempo, habrá que desplegar empeño y creatividad para movilizar las fuerzas productivas internas, y para ello enfatizan la necesidad de conseguir educación de calidad para sus niños y jóvenes, lo mismo que una conectividad más eficiente y generalizada de tal suerte que el acceso de África a la era digital se realice lo antes posible. ¿Suena familiar, no?
Fuente: Excélsior, 30 de agosto, 2015.
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